El incremento del gasto militar y los ecos de Roma

La Cumbre de la OTAN está rememorando la situación que se vivió en el Imperio Romano para sostener el coste de las legiones

25 de Junio de 2025
Actualizado a las 17:04h
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Trump historia negra

En el fragor de los debates de Bruselas resuena un eco tan antiguo como las piedras del Coliseo: cuando Roma, incapaz de hacer frente al stipendium de sus legiones, decidió ajustar las tuercas fiscales a sus provincias; hoy Occidente clama a sus miembros —con Estados Unidos al frente— elevar su aportación a la OTAN hasta un demoledor 5 % del PIB. ¿Progreso o simple vuelta de tuerca?

En el siglo III d.C., el Imperio Romano se tambaleaba bajo el peso de sus ejércitos. Las sucesivas devaluaciones y la inflación militar hicieron inviable pagar a los soldados: la solución —tan antigua como brillante en su crudeza— fue imponer tributos extraordinarios a las provincias, las célebres indictiones extraordinariae. Así, de Britania a Siria, se exprimió cada denario urbano para seguir manteniendo la máquina de guerra imperial. Y, poca broma, si una provincia remoloneaba, le montaban un cipostio que tenían de acudir a Roma, de rodillas, para pedir el auxilio de las legiones -y pagar el doble-.

Hoy, con el telón de fondo de una supuesta “paz garantizada” —¡vaya paradoja!—, el Pentágono y la Casa Blanca presionan para un incremento inmediato del gasto: del 2 % que hasta ahora era la meta discreta al temible 5 %. “No es una sugerencia”, advierte Washington: sumarse con generosidad o devolver el pasaporte atlántico. Nada de panegíricos ni dilaciones parlamentarias: un ultimátum disfrazado de solidaridad.

En la antigüedad, la ciudad de Antioquía vio cómo sus privilegiados intercambios comerciales se convertían en fuente de pesadilla impositiva; cada mercado llevaba la marca del fiscus militar. No muy distinta de hoy, donde Holanda se enroca en sus cuentas públicas y Alemania cuestiona si merecerá la pena hipotecar su “Exportweltmeister” por tan abstracto concepto de defensa colectiva.

Entre ironías del destino, Varsovia —fiel discípula de la “Nueva Roma” en cuestiones de gasto— rozó ya el 5 % en 2025 tras el derrumbe de unos cohetes ucranianos en su territorio. Ese episodio, que habría hecho sonreír a Julio César (si alguna vez le temió a un misil), sirvió de catalizador para alinearse con la exigencia de Washington.

El “Signalgate” de La Haya, donde un intercambio privado entre jefes de Estado apareció filtrado como una bomba de humo, subraya la nueva liturgia de la diplomacia: pantallas, cifrados, amenazas y filtraciones selectivas. Ahora, en vez de panegíricos al Senado, tenemos mensajes encriptados a medianoche con la misma carga coactiva que un edicto imperial, que “pagarán a lo grande”.

El Imperio Romano, tras encadenar impuestos, corrió tras el desastre inevitable: usurpaciones, revueltas y, finalmente, el declive. ¿Acaso creíamos que la historia era una maestra indulgente? Si no queremos repetir el guion trágico —vacíos fiscales, decepción popular, crisis de legitimidad— conviene preguntarse si el 5 % del PIB es un gesto de fortaleza o el último clavo en el ataúd de una Europa sin brújula financiera.

La comparación no es mera anécdota académica: ambos imperios, hace mil ochocientos años y hoy, se enfrentan al mismo dilema: ¿hasta cuándo se sacrificarán recursos civiles para sostener las máquinas de guerra? Y lo más gracioso —o macabro— es que cada generación que cree inventar la rueda de la seguridad descubre, al girarla, que ya estaba pintada en los muros del Palatino.

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