El incendio en Sierra de la Culebra (Zamora) ha arrasado 30.000 hectáreas y ya es uno de los peores de la historia. La zona tenía un alto valor ecológico y preocupa especialmente la colonia de ciervos y lobos, seriamente amenazados. Es un desastre total, el paraje será irrecuperable, se lamentan los ecologistas. Pasado el momento de la tragedia, llega la hora de hacer balance de la nefasta gestión. Los macroincendios van a ser cada año más voraces y devastadores como consecuencia del cambio climático. Es evidente que las instituciones deben invertir más, mucho más, en servicios forestales de extinción y prevención. Lamentablemente, el Gobierno conservador de Mañueco no está por la labor de incrementar el gasto público. Cualquier orden de intervencionismo estatal les huele a rojerío, como dice Vox, socio de coaliciones del PP en Castilla y León. Ya están pidiendo la declaración de zona catastrófica para que sea el Gobierno de Pedro Sánchez quien pague los destrozos del fuego. Son neoliberales y están contra todo tipo de impuestos, pero cuando ocurre alguna calamidad bien que piden dinero a papá Estado. Y no escatiman en intervencionismo: cuantas más ayudas a la reforestación del monte y para indemnizar a los pobres desgraciados que se han quedado sin nada, mejor.
El cambio climático cuenta con un buen aliado en las derechas, para quien todo esto del calentamiento global no es ningún problema prioritario, sino cuentos de agoreros y alarmistas izquierdosos. ¿Qué más da unos cuantos montes calcinados, unos bichejos abrasados y unos grados más de temperatura? Ya volverán a salir matojillos y florecillas otra vez. Total, la naturaleza se regenera por sí sola. Así piensa toda esta gente reaccionaria que no concede ni un solo minuto de su valioso tiempo a la ecología. ¿Han escuchado ustedes a Moreno Bonilla, el flamante presidente andaluz que gana elecciones por incomparecencia de la izquierda, dedicarle cinco minutos de campaña al dramático problema del cambio climático? No le interesa. Y eso que tiene el humedal de Doñana medio seco y arruinado. Para los chicos de Génova (y sus palafreneros negacionistas de Vox) la conciencia verde y la ruina del planeta son cosas de melenudos jipis y piojosos naturistas que van en pelotas por el bosque, comen bayas y cantan góspel, manos entrelazadas, a la luz de la luna. No pierden ni medio segundo con un asunto que preocupará mucho a la niña Greta Thunberg, pero que a ellos se la trae al fresco.
Pese a la desidia de quienes nos gobiernan, nos encontramos ante el mayor reto al que se ha enfrentado nunca la humanidad. Si seguimos por este camino de incendios destructores y subida de los termómetros, a mediados de este siglo España será el primer gran desierto de Europa donde, como diría el gran Chiquito de la Calzada, los lagartos irán con cantimplora. Playas enteras se perderán por la subida del nivel del mar, las inundaciones estarán a la orden del día, nevadas como Filomena cubrirán nuestras grandes ciudades en invierno y no habrá lugar en toda la Península Ibérica donde podamos refugiarnos de las sucesivas olas de calor que nos irán cayendo como una maldición bíblica (más bien la justa venganza de la Madre Tierra contra su hijo más insensato y criminal). Obviamente ellos, los ricos, los instalados, la casta, lo llevarán más o menos bien en sus casoplones dotados de modernos climatizadores mientras al pueblo llano, a los pobres energéticos, solo les quedará el inútil abanico que sabe a poco, la lenta agonía de noches tropicales asfixiantes y una muerte sofocante en agosto y gélida en diciembre. El cambio climático, entre otras cosas, es la consecuencia directa de siglos de ciego capitalismo degenerado en desigualdad social. Pero la gente empieza a despertar. El ciudadano empieza a estar harto y a darse cuenta de que si el monte se quema su pueblo se muere y su familia lo tiene crudo. El español toma conciencia de que donde antes había frondosos vergeles, exuberante vegetación y vida hoy hay un infinito manchurrón de ceniza, negros esqueletos de árboles calcinados y un silencio cancerígeno. La ruina económica y la despoblación.
En las últimas horas el presidente Mañueco ha sido testigo de que ese despertar ecologista ya no solo alcanza a una minoría de apocalípticos iluminados suscritos a las revistas de Greenpeace. Cuando pasaba por Villanueva de Valrojo, uno de los municipios zamoranos arrasados por las llamas en Sierra de la Culebra, vecinos indignados con la infame gestión del Gobierno autonómico salieron a la carretera a recibirlo a él y a su interminable comitiva de cochazos con cristales tintados al grito de “cabrones, nos habéis dejado sin reserva”. “Antes éramos la España vaciada, ahora somos la España calcinada”, se lamentaba uno de los vecinos con los ojos chorreantes de lágrimas. Apenas cuatro meses después de las elecciones que consumó el bifachito Mañueco/Juan García-Gallardo, los castellanos y leoneses se topan con la terrible evidencia de que a esta gente que han votado les importa un bledo la conservación del medio ambiente. Las derechas miden el progreso de un país o una región en términos mercantiles de producción y dinero sin que importe el elevado coste que ese avance pueda suponer para la naturaleza. Pero lo peor de todo no es que se haya instalado en el poder esa concepción antropocéntrica y decimonónica del hombre como amo y señor de todas las cosas y seres de este mundo, sino que Mañueco no haya invertido lo suficiente en la prevención forestal y el servicio de bomberos. Aquel fatídico 15 de junio faltaban técnicos de guardia (no había ninguno cuando debía haber cuatro) y los agentes medioambientales brillaban por su ausencia. Forestales de vacaciones, puestos de vigilancia sin cubrir y falta de camiones autobombas completaron el desastre. ¿Qué podía salir mal? Tan pirómano es el que le mete fuego al monte como el que mira para otro lado y no hace nada cuando se sabe que el infierno prende en un segundo de mechero asesino.
Este será el Prestige de Mañueco y sobre su conciencia recaerá para siempre. Ahora algunos partidos y plataformas ciudadanas se plantean llevar a la Fiscalía la negligente gestión del bifachito castellano-leonés en el terrible macroincendio de estos días. Demasiado tarde, el paraíso ha sido reducido a polvo renegrido y a un cementerio de bellas especies animales necesarias para el correcto equilibrio del ecosistema. Bien mirado, quizá se trataba de eso, de extinguir lo poco que quedaba ya. Algunos perturbados estarán brindando a esta hora porque en la Sierra de la Culebra ya no quede un solo lobo. Por fin lo han conseguido.