Con motivo del aniversario de la firma del Tratado del Elíseo entre Alemania y Francia, (1963) se hicieron públicos algunos testimonios- hasta entonces ignorados. Uno de ellos trataba de la fuerza nuclear francesa. Adenauer le preguntó a De Gaulle si estaba dispuesto a que su fuerza nuclear protegiese a Alemania. El General contestó que su fuerza nuclear era muy limitada y solo podía proteger al Hexágono.
Esta respuesta convenció a Adenauer de que no había alternativa viable a la OTAN, y venía además después de que Francia hubiese rechazado la Comunidad Europea de Defensa precisamente porque suponía rearmar Alemania. Así que Alemania se rearmó con vectores nucleares americanos. Queda para el lector decidir cuál de las dos soluciones era mejor o peor.
Nos encontramos ahora con un hecho mayor. Macron está dispuesto a poner su fuerza nuclear a disposición de la UE. Es una grandísima noticia y merece ser discutida con toda la profundidad que este modesto formato consiente. Empecemos por la derivada política. Debemos decidir si queremos ese activo como disuasión nuclear pura y dura frente a los USA, Rusia y China o si su principal papel es político. Me explico. En un mundo dominado por el Tratado de No Proliferación (TNP) el planeta se divide entre una mayoría de cursos inferiores y una aristocracia de cursos superiores, por hablar como en el Bachiller. Obviamente De Gaulle buscaba sentarse a la mesa de los grandes, no otra cosa. La UE, al tener más de trescientos millones de habitantes y un PNB similar a los USA no podría conformarse con los 290 activos nucleares franceses aunque tampoco puede soñar igualdad frente a los seis mil rusos. Y ampliar su inventario supone: primero derivar medios financieros y personales al proyecto en cantidades importantes. Solo mantener adecuadamente el arsenal costaría un mínimo de diez mil millones de euros al año. Y eso está muy bien si nos lleva al corazón mismo de la construcción europea. Mutualizar banca, fisco y deuda, para empezar. ¿Estamos de verdad decididos a embarcarnos en esa singladura? Segundo. Cierta buena voluntad USA porque sin ella sería difícil acortar plazos. No olvidemos que una reclamación estructural de la diplomacia francesa es solicitar de los USA mas transferencias de alta tecnología nuclear. Grandeur o no, es una grandeur subordinada. De los cuatro Trident británicos ni hablamos. Así que dotarnos de fuerza nuclear exige diplomacia trasatlántica. Tercero. La falta de mano de obra cualificada. Entre nosotros no hay expertos en vectores estratégicos (SALT) ni en desarme. Y habríamos de participar en negociaciones en las que se manejan esos parámetros. Hay que sentarse con Rusia y los USA para ver el número, la categoría y la ubicación de todos los activos nucleares. Y con una cierta urgencia porque los USA han pedido a Rusia una reducción de presupuesto militar del 50% e incluso se proponen recortar el 40% el presupuesto del Departamento de Defensa. Lo de la mano de obra no es baladí. Ahora mismo tenemos una ministra de Asuntos Exteriores que defiende la desmembración de la vecina Rusia como algo deseable. Se apreciará el gradiente de cualificación que debemos de superar si delirios como ese son obra de la máxima responsable de la política exterior de la UE. Todo un reto. La verdad es que yo, en un esquema de máximos, pediría nuevas elecciones europeas que respondan al nuevo escenario que abre el modelo de amistad ruso-norteamericano. También, en un esquema de máximos podría defenderse o la prohibición completa del arma nuclear o su contrario, la abolición del TNP y dejar en libertad al mundo para que se arme como quiera. No lo veo tampoco factible.
Una última advertencia. La OTAN está muerta. Nació para defendernos de la URSS en un contexto de debilidad continental que ya no es el nuestro y negó por dos veces, a Yeltsin y Putin, su ingreso en la organización. Queda, y vuelvo a ello, el punto más espinoso: decidir para qué necesitamos esos activos. Aceptables si deseamos sentarnos a la mesa de los mayores y ser uno de los polos del mundo junto con Rusia, USA y China para reinventar un sistema de seguridad global. Un desastre si se buscase fundamentar lo nuclear sobre la hostilidad a Rusia, como parece ser el deseo de Reino Unido y Polonia, porque eso desataría una eurofobia aguda en Moscú que nos llevaría a una especie Guerra Fria 2.0. Y ese fenómeno no solo aniquilaría el propósito político de tener fuerza nuclear sino que nos pondría en rumbo de colisión con los dos hegemones, tanto los USA como Rusia. Expliquemos esto. Ahora que Trump no ve ya a Rusia como enemiga existencial, los europeos quedaríamos como una especie de OTAN menor y dirigida contra Moscú, con el peligro es que tanto Moscú como Washington se unan en una eurofobia del todo justificada. Temo ese sea el sueño húmedo británico. Visto que los USA abandonan el modelo de hostilidad que a ellos les gustaba, y tras la derrota de su intento de torpedear la UE sin conseguirlo, lo que le llevó al Brexit, volvería ahora por sus viejos fueros antieuropeos y antirusos, léase anticontinentales, de la mano de una OTAN de los dispuestos, algo que debemos de rechazar con vehemencia. Imaginemos el escenario: Rusia y Estados Unidos intercambian iniciativas de prosperidad y colaboración y Europa, la más interesada en una buena relación con su vecino hegemónico, contempla todo enfurruñada desde un rincón formando parte de una institución que es un remiendo de ruinas bajo la advocación de una hostilidad obsoleta. Con ello volveríamos a la Guerra Fría, pero sería solo provincial porque, en lo global, Rusia y EEUU no tendrían problemas de convivencia. Por añadidura, como aceptamos que Rusia es la madre de todos los peligros y que va a invadirnos, aunque sea en burro, seguimos comprando armas a los USA, cosa que estos no pueden hacer porque son amigos de Rusia. Aberrante. La respuesta europea al desenganche de los USA ha de ser más unidad europea, fundada en el mantenimiento de nuestros propios intereses y con la fuerza nuclear de que disponen los USA, Rusia y China, si bien mitigada según lo expresado más arriba. Rusia y Europa tienen intereses comunes, y sobre ellos ha de construirse y no sobre aparentes valores morales que no resisten la verificación de los hechos. Me refiero a las prédicas de los EEUU. Ya estamos viendo como le han ido a los valores y los derechos humanos ahora en Ucrania y lo vimos no hace mucho en Afganistan, Irak y Libia y ahora mismo en Siria. El Reino Unido tampoco parece que entiende mucho cuál es el rumbo deseable de las cosas. Las Islas están sumidas en una perplejidad estratégica que ellas mismas se ha buscado. Han rechazado a Europa, y los EEUU le rechazan a ellas. No podemos ofrecer a Gran Bretaña la oportunidad de entrar en Europa por la puerta de atrás con el propósito de torpedear los intereses comunes continentales. Además, aceptar sus sugerencias sería dar árnica a un aislamiento consecuencia de sus desvaríos. Quiso Brexit. Lo tuvo. Quiere relación especial con los USA. Pero los EEUU no la quieren y ya no existe. Algunos piensan que si, pero solo es apariencia debida a un ejercicio ejemplar de mirar para otro lado, especialidad nacional afinada por siglos de Realpolitik. No hay mejor ciego que el que no quiere ver. Y el RU no quiere ver el fracaso de todas sus estrategias atlantistas. Naufragó su papel de recadero con el viaje de Boris Johnson a Kiev que provocó una guerra innecesaria. Tampoco quiere ver que la patada en el trasero que le dieron a Francia en el Pacífico, para sustituir esa presencia por la suya propia vía el acuerdo de AUKUS, (USA, Australia, GB) ha salido también mal. No va a haber AUKUS y Australia va a tener que pagar miles de millones por haber incumplido su acuerdo de comprar submarinos nucleares franceses. Hablar inglés o haber sido la antigua madre patria decae frente a la fuerza real que se deriva de fundamentales inexistentes en el caso británico. A la hora de la verdad estratégica el Reino Unido es una Francia que habla inglés. Y queda lo más delicado en la preservación de los restos de la famosa relación especial: Canadá. Trump va a sacarla del acuerdo de los Cinco Ojos y hasta se permite insultar a Trudeau llamándole “gobernador”, lo que es verdad porque el Jefe del Estado de Canadá es el Rey del Reino Unido, léase de Starmer. ¿Qué va a decir el Parlamento británico ante todos estos desafueros? Uno, modestamente, pensaría que esos deberían de ser los problemas estratégicos de las Islas y no volver a la noria del belicismo antirruso como en los tiempos del Gran Juego.
El problema es que al otro lado del Canal estamos nosotros. Los que tendríamos que poner en su sitio a esta gran potencia fingida y decirle: “purga en la soledad de tus mareas el destino que tú misma has escogido”, estamos, sin embargo, encantados de aceptar sus desatinos. Pues para nuestra clase política la rusofobia era la hoja de parra que cubría nuestra ausencia de estrategia, y prescindir de ella sería admitir que fueron una punta de incompetentes, por no decir algo más fuerte. Así que Starmer viene a ser para esa casta ignara lo que Danielle de Volterra, alias el Braghettone, fue para los frescos de Miguel Ángel, el pintor encargado de cubrir las vergüenzas de sus personajes en el techo de la Capilla Sixtina, el salvavidas de un fracaso colectivo estrepitoso. Ha quedado claro que sin Rusia no hay salvación ni económica ni institucional para Europa, por mucho que lo deseen los baltopolacos y, siempre en prevención contra el Continente, la Pérfida Albión. Hecho elemental que produce sonrojo enunciarlo y que nuestros europeístas a la violeta ignoraron a nuestro riesgo, peligro y final desgracia.
Ahí está el meollo de la cuestión. Ante ella, repitamos alto y claro. No a una confederación de perdedores, partamos hacia esta nueva aventura sin adherencias pretéritas que nos retrasen en el reto de ascender al futuro que exigen nuestros méritos, pasados y presentes y la salud del mundo.