“Vamos a volver al 36”, cantaba un grupo verbenero con ínfulas de divos del tecno-pop durante el aquelarre fascista organizado por Vox este fin de semana en Madrid. Echenique los ha definido como los “Take That nazis” y Rufián como los “OBK fachas”. Los teloneros del nuevo fascismo europeo fueron la apoteosis final de una fiesta en la que tomaron parte, presencialmente o mediante videoconferencia, Donald Trump, el presidente polaco, Mateusz Morawiecki, y la reciente ganadora de las elecciones italianas Giorgia Meloni. Las canciones exaltando el golpe de Estado de Franco y los elogios de Santiago Abascal hacia José Antonio Primo de Rivera fueron la constatación fehaciente de que esta gente no va de farol, como diría Vladímir Putin, uno de los grandes inspiradores y mecenas del posfascismo europeo en este convulso siglo XXI.
En Vox ya se mueven sin complejos. Saben que el Partido Popular sube en las encuestas mientras ellos siguen pinchando en hueso. El proyecto ultra no termina de cuajar en España, quizá porque aquí tenemos todavía demasiado recientes los cuarenta años de dictadura fascista. En países como Italia, Francia y Alemania derrotaron el totalitarismo en 1945. Desde entonces las generaciones posteriores han tenido tiempo de dejar atrás los berridos de Hitler, los espumarajos que Mussolini soltaba por la boca y el horror de las cámaras de gas. Apenas quedan supervivientes del holocausto para contar los pormenores y detalles de la pesadilla, de modo que con el paso de las décadas los ciudadanos de la Europa opulenta se han olvidado de lo que significó el nazismo.
En España hemos salido de ese pozo hace cuatro días, como aquel que dice. Es cierto que ha habido un virulento resurgir de la extrema derecha en los últimos años, pero muchos españoles siguen recordando el miedo metido en el cuerpo y el dolor que dejaba la porra de los grises cuando impactaba en el trasero o en el costado. La Transición no ocurrió hace un siglo ni dos, fue antes de ayer, y eso no se olvida. Las cámaras de tortura de la Brigada Político Social, el terror colectivo a un nuevo golpe de Estado y a una confrontación civil, el silencio impuesto, la represión policial y militar, la censura y la anulación de la libertad son cosas que una buena parte del pueblo todavía no ha superado. Los abuelos se lo cuentan a sus hijos y nietos y ese boca a boca, aunque poco a poco se vaya diluyendo con el paso del tiempo, sigue funcionando como vacuna contra el nazismo. Por eso embarranca el proyecto ultraderechista ibérico de Abascal, por eso no termina de cuajar el programa como sí lo hace en otras latitudes europeas, donde algunos demagogos nacionalpopulistas, a fuerza de bulos, revisionismos históricos y mucho odio reciclado, han conseguido enterrar la verdad y borrar la memoria histórica.
Desde la expulsión de Macarena Olona, el Caudillo de Bilbao está más nervioso que nunca. Y cuando un patriotero demagogo ve cómo su barco se hunde cada día un poco más, echa toda la leña en la caldera. Eso es lo que vimos el pasado fin de semana en Madrid. Las banderas españolas al viento, la puesta en escena cutre e improvisada, el decorado de verbena de barrio, ese grupo musical tratando de erigirse como los Mecano del nuevo fascismo posmoderno (si Leni Riefenstahl levantara la cabeza), los vídeos enlatados de los líderes políticos internacionales y los discursos vacíos de contenido de los ideólogos del engendro que tomaron parte en el evento –venden lo mismo de siempre, Dios, patria y orden y poco más– lejos de ser una demostración de fuerza reveló las debilidades y carencias actuales de Vox. Ni siquiera el grotesco estribillo musical de los teloneros del fascismo (“feministas se quejan de una violación grupal, hay más que investigar, me da igual, son de Senegal”), servirá para captar el voto machista y conservador, ya que Vox tocó techo hace tiempo y le resultará imposible ensanchar su electorado entre las clases medias moderadas que sienten pavor ante unos tipos que pretenden llevarnos otra vez al 36.
Ni las estupideces del ricacho Trump montado en su jet privado servirán para sacar al partido de la crisis monumental a la que está abocado tras el escándalo Olona, tras las escisiones, tras las dimisiones en bloque de algunas directivas locales y provinciales y la alarmante pérdida de punch en las encuestas. Mal que le pese a Abascal, los vientos soplan favorables a Feijóo y a la derechita cobarde. Hasta Meloni ha ganado en Italia moderando su discurso (no la verán ustedes pidiendo un retorno a la Segunda Guerra Mundial, es malo para el negocio). El aquelarre de este fin de semana habrá satisfecho a los más friquis y cafeteros, pero pasará factura en los sondeos, ya que la mayoría de los españoles huyen del descerebrado alegato guerracivilista por mucho que se envuelva en un grupo musical que no está ni para unos bolos en las fiestas de San Isidro.