Entre remedios, restricciones y variantes estamos asistiendo a un fenómeno que en algunos genera cierta perplejidad: una entidad con nombre propio y llamada Ciencia ha comenzado a dictar verdades universales e incuestionables que se repiten ad nauseam para el consumo y disfrute de aquellos que prefieren una solución simple, aunque sea equivocada, para solventar un problema terriblemente complejo, multifactorial y cuya profundidad se desconoce desde la inmensa mayoría de los campos del conocimiento.
no era necesario utilizar mascarillas
Esta tal Ciencia fue aquella que proclamó que “según los expertos” no era necesario utilizar mascarillas, ¡hasta que había mascarillas insolidarias que muchos insolidarios utilizaban en el transporte público!; luego se lo pensó mejor y las impuso a toda la población española en todo momento, incluso al aire libre, sólo con la excepción de estar consumiendo en un sitio cerrado o sentado en una mesa donde se podía prescindir de ella.
para frenar una enfermedad infecto-contagiosa era positivo que todo el mundo estuviera en la calle al mismo tiempo
La tal Ciencia dictó que para salir de un confinamiento total de la sociedad existirían unas fases de desescalada diseñadas por “los expertos”:todos tendrían que salir a pasear o a hacer deporte a la misma hora, y a la misma hora volver. La Ciencia concluyó que para frenar una enfermedad infecto-contagiosa era positivo que todo el mundo estuviera en la calle al mismo tiempo, con la consiguiente aglomeración en las calles que todos pudimos observar.
Luego el gobierno dijo que, en realidad, no había “expertos” diseñando las fases de desescalada, ni imponiendo confinamientos, ni recomendando el uso (o no uso) de las mascarillas... ¡Bah!, ¡matices!, ¡pelillos a la mar!.
inyectándonos unos productos quedaríamos “completamente inmunizados"
Algo más tarde, la tal Ciencia nos prometió que inyectándonos unos productos quedaríamos “completamente inmunizados” y que todo se resolvería; fijó para ello el muy concreto objetivo del 70% de la población con una supuesta “pauta completa” para que los contagios se detuvieran a través de un fenómeno ya conocido y ampliamente comprobado: la inmunidad de rebaño.
La tal Ciencia determinó que primero se inyectarían los ancianos y los sanitarios, ambos grupos fatigados tras la contienda contra la enfermedad que mantuvieron pocos meses atrás, por lo que pocos de ellos llegaron siquiera a plantearse la idoneidad de tal remedio, menos todavía fueron los que buscaron información sobre estos productos y aún menos los que decidieron no administrárselos: La Ciencia se había pronunciado, no había tiempo para pensar, no quedaba espacio para la duda… ¡deprisa!, ¡rápido!, ¡deprisa!.
con “pauta completa” no podían contagiarse
La tal Ciencia (a la que dudando de su existencia le atribuyo género femenino por el artículo que se utiliza al pronunciar su nombre) explicaba por entonces, entre diciembre y abril de 2021, que las personas con “pauta completa” no podían contagiarse y que, por tanto, no podían contagiar a otros; los inoculados estaban completamente protegidos, los productos eran completamente seguros y suponían “la única alternativa” para acabar con las restricciones que se levantarían al alcanzar la inmunidad de rebaño. ¿Lo recuerdan?
Aparecieron entonces algunos herejes que alertaban de que estos productos no inmunizaban, que no impedían la infección, que era imposible alcanzar la inmunidad de rebaño con ellos porque venían observando que los “doblemente inmunizados” enfermaban: esos herejes no merecían otra cosa que ser señalados, insultados, menospreciados y combatidos; hasta se les puso un nombre: eran “negacionistas” y eran “antivacunas” que estaban en contra de la señora Ciencia. Andaban, para más inri, usando el anticuado método científico: esa ciencia en minúsculas que parece no importarle a nadie ya. Citaban artículos de The Lancet, Nature, British Medical Journal o Public library of science, entre otros, y analizaban los documentos que publicaba el Ministerio de Sanidad, no sé si pensando que nadie se los leería. Para colmo, decían que la Ciencia no existía, que no decía nada, que no acertaba nunca y que lo correcto era hacer ciencia con minúsculas y utilizando el método científico: observación, formulación de hipótesis, testeo y análisis de los resultados.
A fuerza de ir acertando, muchas personas empezaron a interesarse por lo que decían los herejes: parecían los auténticos profetas de “la Ciencia” en tanto en cuanto era ella la que admitía parcialmente sus postulados con unos cuantos meses, cada vez menos, de retraso.
Pero este nuevo ídolo, “la Ciencia”, que es una y, a la vez, trina, que está formada por unos expertos cuyos nombres no conocemos que proclaman su palabra, unos medios de comunicación que la repiten hasta que la sociedad las asume y, finalmente, unos gobiernos que la ejecutan, no podía permitir la existencia misma de los herejes, así que rugió: “Sobre la tierra, nada existe más grande que yo, yo soy el dedo ordenador de Dios”. Y comenzó a perseguirlos en muchos lugares, tratando de “hacerles la vida imposible”, instando a los seguidores del nuevo ídolo a que no se relacionaran con ellos… ni siquiera en Navidad.
Muchos superfluos, seducidos por la Ciencia, aplauden hoy la persecución y el ataque, muertos de miedo, ansiosos de soluciones simples y emborrachados de vanidad, creyendo firmemente en que sólo la palabra de la Ciencia es válida y que están en el lado correcto, aunque la palabra no sirva, aunque su lógica no se sostenga, aunque atente flagrantemente contra la ciencia en minúscula. Tal es pavor, tal es miedo, que renuncian a sus derechos con tal de imponer la palabra del nuevo ídolo a golpe de decreto.
A este ídolo llamado Ciencia, a este monstruo uno y trino, me gustaría dirigirme citando a Abraham Lincoln para hacerle una advertencia: “Puedes engañar a todo el mundo algún tiempo, puedes engañar a algunos todo el tiempo, pero no puedes engañar a todos todo el tiempo.”
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