En el Reino Unido hay un ministro que se ha metido en un realityshow, en plan Supervivientes, en busca de emociones fuertes como freír un huevo con saliva, escalar un cocotero o comerse el pene de un canguro. El programa grabado en Australia, Soy un famoso, ¡sacadme de aquí!, espera reventar los índices de audiencia con la participación del político más friki del partido tory. Como era de esperar, en cuanto los estirados de la cúpula conservadora británica se han enterado del asunto han puesto de patitas en la calle a Matt Hancock, que así se llama el fulano.
Está siendo un annushorribilis para la derechona de la PérfidaAlbión. Al ínclito Boris Johnson lo pillaron in fraganti dándose a orgías desmedidas en medio del confinamiento por la pandemia mientras los ingleses las pasaban canutas. El rellenito despeinado se vio obligado a dimitir y por un momento parecía que la cosa se normalizaba en la democracia más antigua y consolidada de Europa. No fue así, la astracanada continuó en todo lo suyo. A Johnson lo sucedió Liz Truss, que hace apenas cuatro días tuvo que presentar su renuncia cuando estaba a punto de enviar el país al garete con sus recetillas de aprendiz de chef neoliberal. Rishi Sunak, recambio de la que iba para nueva Dama de Hierro, es un magnate de origen indio aficionado a los trapitos caros que promete grandes tardes de gloria. Visto cómo está el patio en Downing Street, cualquier cosa puede pasar.
Una extraña fiebre de esperpéntico trumpismo parece apoderarse de la derecha europea tradicional. Por momentos, gente respetable con bombín, monóculo, chaleco y bastón se vuelven cabezas locas, adolescentes gamberros, niñatos nihilistas. ¿Qué queda de aquella derecha churchilliana, seria y responsable que ejercía las labores de gran partido de Estado y pilar fundamental para el sostenimiento del sistema? Nada. En Europa, toda esa alta cultura política se la ha llevado el viento arrastrada por el estilo chabacano que impone el reaccionarismo estadounidense marca Trump. Los hombres y mujeres educados en Oxford y Cambridge se extinguen por alguna extraña razón; las brillantes mentes del conservadurismo anglosajón que escribían sesudos tratados sobre democracia, parlamentarismo y derechos humanos han desaparecido sin que se sepa muy bien la causa; la derecha biempensante y secular, en definitiva, se ha ido a tomar por retambufa en apenas un lustro.
Cinco años, cinco, ese es el tiempo exiguo que ha necesitado el postfascismo trumpista para contaminarlo todo y demoler la gran catedral gótica que había construido el eterno Winston Churchill. Hoy, el partido tory se ha convertido en un circo lleno de payasos, transformistas y actores de vodevil sin ninguna gracia. Las bufonadas sustituyen a las ideas, el espectáculo al programa político y los nombres artísticos a los apellidos ilustres para la basura de la telerrealidad televisiva. El tal Hancock, al que acabarán rebautizando como Matt El Anguila o El Salvaje Matt, ha sido una auténtica piltrafa como ministro de Sanidad (el covid se dio un gran festín con los muertos y contagiados y él tuvo que pedir perdón por saltarse el distanciamiento social para verse con su amante), pero eso en la política de la posverdad trumpista que se impone hoy en día es lo de menos. En poco tiempo habrá nacido una estrella en taparrabos con un arco y un carcaj a la espalda, un Adán que entroncará con su Eva y pescará muchas truchas australianas, si es que las hay, para sobrevivir. Como político habrá sido un oprobio, pero va a poner las audiencias televisivas al punto de ebullición, que a fin de cuentas es lo que divierte y entusiasma a las decadentes sociedades occidentales de hoy.
De alguna manera, la decrepitud de la derechona británica se deja sentir también en nuestro principal partido conservador, el PP, que está dando graves síntomas de putrefacción y trumpismo metastásico. No queremos decir con ello que vayamos a ver a Feijóo medio en pelotas en ningún sarao de Telecinco, ni a Cuca Gamarra aireando sus intimidades, en plan Rocío Carrasco, en el programa de Jorge Javier Vázquez. Nos estamos refiriendo, claro está, a la decadencia de las ideas conservadoras, a la pérdida de los nobles valores y principios, al cínico filibusterismo como forma de hacer política, a toda esa degradación en la que ha caído el Partido Popular desde que el caudillo Aznar salió de la política. Mariano Rajoy ya fue un monologuista del Club de la Comedia más que un hombre de Estado; de Pablo Casado qué podemos decir, este se construyó un personaje extraño que acabó en la debacle de los 66 escaños y el auge de Vox. Feijóo es otro farsante, un figurante para el gran reality show de la política española que unas veces se disfraza de moderado y otras se le transparenta la camisa azul Falange, por mucho que quiera convencernos de que está siendo secuestrado por el fascismo mediático, financiero y judicial.
El Partido Popular nunca fue una derecha europea, parlamentaria y aseada. Fue más bien la herencia carpetovetónica y africanista de la dictadura, el franquismo sociológico debidamente maquillado y readaptado a los nuevos tiempos. Por eso no vamos a caer aquí en el error de compararlo con el partido tory británico de los casi dos siglos de democracia. Son dos cosas radicalmente diferentes. Sin embargo, todo lo malo se pega y es evidente que a Génova también ha llegado la nueva moda nacionalpopulista que ha estado a punto de arruinar el Reino Unido con tanto Brexit, tanta flema patriótica y tanta economía ultraliberal. El PP de hoy es Ayuso y poco más. Sus votantes empiezan a darse cuenta estos días cuando, aquejados de alguna enfermedad, telefonean a su centro de salud para pedir cita y les salta el contestador automático. El trumpismo anglosajón mata, y si no que se lo pregunten a ese pobre niño de Madrid que ha estado a punto de morirse, entre convulsiones, porque no había médico que lo atendiera. La Sanidad pública no tiene arreglo, pero cualquier día vemos a Ayuso concursando en Supervivientes como una celebrity más. Madera no le falta.