Las prioridades económicas han provocado que el COVID-19 gane la batalla a las vacunas

11 de Enero de 2022
Actualizado el 02 de julio de 2024
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Farmacéuticas Covid

A pesar del desarrollo casi milagroso de vacunas efectivas contra el COVID-19 en 2020, el virus ha seguido propagándose y mutando a lo largo de 2021. La falta de una colaboración mundial eficaz ha sido la causa principal de la prolongación de la pandemia, tal y como ha denunciado en distintas ocasiones la Organización Mundial de la Salud (OMS).

En 2021 también se puso en marcha COVAX, un programa respaldado por las Naciones Unidas para ayudar a los países en desarrollo a proteger a sus poblaciones contra el COVID-19, y se adoptaron medidas de preparación para futuras crisis sanitarias mundiales.

Sin embargo, en noviembre del año pasado la variante ómicron se convirtió en motivo de preocupación mundial, ya que se contagiaba mucho más rápidamente que la cepa dominante delta. Las constantes advertencias de la ONU de que las nuevas mutaciones eran inevitables y el fracaso de la comunidad internacional para garantizar la vacunación de todos los países, y no sólo la de los ciudadanos de las naciones ricas, habían sido claramente desoídas.

A mediados de diciembre, el director de la OMS, Tedros Adhanom Ghebreyesus, advirtió en una rueda de prensa que ómicron se estaba «propagando a un ritmo que no habíamos visto en ninguna de las variantes anteriores. Seguramente, ya nos hemos dado cuenta de que subestimamos este virus a nuestra cuenta y riesgo», afirmó.

Un fracaso moral

En enero de 2021, António Guterres, secretario general de las Naciones Unidas, lamentó el fenómeno autodestructivo de la «fiebre nacionalista de vacunación», y recriminó a los gobiernos la falta de solidaridad, recordándoles que ningún país saldría airoso del COVID-19 en solitario.

El director de la OMS en África, Matshidiso Moeti, condenó, por otra parte, el «acaparamiento de las vacunas» que sólo prolonga y retrasa la recuperación del continente. «Es profundamente injusto que los africanos en situación de mayor vulnerabilidad se vean obligados a esperar las vacunas mientras los grupos de menor riesgo de los países ricos se ponen a salvo», recriminó.

Al mismo tiempo, la OMS advertía proféticamente que cuanto más tiempo se tardara en acotar la propagación del COVID-19, mayor sería el riesgo de que surgieran nuevas y más resistentes variantes a las vacunas.

Tedros calificó la distribución desigual de las vacunas de «fracaso moral catastrófico», añadiendo que «el precio de este fallo se cobraría vidas y medios de subsistencia en los países más pobres del mundo».

Conforme pasaba el año 2021, la OMS persistía en su mensaje. En julio, con la aparición de la variante delta, que se convirtió en la forma dominante de COVID-19, se cumplió el sombrío hito de cuatro millones de muertes atribuidas al virus, cifra que a final de año alcanzó los cinco millones. Tedros indicó entonces que las variantes del virus estaban ganando la carrera contra las vacunas «debido a su producción y distribución inequitativa».

COVAX: un esfuerzo mundial histórico

Para ayudar a los más vulnerables, la OMS encabezó la iniciativa COVAX, el esfuerzo mundial más rápido, coordinado y exitoso de la historia para luchar contra una enfermedad.

Financiado por los países más ricos y por donantes privados, con una recaudación de más de 2.000 millones de dólares, COVAX se puso en marcha durante los primeros meses de la pandemia para garantizar que las personas que viven en los países más pobres no se quedaran sin vacunas cuando éstas llegaran al mercado.

Sin embargo, el problema de la falta de un reparto equitativo de las vacunas contra el COVID-19 dista mucho de estar resuelto: la OMS anunció el 14 de septiembre que se habían administrado más de 5.700 millones de dosis de vacunas en el mundo, pero que sólo el 2% había ido para los africanos.

Educación, salud mental, servicios de reproducción

Además de afectar directamente a la salud de millones de personas en el mundo, la pandemia ha tenido muchas repercusiones en otras áreas, como en el tratamiento de otras enfermedades, la educación o la salud mental.

El diagnóstico y el tratamiento del cáncer ha sufrido gravemente las consecuencias en casi la mitad de los países; más de un millón de personas no han podido recibir la atención médica esencial contra la tuberculosis; el aumento de las desigualdades ha impedido a los habitantes de los países más pobres acceder a los servicios del VIH-SIDA; y la asistencia en materia de reproducción se ha visto alterada para millones de mujeres.

Un alto precio para los niños

En cuanto a la salud mental, el último año ha sido demoledor en todo el mundo, pero el peaje ha sido particularmente alto para los niños y los jóvenes. UNICEF reveló en marzo que los niños viven ahora una «nueva normalidad demoledora y distorsionada», y que el COVID-19 está haciendo retroceder prácticamente todos los indicadores de progreso relativos a la infancia.

Las tasas de pobreza infantil han aumentado en torno a un 15% en los países en vías de desarrollo y se prevé que otros 140 millones de niños de estos países vivan por debajo del umbral de la pobreza.

En cuanto a la educación, los efectos fueron catastróficos. Un total de 168 millones de escolares en todo el mundo perdieron casi un año de clases desde el comienzo de la pandemia, y más de uno de cada tres no pudo acceder a la enseñanza a distancia.

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