La escuela de la Segunda República: una reforma ambiciosa que las derechas, una vez más, sabotearon

18 de Abril de 2021
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Ahora que se cumplen 90 años de la proclamación de la Segunda República conviene centrarse en un indudable logro de aquellos años: la reforma educativa del primer bienio progresista (1931-1933), un proyecto encomiable y ambicioso que podría haber dado sus frutos a largo plazo, con generaciones de hombres y mujeres más cultos y preparados, de no haberse truncado el futuro del país con el estallido de la Guerra Civil. En este país hace tiempo que se ha instaurado la idea de que la Segunda República fue la historia de un rotundo fracaso en todo, lo cual es cierto solo a medias.  No se puede negar que algunos proyectos como la reforma agraria, la reforma fiscal o la remodelación del Ejército para adecuarlo a los valores democráticos, finalmente quedaron en papel mojado. Sin embargo, en educación se empezaron a dar pasos importantes para culturizar a las masas y aunque la tarea quedó sin completar –no solo por la desgracia de la contienda fratricida sino también porque los recursos del país eran escasísimos–, es de justicia elogiar la labor de quienes trazaron la política educativa de aquellos años.

La atención de los sucesivos ministros de Instrucción Pública, Marcelino Domingo y Fernando de los Ríos, se concentró principalmente en resolver las gravísimas deficiencias de infraestructura existentes, sobre todo en la enseñanza primaria. El esfuerzo educativo republicano, especialmente en este primer bienio progresista, fue realmente ejemplar. Cuestión diferente es la gestión de los gobiernos conservadores o radical-cedistas que se instalaron en el poder a partir de las elecciones generales de 1933 y que llevaron a cabo graves recortes en educación pública y cultura. Una vez más, las derechas se encargaron de hacer retroceder al país en las conquistas sociales alcanzadas, y este constante sabotaje es un denominador común que se repite, una y otra vez, como una maldición bíblica, en la historia de España.

Existen abundantes estudios históricos, con datos estadísticos completos, que demuestran que los partidos de izquierdas se volcaron en la tarea de sacar a los españoles de la situación de absoluto analfabetismo que acarreaba el país desde al menos el siglo XIX. Los documentos que han llegado hasta nuestros días no engañan. El presupuesto educativo en los tres primeros años de la Segunda República pasó del 5,5 al 7 por ciento, un salto cuantitativo importante teniendo en cuenta que España atravesaba por un momento de crisis económica galopante y que buena parte de la población malvivía en grandes bolsas de pobreza, tanto en el campo como en las grandes ciudades.  

El Ejecutivo del primer bienio de la República duplicó el número de alumnos escolarizados de 70.000 a 130.000. Por su parte, las plantillas de maestros dieron otro salto considerable al pasar de 36.000 a 51.000 profesores, creciendo anualmente a un ritmo del triple del registrado durante la etapa monárquica. Por si fuera poco, también se incrementaron sustancialmente los sueldos del personal docente, de tal forma que aquel viejo dicho castellano de “pasas más hambre que un maestro de escuela” empezó a quedar felizmente superado. Respecto al número de escuelas de enseñanza básica, la inversión fue notable, ya que se abrieron 13.000 colegios públicos, aunque algunos historiadores menos optimistas reducen la cifra a la mitad. En cualquier caso, el esfuerzo no dejó de ser importante y algunos autores dan por sentado que ningún gobierno en los países de nuestro entorno incrementó de una manera tan significativa su presupuesto educativo como el español.

Todas estas medidas quedaron grabadas para siempre en una frase antológica de Rodolfo Llopis, el gran director general de Primera Enseñanza en el período progresista 1931-1933, quien llegó a decir que en cuestiones de educación “la República hacía en un año lo que la Monarquía en quince”. Sin duda, el socialista Llopis puso en marcha una de las más ambiciosas reformas educativas en la historia de nuestro país y dotó a España de la mejor generación de maestros y maestras hasta entonces. En su destino de más de una década como maestro en Cuenca, Llopis comprobó de primera mano la “dramática situación de la escuela española y su cruel abandono, a la vez que pudo poner en práctica los principios que habrían de impulsar sus reformas educativas posteriores. Los dos pilares de su reforma fueron la socialización de la cultura, intentando que esta llegara a todos los rincones del país, y el establecimiento de la escuela única”, relata la publicación digital La escuela de la República. Famosas fueron la Misiones Pedagógicas, caravanas de maestros voluntarios que a lomos de mulas y sorteando valles y montañas llevaban la escuela a hombros allá donde no había. En ellas participaron personalidades ilustres de nuestra cultura que se dejaron la piel en la tarea. Sin olvidar el taller de teatro La Barraca,impulsado por el maestro Lorca.

Se hizo mucho, qué duda cabe, pero España era un país de analfabetos con un atraso secular y el esfuerzo inversor ciertamente se quedó corto. Las infraestructuras educativas eran tan escasas que aún en el supuesto de que se hubieran creado 16.000 escuelas más en todo el país hubiesen sido necesarias otras 11.000. Otro dato interesante es que solo en Madrid el número de matriculados en escuelas privadas era superior al que acudían a colegios públicos (lo cual demuestra el poder que aún ostentaba la Iglesia católica, tradicional guardiana y custodia de la enseñanza en este país). Con todo, aún eran más los que no tenían escuela de ningún tipo.

Todo ello demuestra en qué bajo nivel de incultura y subdesarrollo se encontraba el país tras siglos de gobiernos monárquicos corruptos apoyados por la derecha más rancia y carpetovetónica. Una vez más, cuando las derechas llegaron al poder en 1933 (arrastradas por los vientos fascistas que soplaban en Italia y Alemania), la educación cobró nuevos tintes religiosos, la escuela pública retornó al abandono tradicional y los libros fueron para quienes pudieran pagárselos. Esa misma derecha es la que hoy quiere imponer el pin parental y la educación clasista y reaccionaria, de tal forma que España siga siendo un país eternamente dormido en el pasado.

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