Israel y la justa expulsión del deporte internacional

Al igual que Rusia y Bielorrusia tras la invasión ilegal de Ucrania, los organismos y federaciones internacionales están obligados, por justicia, ética y coherencia, a aplicar el mismo criterio a un país que está practicando el genocidio sistemático

04 de Septiembre de 2025
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Israel Vuelta Ciclista
Línea de meta de la etapa suspendia en La Vuelta plagada de banderas de Palestina | Imagen RTVE

En el día de ayer se suspendió el final de etapa de la Vuelta Ciclista a España tras una justa protesta ciudadana contra el genocidio de Israel en Gaza. Hay que recordar que, a diferencia de otros deportes, uno de los equipos participantes es Israel y su mera presencia ya es una mancha en un deporte que ya ha tenido suficientes polémicas con el dopaje. 

El deporte moderno se proclama apolítico. Pero, como demuestra la historia reciente, pocas arenas resultan tan permeables a la política como los estadios. En 2022, tras la invasión rusa de Ucrania, el COI y las principales federaciones deportivas internacionales reaccionaron con inusitada rapidez: se suspendió a Rusia (y a su aliado Bielorrusia) de prácticamente todas las competiciones globales. El mensaje era claro: la agresión militar tendría un precio también fuera de los campos de batalla. Sin embargo, con Israel no tienen el valor de actuar de igual manera.

Dos años después, un debate incómodo resurge con intensidad: si Israel debería enfrentar un aislamiento similar debido a la devastación de Gaza. A medida que se acumulan pruebas de la comisión de crímenes de guerra, incluyendo la de “genocidio” presentada en foros internacionales, la presión para aplicar sanciones deportivas va ganando fuerza en Occidente, salvo en los aliados de Israel y en los países que mantienen complejo de culpabilidad.

El argumento del aislamiento

Quienes abogan por la expulsión de Israel recuerdan que el deporte no es un ámbito neutral, sino un escaparate global con enorme valor simbólico. Dejar competir a un país acusado de violaciones sistemáticas del derecho internacional equivale a normalizar crímenes de guerra y el genocidio.

El caso de Rusia proporciona un precedente incómodo para Tel Aviv. Moscú fue excluido sin reparos de los Juegos Olímpicos de 2024 y de competiciones de fútbol, tenis y atletismo. El argumento entonces fue que no se podía permitir a un agresor beneficiarse del prestigio deportivo mientras pisoteaba la soberanía de un país vecino.

Si se aplica la misma lógica, resulta difícil justificar por qué Israel sigue participando sin restricciones en la UEFA, en competiciones de baloncesto europeo o en los Juegos Olímpicos, mientras la ofensiva en Gaza deja decenas de miles de muertos, hambruna y una franja devastada. El contraste genera la percepción de un doble rasero: un estándar duro contra Rusia, flexible contra un aliado clave de Occidente.

El peso de la historia

La instrumentalización del deporte no es nueva. Sudáfrica fue apartada durante décadas del movimiento olímpico por su régimen de apartheid, hasta que la presión internacional contribuyó a forzar cambios internos. En los años 70 y 80, los boicots a Juegos Olímpicos reflejaban la Guerra Fría. El aislamiento de Rusia muestra que el deporte sigue siendo un campo donde se libra la batalla moral.

Israel, sin embargo, ocupa un terreno más ambiguo. Goza de pleno reconocimiento en federaciones internacionales, participa en competiciones europeas para escapar de la hostilidad de su vecindario, y ha cultivado redes de influencia diplomática que hacen improbable un consenso para su exclusión. Pero el precedente sudafricano recuerda que la persistencia de un conflicto marcado por acusaciones de apartheid y genocidio puede, con el tiempo, socavar ese blindaje.

Sportwashing: del desierto al Tour de Francia

Más allá de su mera presencia en federaciones internacionales, Israel ha invertido activamente en un fenómeno conocido como sportwashing: el uso del deporte como instrumento de legitimación política y de proyección de una imagen positiva en el exterior.

El ejemplo más claro es el ciclismo. En 2018, Israel patrocinó con gran despliegue mediático la salida del Giro de Italia en Jerusalén, la primera vez que una de las tres grandes vueltas arrancaba fuera de Europa. El evento, celebrado como símbolo de modernidad y apertura, fue, realmente, una maniobra para normalizar la ocupación y desviar la atención de las violaciones en los territorios palestinos.

Ese mismo año se consolidó el equipo Israel Start-Up Nation, rebautizado como Israel–Premier Tech, que compite en el World Tour y ha fichado a figuras de renombre como el cuatro veces ganador del Tour de Francia Chris Froome. Para los críticos, el objetivo es claro: asociar a Israel con innovación tecnológica, resiliencia y excelencia deportiva, en lugar de con bloqueos, bombardeos, genocidio y ocupación.

El ciclismo no es un caso aislado. Israel ha buscado visibilidad en el judo, en maratones urbanos y en la organización de torneos internacionales. La narrativa oficial presenta estas iniciativas como puentes culturales. La realidad es que no es más que un esfuerzo calculado por blanquear políticas de terrorismo de Estado mediante la estética de la competición limpia y global.

La paradoja es que este sportwashing funciona mejor cuanto más se mantiene Israel dentro del circuito internacional. De ser suspendido, como ocurrió con Rusia, la estrategia quedaría desactivada.

Politización inevitable

El dilema revela una verdad incómoda: el deporte global no es un espacio neutral, sino una extensión de la política internacional. La decisión de excluir a Rusia y no a Israel no se basa en principios abstractos de derechos humanos, sino en la aritmética de poder.

Si Israel continúa su campaña de exterminio en Gaza sin un horizonte político claro y con un saldo humano cada vez más insoportable, la presión por sanciones deportivas podría intensificarse. No porque el Comité Olímpico Internacional o la FIFA decidan súbitamente volverse coherentes, sino porque la acumulación de muertos y la erosión de la legitimidad internacional hagan políticamente más costoso mantener la excepción israelí que aplicarle el mismo estándar que a Moscú.

El juego no termina en el campo

El deporte se ha convertido en un tribunal moral paralelo. Al final, no se puede aislar de la realidad: lo que ocurre en Gaza o en Ucrania inevitablemente se refleja en el marcador internacional.

La pregunta no es si el deporte debe ser político, sino por qué razones y en qué casos. El hecho de que Rusia haya sido castigada mientras Israel sigue compitiendo revela menos sobre los principios universales que sobre las jerarquías del poder global. 

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