Kamala Harris o Donald Trump tendrán tomar decisiones difíciles sobre Ucrania, Israel, Gaza, China y Taiwán. Sin embargo, hay una cuestión en la que nadie piensa pero que podría plantear un dilema mucho mayor y un peligro aún más profundo: la política de armas nucleares.
Tras el fin de la Guerra Fría y la caída de la Unión Soviética, con la firma de acuerdos de destrucción de armas nucleares, el mundo ha vivido un período donde el riesgo de una guerra de este tipo ha sido mucho menor que en cualquier otro momento desde 1945. Es más, el peligro de un holocausto de esa magnitud ha sido prácticamente invisible para la mayoría de la gente.
La realidad es que esos tiempos han pasado a mejor vida. La crisis de 2008 fue algo más que una recesión mundial o el inicio de la era de la desigualdad. También ha tenido consecuencias a nivel geopolítico. Las relaciones entre las principales potencias se han deteriorado y el progreso en materia de desarme se ha estancado. Es más, Estados Unidos y Rusia están modernizando sus arsenales nucleares con armas nuevas y más poderosas, mientras que China ha iniciado una importante expansión de su propio arsenal. Todo ello sin contar con los programas en Irán o Corea del Norte.
La alteración del paradigma nuclear también es evidente en el renovado debate sobre el posible uso de este tipo de armas por parte de los líderes de las principales potencias, un debate que cesó en gran medida tras la Crisis de los Misiles de Cuba de 1962, cuando se hizo evidente que cualquier intercambio termonuclear entre los Estados Unidos y la URSS resultaría en su aniquilación mutua.
Ese temor ha disminuido en los últimos años y ya no resulta extraño oír hablar del uso de armas nucleares. Desde el inicio de la invasión de Ucrania, Vladimir Putin ha amenazado repetidamente con emplear su arsenal en respuesta a futuras acciones no especificadas de Estados Unidos y la OTAN en apoyo de las fuerzas ucranianas.
El mundo está ahora más cerca de una verdadera conflagración nuclear que en cualquier otro momento desde el fin de la Guerra Fría. Es un riesgo real porque el poder explosivo de los arsenales existentes no ha disminuido.
Estados Unidos y Rusia
El primer gran dilema nuclear al que se tendrán que enfrentar Kamala Harris o Donald Trump tiene fecha concreta. El 5 de febrero de 2026, expira el Nuevo Tratado de Reducción de Armas Estratégicas (Nuevo START), el último acuerdo nuclear firmado Estados Unidos y Rusia que limita el tamaño de sus arsenales.
Ese tratado limita a cada país a un máximo de 1.550 ojivas nucleares estratégicas desplegadas junto con 700 sistemas de lanzamiento, ya sean misiles balísticos intercontinentales, misiles balísticos lanzados desde submarinos (SLBM) o bombarderos pesados con capacidad nuclear.
En febrero de 2023, Vladimir Putin anunció que Rusia había «suspendido» su participación formal en el Nuevo START, aunque afirmó que seguiría respetando sus límites de ojivas y lanzamientos mientras Estados Unidos lo hiciera.
Moscú se ha negado a participar en las conversaciones para renovar el tratado mientras Estados Unidos siga apoyando militarmente a Ucrania.
En consecuencia, una de las primeras decisiones importantes que Trump o Harris deberán tomar cuando juren su cargo será qué postura adoptará respecto del futuro estatus del Nuevo START. El tiempo se agota para una negociación de este calibre.
El problema es que, en la situación actual, lo más probable es que se abandonen los límites del Nuevo START y se comiencen a añadir más armas a los arsenales nucleares.
Si Estados Unidos y Rusia abandonasen los límites del Nuevo START y comenzasen a aumentar su arsenal atómico se desencadenaría una nueva carrera armamentista nuclear, sin límites previsibles. No importa cuál de los dos bandos anuncie primero esa medida, el otro sin duda se sentiría obligado a seguir su ejemplo y ambas potencias nucleares estarían ampliando sus fuerzas nucleares desplegadas en lugar de reducirlas, lo que, por supuesto, no haría más que aumentar el potencial de aniquilación mutua.