Hoy España juega su quinta final de la Eurocopa. En las cuatro anteriores se obtuvieron tres victorias (1964 con los goles de Chus Pereda y el mítico de Marcelino frente a la URSS; 2008, con el gol de Fernando Torres ante la Alemania de Ballack; 2012, con una de las exhibiciones de fútbol más grandes que se han visto jamás en un torneo de selecciones, con los goles de David Silva, Jordi Alba, Fernando Torres y Juan Mata ante la Italia de Gigi Buffon y Andrea Pirlo). La derrota llegó en 1984 contra la Francia de Michel Platini. Todo el mundo recuerda el error de Arconada, pero no se puede olvidar que ese gol vino propiciado por una falta que no fue.
En el fútbol hay nombres inolvidables y debates sobre quién o quiénes han sido los mejores de la historia: Pelé, Garrincha, Riva, Luis Suárez, Maradona, Cruyff, Di Stefano, Eusebio, Beckenbauer, Blogin, Zidane, Cristiano Ronaldo, Messi y un largo etcétera. Sin embargo, todos ellos tienen algo en común: tenían en sus pies y en su instinto el fútbol de la calle.
Las cosas que hacían todos esos nombres eran la trasposición en el campo de juego de lo que se había aprendido en los patios, en la calle, en las pequeñas canchas de fútbol sala, en los solares, en los parques o en los patios de los colegios. La calle enseña un instinto especial que deriva en la creatividad y, en consecuencia, en lo inesperado. Ahí es donde radica la belleza del fútbol: en la inspiración que genera admiración.
Sin embargo, eso se está muriendo poco a poco porque, en primer lugar, los niños no tienen lugares para poder jugar en libertad. Los solares y descampados han dejado sitio a bloques de viviendas o a parques en los que se hace imposible que se junten dos equipitos de chavales con cuatro piedras o cuatro mochilas a modo de porterías. Lo más que hay son canchas de fútbol sala pero que, finalmente, son utilizadas por chicos más mayores que no dejan jugar a los más pequeños.
El destino final son las escuelas de fútbol o, en su caso, las canteras de los clubes, que no tienen por qué ser las de los grandes. Ahí, desde muy pequeños, incluso en categorías de benjamines, ya se les empieza a enseñar la importancia de la táctica, de la posición, del dibujo. Estas escuelas tienen una función social muy importante, no cabe duda, pero la exigencia de resultados redunda en la anulación absoluta de la creatividad de los pequeños. Por eso se ha perdido lo que antes era más habitual.
Brasil siempre fue la cuna del llamado «jogo bonito», con jugadores espectaculares. Sin embargo, los resultados mataron su esencia y lo llevaron hacia un estilo más «europeo» en el que ganaron, sí, pero perdiendo su alma y presentando selecciones que insultaban su legado histórico. Todo el mundo recuerda a esa Brasil del 70 con esa delantera mítica formada por Jairzinho, Gérson, Tostão, Pelé y Rivelino. También ha quedado en la historia del fútbol esa selección de 1982 con jugadores como Junior, Toninho Cerezo, Falcao, Sócrates y Zico. Todo ello sin olvidar a jugadores como Garrincha, Dirceu o Amarildo.
Todos estos jugadores del gran Brasil venían de las calles y hacían las cosas que hacían por esa razón. Pero en ese país ha habido otros grandes jugadores pero que, en algunos casos, fueron engullidos por el tacticismo. El Neymar que jugaba en el Santos no tenía nada que ver con el que terminó siendo en Europa.
Lamine Yamal, al rescate
Y en medio de esta pérdida absoluta de imaginación en el fútbol, aparece esta temporada un chaval de la cantera del FC Barcelona que deslumbra a todo el mundo precisamente por la frescura de su juego, con la imprevisibilidad de lo que iba a hacer y con una «cara dura» que hacía mucho que no se veía en un jugador español.
En esta temporada en la que el Barça se ha destacado más por sus escándalos, por sus problemas fuera de la cancha, por un juego mediocre y por las idas y venidas de su entrenador, era muy chocante que los mejores jugadores hayan sido dos adolescentes: Lamine y Cubarsí.
Ahora, en la Eurocopa, el delantero de la Selección Española ha destapado el tarro de las esencias en el mejor escenario: la Eurocopa. El gol que marca a Francia es una mezcla de clase, técnica y de alma del potrero que lleva dentro. Ese gol hizo sonreír y aplaudir a Pelé, a Maradona y a Garrincha allá donde estén. Lamine se ha convertido, con sólo 17 años, en la esperanza del retorno de un fútbol que jamás debería haberse ido por el tacticismo y por la presión por conseguir resultados en el corto plazo.