Está claro que Pablo Iglesias la ha liado parda. Con su defensa cerrada de Carles Puigdemont, al que ha obsequiado con la condición de “exiliado”, no solo se ha puesto en su contra a los pocos valedores que le quedaban en el Gobierno de coalición (la mayoría de los ministros se la tienen jurada) sino que se ha echado encima a las asociaciones que defienden la memoria de los republicanos represaliados por el régimen franquista. Por medio de un comunicado al que ha tenido acceso Diario16, la Asociación de Descendientes del Exilio Español ha manifestado su “más profundo desacuerdo” con la opinión expresada por el vicepresidente segundo del Gobierno y le insta a “utilizar correctamente el lenguaje que expresa un contenido político tan dispar”. Lo normal en un líder de la izquierda es que siempre tenga en frente a los tradicionales enemigos de la derechona patria, pero cuando los palos le vienen de las propias asociaciones memorialistas republicanas, es decir de los suyos, de su gente, es que algo no está haciendo bien y que su discurso chirría.
Y el caso es que están absolutamente justificadas las críticas que le llueven al vice como chuzos de punta, ya que hay que estar muy desatinado para meter en el mismo saco del exilio a aquellos miles de luchadores por la libertad que dieron su vida altruistamente contra el franquismo y a un político iluminado, trapisondista y maquiavélico como Puigdemont que se ha erigido a sí mismo en gran símbolo contra la represión de un Estado fascista, el español, que solo existe en su delirante imaginación.
El error es todavía mayor si tenemos en cuenta que a quien está defendiendo Iglesias como si le fuera la vida en ello es al máximo representante de la derecha rancia y burguesa de esa Cataluña supremacista que suele tratar con desprecio al charnego español. O sea, xenofobia pura y dura a la manera de los partidos ultras de la Europa rica y opulenta que tanto tirón tienen últimamente. Ningún gurú de la nueva izquierda, e Iglesias todavía lo es, debería implicarse tanto con alguien como Puigdemont cuyo mayor logro político ha sido pisotear la Constitución, reducir a la categoría de papel higiénico el Estatuto de Autonomía y denigrar las milenarias instituciones catalanas, hoy convertidas en vertedero político, chatarrería o abandonado solar. Tal como era de esperar en un oportunista nato como Puigdemont, el ex molt honorable ha tardado exactamente un minuto en hacer suyas las elogiosas palabras de Iglesias y ya ha anunciado que sus abogados piensan utilizar su nueva condición de “exiliado oficial” para defender su causa en el Parlamento Europeo. Cosa lógica por otra parte, ya que si el propio vicepresidente de un Gobierno te otorga la condición de represaliado no vas a ser tú el tonto que diga lo contrario. Queriendo o sin querer, eso solo lo sabe él, Iglesias se ha convertido en el mejor letrado defensor del archienemigo de España, lo cual nos lleva a pensar que nunca antes un vicepresidente hizo un flaco favor tan hiriente a su país. Ni siquiera Pablo Casado, en su desesperado intento por torpedear las ayudas de Bruselas, ha provocado tanto daño a la imagen de nuestra democracia.
El empaste del líder de Podemos es antológico, mítico, pero como buen cabezón que es, lejos de rectificar ha optado por el sostenella y no enmendalla, o sea que no se baja del burro. Quien yerra una vez es inocente, pero quien lo hace dos veces es reincidente, de tal manera que Iglesias ha perdido una magnífica oportunidad para bajarse del pedestal, corregirse a sí mismo y mostrarse humilde y mortal. A preguntas de los periodistas, el máximo responsable podemita ha recordado que en su familia hay muchos represaliados de Franco, que mantiene un compromiso firme con la memoria histórica y que no admite lecciones de los que gobiernan con Vox ni de aquellos que impiden que se investiguen en el Congreso los presuntos delitos del rey emérito Juan Carlos I. En realidad nadie le preguntaba por nada de eso, pero él trató de irse por los cerros de Úbeda y se le acabó evidenciando el postureo. Faltaría más que su condición de luchador por la democracia está fuera de toda duda, pero no era necesario hacer ostentación de pedigrí rojo ni desplegar el plumaje de colores a modo de gran pavo real o macho alfa del republicanismo español sino que lo que se le pedía era que dijera lo que tocaba en razón al importantísimo cargo institucional que desempeña. Bastaba con reconocer aquello de me he equivocado, no volverá a ocurrir −con sinceridad, no como el Borbón−; disculpen ustedes, no estuve fino; Gonzo me tendió una trampa en su entrevista y yo caí de boca como un pardillo; o sencilla y llanamente la cagué. No lo hizo y prefirió tirar de soberbia. El Pablo activista estudiantil se comió, una vez más, al estadista, al vicepresidente, al hombre para la historia.
Aquí no se trata de criminalizar al independentismo catalán, tal como sugiere Iglesias, sino de enjuiciar a un tipo como Puigdemont que se pasó por el forro de los caprichos unos cuantos artículos de la Constitución, del reglamento parlamentario y del Código Penal, por lo que tuvo que poner pies en polvorosa. Sin embargo, Iglesias nunca entra en el asunto policial, judicial y penitenciario. Es como si le doliera en lo más íntimo reconocer que el ex president de la Generalitat es lo que es, un prófugo de la Justicia, un sedicioso que ha cometido un nutrido elenco de delitos y no un auténtico exiliado como los patriotas republicanos que amaban España y eran leales con la legalidad vigente, véase Machado, Alberti, Azaña o La Pasionaria. Lamentablemente, nadie de izquierdas con un mínimo de coherencia y en su sano juicio puede comprarle a Iglesias esa delirante comparación entre aquellos viejos héroes de la clase trabajadora y un señor que siempre ha defendido los intereses de la alta burguesía, el nacionalismo ombliguista y el paraíso fiscal catalán.
A Iglesias se le defiende con orgullo y gusto cuando tiene razón, que ha sido la mayor parte de las veces, como cuando ha impulsado el avance de los derechos sociales, el salario mínimo vital y la ley antidesahucios. Pero ocurre que cada vez que se mete en el jardín de ETA, en el charco de Otegi y en la harina del independentismo insurrecto muchos votantes de izquierdas se ven en la necesidad de taparse la nariz y buscar alternativas en las urnas. Eso viene ocurriendo ya demasiadas veces y el vice empieza a correr serio riesgo de que le ocurra lo que le augura la arrogante e indigesta Cayetana Álvarez de Toledo: que termine por no votarle ni su propio padre.