Isabel Díaz Ayuso se niega a aplicar el plan de ahorro energético del Gobierno de coalición porque convierte a Madrid en una ciudad oscura, pobre y triste. El alcalde de Vigo, Abel Caballero, desafía al presidente y anuncia que colgará su famoso alumbrado navideño sí o sí, como cada año. Y la última en subirse al carro de los rebeldes es la comunidad autónoma de Euskadi, que considera el decreto de Moncloa más efectista que efectivo, de modo que anuncia su propio programa para ahorrar gas, luz y agua. A este paso, si Pedro Sánchez no se pone en su sitio ya, van a tomarlo todos por el pito del sereno. Y así nunca llegará a ser presidente de la Unión Europea, tal como pretende. Un líder político ninguneado cuyas leyes son utilizadas como papel higiénico en medio país proyecta una imagen de blandengue, de pusilánime, de bonachón sin autoridad y blanco fácil del pitorreo general. Si ese gallinero español llega a oídos de Ursula von der Leyen, si la principal valedora de Sánchez en Bruselas se entera de aquí ni Dios respeta la ley, concluirá que este no es el hombre fuerte que necesita Europa para los tiempos difíciles que se avecinan, para enfrentarse al matón Putin, para sacar los dientes ante Rusia y pilotar los mandos de la construcción europea en la época más negra y tenebrosa que se recuerda desde el final de la Segunda Guerra Mundial. El premier socialista no puede permitirlo, tiene que reaccionar y tiene que hacerlo de inmediato.
El dirigente del PSOE debe tomar buena nota de lo que ocurrió durante la pandemia. Tras constatarse que el coronavirus se propagaba exponencialmente y a una velocidad de vértigo por todo el país, el Gobierno decretó el estado de alarma en España. Hasta ahí llegó la brillante gestión del Ejecutivo central. Al poco tiempo delegó las competencias sanitarias en los Gobiernos regionales y la insumisa Díaz Ayuso se le subió a las barbas, sacando tajada electoral y dejando claro que Madrid era su territorio comanche, que allí mandaba ella, de tal modo que la capital de España no se cerraba a la actividad industrial. Aquella famosa “reunión de las banderas” en Puerta del Sol no sirvió para firmar la paz entre el Gobierno central y el autonómico madrileño sino más bien para lo contrario: Ayuso, con su arrogancia habitual, se pasó los acuerdos sanitarios por el forro de sus caprichos y para muchos madrileños quedó como la gran heroína y valedora de la libertad. Fue una vergonzosa claudicación que Sánchez pagó caro en las urnas con una victoria arrolladora de su principal adversaria política. Por si fuera poco, las sucesivas reuniones del Consejo Interterritorial para tomar medidas sobre la evolución de la pandemia a menudo acababan como el rosario de la aurora y con la sensación de que allí iban diecisiete gobernantes a mirarse con cara de póker sin saber cómo actuar ni qué hacer ante el virus letal. Diecisiete realidades sanitarias distintas, diecisiete marcos normativos diferentes que terminaron por volver locos a los españoles.
Finalmente, la opinión pública acabó preguntándose quién demonios estaba al mando de la mayor crisis de salud pública de la historia de este país. Unos se echaban el muerto a otros, la ceremonia de la confusión reinó por momentos, por no hablar del desastre en la gestión de la compra de material sanitario, un infame zoco o mercadillo ambulante, un caldo de cultivo perfecto para que pillos y aprovechados, comisionistas e intermediarios, dieran suculentos pelotazos, tal como se ha demostrado después. Mientras en algunas comunidades autónomas era obligatoria la mascarilla, en otras, solo recomendable. Mientras en unas zonas se imponía el cierre total de establecimientos y locales, en otras se relajaban las medidas de prevención. Y mientras en ciertos lugares había que llevar el pasaporte covid entre los dientes, bajo apercibimiento de sanciones, en otros se pasaba monumentalmente del famoso documento. Cada región hizo lo que consideró oportuno en cada instante, la coordinación territorial brilló por su ausencia y así se perdieron recursos, tiempo precioso y esfuerzos que hubiesen ayudado a salvar vidas y contagiados.
Nada de eso puede volver a ocurrir con este plan de ahorro energético que nos prepara para un crudo invierno sin gas a causa de los cortes de suministro del enloquecido Putin. El Gobierno no debe volver a manejarse con complejos o falsos cálculos electorales. Si Sánchez tiene que perder las próximas elecciones generales por lógico desgaste del poder (y por haberse visto sobrepasado por las circunstancias históricas y por todas las plagas de Egipto) que asuma su destino fatal, pero que muera con las botas puestas y tomando las decisiones más adecuadas para el país y el bien común. Que no le tiemble el pulso a la hora de aplicar el artículo 155 de la Constitución, si es preciso, contra esta plaga de politiquillos regionales rebeldes, reyezuelos intocables e insumisos con ínfulas que pretende hacer de su terruño su coto privado. España es supuestamente un Estado serio, moderno y avanzado donde rige el imperio de la ley, una ley que debe ser igual para todos y sin excepciones. Este país no puede convertirse, bajo ningún concepto, en un reino de taifas donde el cacique de turno imponga sus propios códigos legales, tal como hacía Roy Bean, aquel mítico juez de la horca del Far West que gobernaba según su santa voluntad y ahorcando por cualquier tontería al infeliz o forastero que tenía la mala suerte de dejarse caer al Oeste del río Pecos. Gobierne, señor Sánchez, que para eso le pagan los españoles. Dé un puñetazo encima de la mesa de una vez. Y pase a la historia como un estadista valiente, no como un hombre asustado por una niña pija y remilgada que, de tanto oír a palmeros y aduladores, ha terminado por creerse la reina deSaba.