Un corrupto siempre mete la mano allá donde puede. No se limita a un solo palo, los toca todos. Diversifica. La codicia no tiene límites, es una bestia que siempre pide más. Los eurodiputados sospechosos de haber cobrado sobornos a cambio de hacerle una eficaz propaganda al Mundial de Catar no solo recibían maletines del emirato, también mantenían buenas relaciones comerciales con otros países islámicos como Marruecos, según publica el semanario alemán Der Spiegel.
Tras la detención de la vicepresidenta del Parlamento Europeo, Eva Kaili, ahora le ha llegado el turno al exdiputado italiano Pier Antonio Panzeri, a quien la Policía de Bruselas acusa de haber recibido sobornos no solo de los cataríes, sino también del rey Mohamed VI. El sistema no podía ser más chusco. El presunto corrupto cerraba el trato con el régimen de Rabat (publicidad gratis del lobby a cambio de una jugosa mordida) y dos familiares se encargaban de recoger “los regalos” en la embajada marroquí del país europeo de turno. Así funcionaban los camelleros y mercaderes de la corrupción, siguiendo una ruta de la seda futbolística perfectamente trazada desde Oriente hasta la vieja Europa.
Ya tardaba en salir Marruecos en toda esta turbia historia del Qatargate. Si la familia Al Thani gobierna Catar con mano de hierro, sin respetar los derechos humanos y masacrando mujeres, homosexuales y albañiles, el monarca alauita no le va a la zaga. Recuérdese cuando, el pasado verano, lanzó a miles de sus compatriotas, como bombas humanas, contra la frontera sur española. Cada vez que a Mohamed VI se le cruzan los cables porque no puede hacer realidad su delirio de recuperar Ceuta y Melilla castiga a sus vecinos ricos del otro lado del Estrecho con una andanada de pobres, desarrapados e inmigrantes utilizados como carne de cañón para presionar al Gobierno de Madrid. Así es la “guerra híbrida” en el siglo XXI, una batalla extraña con armas muy diferentes a aquellos inmensos ejércitos de antes: hackers que colapsan los servidores del enemigo e infectan los teléfonos de los líderes mundiales a los que espían; virus, bacterias y agentes biológicos que se escapan de los laboratorios y llegan de no se sabe dónde; terroristas que se infiltran tras las líneas del país que se pretende derrotar o incluso invadir. Putin sabe mucho de todo eso.
Mohamed VI recurre a una de las tácticas más efectivas y que más desestabilizan al adversario en esa extraña guerra híbrida: lanzar contra la Península Ibérica una mesnada de desesperados que prefiere jugarse la vida en una patera o dejarse la piel en las cuchillas de las alambradas antes que morir de hambre en el Tercer Mundo. Al igual que los jeques de Catar que sacan pecho estos días, orgullosos del Mundial de la infamia, el sátrapa de Rabat tampoco respeta los derechos humanos. Europa, la opulenta y plácida Europa, debería haber castigado a los cataríes con un boicot político en toda regla. No solo no lo ha hecho, sino que sus burócratas de Bruselas están haciendo nauseabundo negocio, llenándose los bolsillos con la despreciable copa futbolera. Ahora nos enteramos por los periódicos alemanes de que Marruecos era otro destino predilecto para los lobistas, inversores, comisionistas y emprendedores del Europarlamento, todos ellos buitres disfrazados de Hugo Boss y con escasos escrúpulos. Primero Catar, luego Marruecos… ¿En cuantos países africanos y asiáticos se habrán dejado comprar estos nuevos colonialistas blancos del balón y el pelotazo? ¿Con cuántos estados tercermundistas gobernados por sanguinarios dictadores habrán estrechado “lazos de amistad y colaboración económica” estos butroneros de la UE que hoy aparecen en los papeles? Jamás lo sabremos.
Mientras las instituciones europeas depuran responsabilidades, la Policía belga sigue tirando del hilo. De momento hay solo un puñado de detenidos: Eva Kaili, su compañero sentimental, Panzeri y un cuarto individuo que no ha sido identificado. Pero habrá más arrestos. La red amenaza con ser tan compleja como nutrida en golfos y ramificaciones. Ya se habla de organización criminal, de blanqueo de capitales y cohecho. Poco a poco iremos sabiendo más sobre este vomitivo entramado. Las supuestas oenegés que operaban como tapaderas de los sobornos; las presuntas fundaciones sin ánimo de lucro creadas para llevar el derecho internacional humanitario a las autocracias tercermundistas; los fondos europeos que jamás llegaron a su destino ni a los poblados indígenas infestados de hambre, miseria, sida y covid; en definitiva, toda la gran farsa que nos han estado vendiendo esos siniestros funcionarios europeos que traficaban con la codicia y la mentira. ¿Hasta dónde alcanzaron las comisiones? ¿Cuántos diputados han estado cobrando, en B, de Catar, de Marruecos y otras satrapías? ¿Hasta dónde llega este hediondo montaje que con la excusa de promocionar la democracia y las libertades fundamentales ha rebosado los bolsillos de ciertos jerarcas de Bruselas? La ciudadanía europea tiene derecho a saber la verdad por dura que esta sea.
El Mundial de Catar jamás se debería haber celebrado y esta redada policial lo confirma sin dejar lugar a la duda. Europa, el mundo en general, ha mirado para otro lado mientras cientos de trabajadores eran utilizados como esclavos, mientras a las mujeres se las flagelaba por desobedecer a sus maridos, mientras los homosexuales se escondían donde podían de la policía de la moral a la hora de los partidos. Ni siquiera las hazañas deportivas de los valerosos jugadores de la Selección Nacional de Marruecos servirán para tapar tanta injusticia, tanta indecencia y tanto bochorno.