La izquierda alternativa andaluza debe separarse de los oportunistas y melodramáticos análisis que los partidos del sistema hacen de los resultados electorales. Tampoco debe dejarse llevar por “tertulianos” pues, al fin y al cabo, no dejan de ser engranajes en el relato del statu quo. La izquierda alternativa andaluza no puede perder en ningún momento su carácter transformador para entender que, sea cual sea el proceso electoral, la pérdida o ganancia de representación institucional depende de un contexto sociocultural que, por ahora, le es ajeno y muy difícil de aprovechar si no se está preparado.
Empecemos por el final para no alarmarnos. Tener más o menos representación en las instituciones tras un proceso electoral es importante si, por ejemplo, el objetivo es frenar un gobierno en mayoría absoluta de la derecha, no dejar todo el espacio a formaciones del régimen o acceder para aplicar políticas reformistas en un momento socialmente crítico. Ahora bien, la izquierda transformadora debe saber que alcanzar cualquiera de los objetivos es extremadamente difícil cuando el neoliberalismo se encuentra plenamente asentado.
Para contrarrestar los efectos de la metacultura neoliberal la izquierda alternativa cuenta con las ventanas de oportunidad que genera el propio sistema y el trabajo diario de estimulación, concienciación y debate reflexivo desde las bases. El primer caso se da muy puntualmente en la historia y responde a momentos determinados de crisis socioeconómicas en las que la población se muestra cercana a discursos reformadores o rupturistas. Bajo esa circunstancia los partidos progresistas y de izquierdas ven crecer de forma inesperada su popularidad y éxito electoral para, posteriormente y cuando la situación se estabiliza, caer al mismo y vertiginoso ritmo.
El segundo caso es el más laborioso e importante pues asegura cierta estabilidad a las organizaciones y movimientos de izquierdas. Contar con bases socialmente fuertes y participativas que, además y por supuesto, saben lo que dicen y hacen es lo que permite construir con solidez un relato alternativo popular que contrarreste al de la metacultura neoliberal. Si bien este trabajo obtiene sus frutos a largo plazo (sin fecha prevista en el horizonte) sería un error considerar que la puesta en marcha de un proyecto transformador no urge y se puede reinventar tantas veces como sea necesario. En ese sentido, no podemos olvidar que cuando se da una ventana de oportunidad y se precisa echar un pulso al poder es mejor hacerlo con unas bases bien formadas (sea cual sea su anchura) que optimicen el momento y, además, retenga el mayor espacio político posible una vez comience el retroceso electoral. Esto es muy importante.
Dicho lo cual ¿cómo interpretamos lo ocurrido el pasado 19 de junio? En Andalucía hemos vivido un proceso de reestructuración de la izquierda alternativa con la creación de dos espacios “nuevos” fruto de la rocambolesca ruptura de Adelante Andalucía. Estas organizaciones, creadas casi ad hoc para el proceso electoral, apenas si han tenido tiempo para asentarse y determinar hacia dónde quiere ir cada una de ellas. Es decir, ni Adelante ni Por Andalucía contaban con unas bases asentadas en torno a proyectos claros o estructura política territorial propia para escenificar presencia en las diferentes localidades andaluzas. Además, dentro de Por Andalucía concurren seis organizaciones políticas con sus dimes y diretes internos e históricos entre sí (en muchas localidades o provincias no superados) que, por si fuera poco, ha potenciado la abstención entre los simpatizantes y militantes. Bien, pues con esos mimbres la izquierda alternativa ha concurrido a unas elecciones en las que, además, el contexto sociocultural andaluz y Estatal no era para nada favorable.
En resumen, el resultado electoral, sin ventana de oportunidad ni organizaciones políticas asentadas para, por lo menos, contener el avance de las derechas, no podía ser otro que el cosechado. Pero no pasa nada. La izquierda alternativa no puede contemplar las elecciones como una competición entre partidos para salvar con honra un número determinado de diputados ni, por supuesto, al electorado como votantes a los que simplemente hay que convencer con los métodos del sistema para que depositen su papeleta (la “hiperpolitización” de la Transición y 15M ya van de paso).
Esto último hay que decirlo bien claro: la izquierda alternativa no llega a las clases populares a través de los mass media, de los discursos en las instituciones ni en las campañas de quince días sino, más bien, a través del trabajo intelectual y combativo desde las bases de los partidos, organizaciones y movimientos sociales. Sin este trabajo previo no se avanza. Ahora bien, seamos serios y estables para no parecer organizaciones de usar y tirar. No se puede estar reinventándose, refundándose o fusionándose para generar expectativas electorales que, como viene siendo tradición, no tienen continuidad en el tiempo.
La izquierda alternativa debe construir cimientos sólidos y certeros frente al presente gaseoso, líquido o efímero que ofrece la metacultura neoliberal. Hay que aparcar el “programa, programa, programa” (eso vendrá una vez se tenga claro quiénes somos y qué queremos) para instaurar el “partido, partido, partido” (abierto, diverso y reflexivo) como herramienta para que las clases populares participen de forma activa en la construcción de su proyecto y puesta en marcha. Así mismo, habrá que recuperar y dinamizar medios de comunicación propios e independientes para que canalicen las inquietudes, necesidades y propuestas de la mayoría social.
En Andalucía queda mucho camino por andar (quién peine canas dirá que como siempre) pero si se tienen las cosas claras y se es constructivo tendremos más o menos orientado el sentido de la marcha “verde blanca, y verde”.