Hace unas semanas, la OTAN dejaba a las empresas españolas fuera de una reunión crucial con representantes de la industria de defensa. Quizá en aquella decisión pesara que España es el país situado en la posición número 22 entre los donantes de armas a Ucrania (es decir, no se encuentra en el club de los importantes para la industria armamentística). Las potencias atlantistas creen que nuestro país es un estado militar de segunda fila y como tal lo trataron cuando fue apartado de la ronda de contactos para tratar sobre la producción en masa de una nueva generación de armamento.
La guerra ucraniana ha desatado una auténtica carrera por la fabricación de alta tecnología militar, pero paradójicamente nuestro país ha visto cómo quedaba fuera de la tarta del negocio del siglo. Fue tal el enfado monumental del Gobierno, que la ministra de Defensa, Margarita Robles, amenazó con dar plantón a sus homólogos en aquella reunión trascendental de la Alianza Atlántica.
Fuentes aliadas confirmaron que Robles no participaría en la próxima reunión con ministros y representantes del sector en protesta por un proceso que España considera “poco transparente”, del que no se conocen los criterios seguidos y que se ha realizado, en todo caso, sin las consultas necesarias. Las citadas fuentes señalaron al equipo del secretario general, Jens Stoltenberg como responsable del veto al Gobierno de Madrid.
Por todo ello, España vetó el plan industrial propuesto por la OTAN y aseguró que no cambiaría su posición mientras no se incluyera a las industrias españolas, según confirmaban fuentes del Ministerio de Defensa. Esa fue la forma diplomática del departamento de Margarita Robles de decir que se esperaba una rectificación.
España invierte poco en armas a Ucrania
El pasado 16 de junio, la OTAN corregía al asegurar que sí contará con las empresas españolas en los diferentes foros de armamento que van a comenzar a trabajar a corto plazo. Stoltenberg piropeó los grandes avances tecnológicos de nuestro país y alabó la forma de trabajar de las compañías hispanas, sin duda tratando de enmendar el error inicial. El jefe otanista había caído en la cuenta de que, de un tiempo a esta parte, España se ha convertido en uno de los principales aliados de Estados Unidos y en uno de los grandes arietes en la batalla contra Putin, de modo que dejarla fuera del reparto de beneficios podía resquebrajar la cohesión de la Alianza Atlántica.
Sea como fuere, un gran pelotazo armamentístico se está gestando en la UE. “El gasto militar mundial en 2022 pasó de los dos billones de euros. Solo en Europa fue de 350.000 millones de euros, esto es, un 3,6 por ciento superior al del año anterior. La guerra de Ucrania, con el suministro de armas y asistencia militar al ejército de Kiev, está detrás de esta escalada de inversiones de los países europeos en armamento”, escribe el periodista Juan Antonio Sanz en Público.
Un informe del instituto de investigación para la paz Sipri, con sede en Estocolmo, Suecia (país que ha solicitado la entrada inmediata en la OTAN), revela que la industria armamentística ha crecido un 1,9% en el último año, generando unos beneficios de 592.000 millones de dólares (más de 564.000 millones de euros, al cambio actual). El negocio de la guerra de Ucrania está forjando no pocos imperios financieros.
Industria armamentística en auge
Como trasfondo de la operación está un gran plan para renovar el obsoleto arsenal armamentístico europeo, con el consiguiente beneficio para la industria norteamericana. Las empresas estadounidenses –Lockheed Martin, Raytheon, Boeing, Northrop Grumman y General Dynamics, las cinco primeras empresas armamentísticas del mundo en volumen de ventas–, se frotan las manos.
En ese contexto se encuadran las declaraciones belicistas de Josep Borrell, alto representante de la UE para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, para quien "solo se puede llegar a la paz si se gana la guerra". Obviamente, antes que la paz está el negocio, y hoy por hoy quienes mandan en las reuniones políticas y militares son los grandes magnates yanquis del sector, que estos días presionan a Joe Biden para que fuerce el envío de más armamento al Gobierno de Zelenski.
Cazas de última generación, helicópteros, carros de combate, piezas de artillería, obuses, vehículos ligeros, guerra inteligente, fusiles de asalto ultrasofisticados, barcos, vestuario militar… El plan bestial que está a punto de ponerse en marcha (si es que no lo ha hecho ya) contempla la fabricación de todo tipo de maquinaria y artefactos de guerra en el corto plazo. Y todo está firmado con jugosos contratos blindados. Putin lo sabe, y esa es una de las razones por la que los rusos tienen que ganar la guerra cuanto antes. Si Moscú no consigue la victoria total antes de otoño, Ucrania se convertirá en el país con el armamento más moderno y letal de Europa. Un enemigo muy peligroso a las puertas de Rusia.
Lógicamente, el movimiento empresarial de la industria militar obedece a una doctrina política de la Casa Blanca: convertir a Ucrania en la avanzadilla, bastión o primera línea de trinchera en el Nuevo Orden Mundial y en la nueva Guerra Fría que se está configurando. Lo último que se ha conocido es que Biden ha autorizado la entrega de bombas de racimo (prohibidas en 120 países por las convenciones y tratados internacionales) a Ucrania. Solo Estados Unidos, el régimen de Kiev y Rusia admiten este tipo de armas de consecuencias terribles. Alguien está ganando más dinero que nunca con la carnicería ucraniana.