Cuba vive otro “maleconazo” como el del 94. Miles de personas se han echado a la calle pidiendo comida, internet, democracia y libertad. En esta ocasión no estamos hablando de agentes de la CIA calentando el ambiente social y la subversión sino del pueblo, de la gente, de los parias de la famélica legión que no se tragan el cuento de que el comunismo trae paz y prosperidad para todos. La excusa de que los yanquis quieren acabar con la revolución ya no cuela, entre otras cosas porque Biden está a lo suyo, mayormente a que el fascismo trumpista no tome el Capitolio cualquier noche de estas.
Cuba está que se cae a trozos, la penuria económica ha sumido a millones en el tercermundismo más atroz, los hospitales se llenan de contagiados de covid, haciendo añicos el mito de la gran sanidad pública cubana, y no parece que las élites castristas estén por la labor de soltar las riendas del poder para acometer las reformas urgentes que necesita el país. Esta vez parece que la contrarrevolución cuaja al grito de “abajo la dictadura”, un eslogan que se extiende por todos los rincones de La Habana Vieja, mientras al presidente del país, Miguel Díaz-Canel, no se le ocurre otra cosa que dar la orden a todo comunista de bien para que salga a la calle y haga frente a los manifestantes. O sea, que está llamando a la guerra civil entre cubanos. En todo régimen corrupto en descomposición, indefectiblemente, aparece ese personaje caricaturesco y de opereta dispuesto a jugar el papel del loco iluminado. Ese es Díaz-Canel.
Los jerarcas de La Habana siguen aferrándose al poder sin entender que su tiempo ya pasó. La revolución fue un hermoso sueño que durante un tiempo liberó al pueblo de la tiranía de los negreros terratenientes y del yugo imperialista gringo. El asalto a los cuarteles de Moncada, la leyenda del Che Guevara, la fraternidad de Sierra Maestra y la huida del vampiro Batista del país, tan bien retratada en El Padrino, son ya vestigios del pasado. Nada queda de aquella Cuba que como una niña descalza y orgullosa se levantó un día del barro y la opresión para forjar su futuro y decirle al mundo que otra sociedad más justa e igualitaria era posible. Hoy lo que nos llega de allá no son buenas noticias, sino rumores de hambre y pobreza endémica, apestados de coronavirus abandonados a su suerte, escasez de alimentos, especulación, mafia, barrios enteros en decadencia, apagones de luz y de libertad de prensa y el drama de las jineteras y los chaperos de El Malecón, que se entregan a los desalmados turistas sexuales por un par de zapatillas deportivas.
Si los prebostes cubanos han resistido todos estos años de degeneración castrista y bloqueo yanqui ha sido única y exclusivamente por la mano dura y la represión de la disidencia, que ha llevado a cientos a la cárcel y a otros tantos al infierno de la miseria. Pero los cubanos, que ya no tienen nada que perder, empiezan a despertar de la pesadilla para romper los retratos del admirado comandante Fidel, del que ya no se acuerda nadie. Al pueblo, sediento de prosperidad, de luz eléctrica y de vacunas que no llegan pese a que el país es primer fabricante, le ha entrado el hambre de la libertad, que es la peor de todas porque no se sacia con un carné descolorido del partido y una cartilla de racionamiento de mierda.
Viva Cuba libre
Díaz-Canel, el último sátrapa cubano, ya ha puesto en marcha la maquinaria gubernamental demagógica al objeto de convencer al gentío de que este movimiento social es obra de los “oportunistas, contrarrevolucionarios y mercenarios pagados por el Gobierno de Estados Unidos”. Sigue sin entender nada. El “maleconazo” es el vómito de una nación que ya no puede más porque está harta de malvivir o de jugarse la vida con las mafias de los “balseros” que prometen el falso paraíso de Miami, otro infierno de racismo y explotación.
El comunismo cubano funcionó durante una época. Hubo escuela gratuita y de calidad, médicos y científicos al servicio del pueblo, pero todo se ha ido viniendo abajo como uno de esos feos edificios soviéticos aquejados de aluminosis. Hoy ya no puede decirse que en Cuba haya comunismo, sino una farsa grotesca protagonizada por cuatro clanes corruptos y mafiosos que se perpetúan unos a otros después de más de sesenta años. Cuando caiga el castrismo, que caerá, cuando a los pobres se les termine de caer la venda de los ojos, que ocurrirá, quedará al descubierto la cruda realidad, los palacios con piscinas, los jardines y griferías de oro, los tesoros del narcoestado, las bodegas de ron de primera y los crímenes horrendos de los Ceausescu de siempre. Al menos el gran Fidel tuvo el valor de salir a la calle a parlamentar con los amotinados cuando el “maleconazo” del 94, una imagen icónica que quedó para la historia. Estos de ahora no tienen agallas ni para eso porque de rojos no tienen nada y no son más que unos impostores, cuando no unos traidores al marxismo y al pueblo que se han encastillado en sus palmerales frondosos de los que brotan dólares como dátiles.
¿Y dónde están ahora los líderes de la izquierda española, dónde están los intelectuales en este momento trágico para nuestros hermanos cubanos? Que se expliquen ya, que afronten la realidad, que reflexionen, que hagan la catarsis oportuna y no se escondan en dogmatismos absurdos, doctrinarismos sectarios y la idea inmadura y naíf de una Cuba que solo existe en sus tertulias para progres teóricos a miles de kilómetros de distancia de la realidad. Cuba fue una feliz utopía, un sentimiento interior. Nuestra generación vivió como propia la esperanza de libertad caribeña, pero aquello ya no es lo que era (si es que alguna vez fue algo hermoso) y de allí no puede salir otra cosa que no sea unas elecciones democráticas vivificantes, por mucho que exista el riesgo de que el país vuelva a caer en las manos sucias del Batista de turno al servicio del Tío Sam y la isla se convierta en un burdel con mucha hamburguesería, hoteles Trump y bases de la OTAN. La libertad es un riesgo que merece la pena correr y para los cubanos siempre será mejor apostar a la ruleta de un nuevo futuro, con todas sus incertidumbres y peligros, que seguir viviendo en un infierno de paredes desconchadas, barro, triste y melancólico son cubano “pa bailar y pa gosar” y decadencia sin fin. Cuba para los cubanos, no para una casta de aprovechados y jetas que con la excusa de una revolución que ya no existe vive a cuerpo de rey mientras el pueblo se muere de hambre. Esta vez sí, viva Cuba libre.