Desde los tiempos de Pablo Porta a Ángel María Villar, el escándalo y la falta de decoro persigue a nuestro fútbol. Las redes clientelares prevalecen sobre los reglamentos y estatutos; las amistades y compadreos sobre la transparencia; las decisiones autoritarias, las venganzas y ajustes de cuentas sobre el fair play. El hedor a comisiones millonarias, a pelotazos por contratos publicitarios, a sueldos astronómicos y a corruptelas varias, lo invade todo. El propio sueldo del máximo dirigente del fútbol español –675.761 euros de salario base, más 36.000 euros anuales por ayuda a la vivienda y 250.000 por su condición de vicepresidente y miembro del comité ejecutivo de la UEFA– ahorra cualquier otro comentario al respecto.
Tras semejante vendaval, y más allá de la sensación de suciedad que emana por doquier, la pregunta que flota en el aire es: ¿hay machismo en el fútbol español? Y la respuesta no puede ser más que afirmativa. Muchos son los síntomas que prueban la existencia del cáncer. Para empezar, el poder sigue siendo eminentemente masculino. En la polémica Asamblea Extraordinaria del pasado mes de agosto, bastaba con echar un vistazo al auditorio para entender que el deporte rey en nuestro país sigue siendo cosa de hombres, como se decía en aquel viejo anuncio de licor de la televisión franquista. Apenas se veía alguna que otra mujer asomando la cabeza entre los miembros de la plana mayor de la Junta Directiva. Y ese par de entrenadoras de las categorías inferiores situadas en primera fila del público por el propio Luis Rubiales, a modo de floreros, no tenía otra finalidad que darle una pincelada de color feminista a un auditorio formado casi en su totalidad por delegados varones de las diferentes federaciones territoriales. La paridad brilla por su ausencia y por mucho que se empeñe Rubiales en tratar de convencernos de que su mandato ha sido el del gran salto adelante en materia de igualdad, lo cierto es que el poder decisorio de la mujer en la Federación, hoy por hoy, es prácticamente nulo. Si vamos a los datos concretos, forman parte de la junta directiva 42 personas, entre las que hay 7 mujeres (un exiguo porcentaje del 16,6 por ciento), y todas ellas son vocales. Más sangrante aún es el caso de la Asamblea General, conformada por el presidente nacional, los presidentes de las federaciones autonómicas, miembros de los clubes, árbitros, entrenadores y futbolistas (profesionales y aficionados). En ese organismo hay solo 6 mujeres de 140 integrantes (un raquítico 4,3 por ciento). Rubiales ha acusado al “falso feminismo” de haber organizado una caza de brujas contra él para “asesinarlo” civilmente y destronarlo de la presidencia cuando lo único cierto es que el feminismo de pega, de puro postureo, de boquilla, es el que ha estado promocionando él mismo desde que llegó a su cargo en 2018.
Pero hay más pruebas concluyentes de que la actual cúpula directiva “rubialista” del fútbol español adolece de rasgos y tics patriarcales, cuando no claramente machistas. Uno de los proyectos estrella del presidente de la Federación ha sido vender la Supercopa de España masculina a Arabia Saudí, un país donde, tal como sabe todo el mundo, ser mujer no es nada fácil. El régimen saudí es una teocracia patriarcal que hasta hace bien poco prohibía conducir automóviles a la población femenina. Arabia es ese lugar donde las universidades, bancos y edificios públicos mantienen entradas diferenciadas, una para cada sexo, en un régimen bastante parecido al apartheid; donde llevar ropa femenina occidental puede ser delito (se impone la indumentaria musulmana, la abaya, una túnica larga negra hasta los tobillos y un velo para cubrir la cabeza y el cabello); donde la mujer no puede casarse sin el permiso de su padre o tutor (todavía existen los matrimonios concertados o de conveniencia y ellas tienen prohibido el divorcio); y donde una víctima de malos tratos que decida abandonar el hogar familiar puede ser denunciada por desobediencia por su guardián y recluida en un centro de internamiento. Pues a ese país que pisotea los derechos de la mujer decidió llevarse Rubiales uno de los torneos emblemáticos del fútbol español. Viva el feminismo. Él siempre ha querido vender ese proyecto como una oportunidad única para modernizar el país árabe, una especie de revolución contra el sistema machista imperante. En alguna que otra rimbombante declaración, Rubiales ha llegado a decir que la RFEF está tratando de cambiar toda la cultura árabe y “abrir las fronteras”. Sin embargo, que el Real Madrid y el Barcelona jueguen allí cada año no ha servido de mucho a la hora de lograr la plena integración y la igualdad. Es cierto que ahora se permite la entrada de mujeres a los estadios y que incluso se han construido cuartos de baño para ellas que antes no existían (cosa de lo que presume Rubiales), pero en el fondo todo forma parte del teatro orquestado por el siniestro régimen teocrático de Riad para lavar su deplorable y deteriorada imagen internacional. Una operación de maquillaje y blanqueamiento de un sistema discriminatorio a la que ha contribuido alegremente el presidente de la RFEF. En realidad, detrás del desembarco del fútbol español en el desierto saudí sembrado de petrodólares no hay más que un suculento negocio: 40 millones por cada torneo. Un pelotazo futbolístico impulsado por Rubiales y Kosmos, la empresa del jugador del Barcelona, Gerard Piqué, que hizo las veces de eficaz intermediaria, generando las oportunas comisiones millonarias.
El presidente de la Federación siempre ha dicho que la afición puede estar tranquila, ya que “todo es absolutamente legal”, pero aquellos sospechosos audios, destapados en su día por El Confidencial, en los que “Rubi y Geri” compadreaban y se trataban como algo más que amigos (en realidad como socios empresariales), provocaron un nuevo escándalo internacional. Tampoco contribuyó precisamente a la liberación de la mujer del yugo machista árabe la posición tibia, más bien fría, que el presidente mantuvo con el régimen de Riad durante la pasada Copa del Mundo celebrada en aquellas tierras tórridas. Mientras algunas selecciones nacionales como la de Alemania se implicaban a fondo y denunciaban, con acciones reivindicativas y de protesta, la falta total y absoluta de derechos de la mujer y del colectivo LGTBI en el país árabe, el equipo español, sin duda siguiendo las consignas de la Federación Española, guardaba un vergonzante silencio. Hubiese honrado a nuestro fútbol, y también a nuestro país como sociedad civilizada y avanzada, que alguien hubiese lanzado un mensaje de apoyo a las sufridas y sometidas mujeres árabes. Pero el triste paso de nuestra selección por aquel campeonato (triste tanto en lo deportivo como en lo político) fue una oportunidad perdida y una mancha más en el oscuro expediente de Rubiales.
Tics patriarcales
No puede decirse que los derechos de la mujer estén siendo respetados al cien por cien en el fútbol español. Una reciente entrega de trofeos en la final de la Supercopa Femenina Real Sociedad-Barça no pudo ser más bochornosa. La escena fue la siguiente: la capitana del equipo culé, Marta Torrejón, sube al palco de autoridades para a recoger la Copa, que le entrega el propio Rubiales. Sin embargo, ningún directivo de la Federación se digna a poner las medallas alrededor del cuello de las campeonas y subcampeonas. Al contrario, los trofeos se dejan en una bandeja para que cada jugadora se sirva como en un bufete libre gastronómico o self-service. Unas se cuelgan ellas mismas las medallas, otras bromean condecorándose unas a otras. ¿Fue un olvido imperdonable, una muestra de incompetencia o desidia o un gesto del patriarcado dirigente para quien el fútbol femenino sigue siendo un deporte de segunda división? Ciertamente, se antoja imposible que esa escena pudiera producirse durante una final masculina, lo cual demuestra el ninguneo que siguen sufriendo las jugadoras. En cualquier caso, el episodio machista fue como para que hubiese dimitido alguien en la cúpula federativa pero, una vez más, se corrió un tupido velo.
Todo ese aluvión de desagravios hacia el fútbol femenino, acumulado durante décadas, viene de muy atrás en el tiempo. Tanto como el campeonato Mundial de Canadá de 2015 (con Ángel María Villar en la Presidencia), donde las seleccionadas se sintieron abandonadas por la Federación tras el fracaso deportivo. Las futbolistas se quejaron de la falta de profesionalidad del equipo técnico y los métodos de entrenamiento. Vero Boquete, la estrella de ese momento, asegura que aquel fue el punto de inflexión, el día en que dejó de tener miedo “a las consecuencias”. “Fue allí cuando 23 jugadoras decidieron empujar por el cambio”, afirma. Las críticas de las deportistas se centraron en el entrenador, Ignacio Quereda, un hombre que llevaba 27 años en el cargo. Las integrantes de La Roja denunciaron que en el equipo técnico las llamaban “chavalitas” y que tenían que soportar comentarios como “a ti lo que te hace falta es un buen macho”, “esta lo que necesita es que le metan una guindilla por el culo” o “necesito una mujer que me traiga un café”. Incluso tuvieron que aguantar las mofas sobre la condición de lesbianas de algunas de las integrantes del combinado nacional. Según el libro No las llames chicas, llámalas futbolistas, de la periodista Danae Boronat, las alusiones al físico de las jugadoras resultaban denigrantes e insultos como “gordas” o “estúpidas” eran constantes.
El castigo contra las disidentes no tardó en llegar y se cebó con Vero Boquete, una futbolista con un futuro prometedor cuya carrera se vio truncada. “Desde ese momento pasé de ser capitana del equipo a no ser convocada ni seleccionable”. Pero ella tiene claro que su sacrificio por haberse enfrentado al poder macho del fútbol español no cayó en saco roto: “Si queremos cambiar las mentalidades es necesario alzar la voz. Estas cosas pasan no solo en la Federación de Fútbol, también pasan en las empresas, en el bar, en el supermercado”, asegura Boquete.
Un nuevo escándalo estalló hace ahora un año en la Selección Femenina, cuando las capitanas del equipo (Irene Paredes y Patricia Guijarro) encabezaron lo que más tarde se llamó la “rebelión de las 15”, un motín ante “la mala gestión” por parte de sus directivos. De aquella revolución de vestuario salió mal parado el actual entrenador, Jorge Vilda, que ha pasado de ganar el campeonato mundial al despido y a la cola del paro. En la reciente y polémica Asamblea Extraordinaria, Rubiales ofreció al técnico femenino una renovación de su contrato a razón de medio millón de euros por cada una de las cuatro temporadas. Fue la forma de terminar de blindar la fidelidad del que había sido uno de sus más estrechos colaboradores. A Vilda lo liquida el presidente interino Pedro Rocha y aquel “motín de las 15” de 2022 (no suficientemente aclarado), que fue un dardo directo de las jugadoras contra las formas de trabajar de la Federación de Fútbol y también contra el preparador. El mensaje que transmitieron al cuerpo técnico y a la cúpula “rubialista” fue que el trato hacia ellas les afectaba “de forma importante en su estado emocional y en su salud” y que, mientras no se resolviera, renunciaban a volver a jugar con la Selección nacional. ¿Qué pasó exactamente en aquel vestuario? Nunca se llegó a saber. Las deportistas se negaron a aportar más detalles sobre el conflicto y los medios de comunicación, a falta de datos concretos, se dedicaron a especular sobre las causas del cisma.
Lo único cierto es que aquel plante de hace poco más de un año fue idéntico al que han protagonizado hace solo unos días las 23 campeonas del mundo tras el escándalo protagonizado por Rubiales con su beso a Jenni Hermoso. En un comunicado contundente, las mundialistas aseguraron que rompían con la Selección mientras continuaran en el poder los actuales dirigentes. Al mismo tiempo, la víctima, Jenni Hermoso, emitía otra nota informativa a través de su sindicato Futpro: “Quiero aclarar que en ningún momento consentí el beso que me propinó y en ningún caso busqué alzar al presidente. No tolero que se ponga en duda mi palabra y mucho menos que se inventen palabras que no he dicho”. Y añadió: “Quiero reiterar, como ya hice en su momento, que este hecho no había sido de mi agrado. La situación me provocó un shock por el contexto de celebración (...). Me sentí vulnerable y víctima de una agresión, un acto impulsivo, machista, fuera de lugar y sin ningún tipo de consentimiento por mi parte. Sencillamente, no fui respetada”. El asunto, finalmente, ha terminado en los tribunales tras la denuncia de Hermoso y la presentación de una querella de la Fiscalía contra Rubiales por agresión sexual. El delito se castiga hasta con cuatro años de cárcel.
Las compañeras de la jugadora agredida la arroparon unánimemente y exigieron “respuestas contundentes de los poderes públicos para que no queden impunes acciones como las contenidas”. Además, reclamaron “cambios reales, tanto deportivos como estructurales, que ayuden a la Selección absoluta a seguir creciendo, para poder trasladar este gran éxito a generaciones posteriores”. “Nos llena de tristeza que un hecho tan inaceptable esté logrando empañar el mayor éxito deportivo del fútbol femenino español”, afirmaron las campeonas. Las deportistas habían ganado dos mundiales, el futbolístico, y otro mucho más importante: el que se libra cada día por los derechos de la mujer. Así lo entendieron miles de españolas que se echaron a la calle en todo el país en manifestaciones espontáneas de protesta para mostrar su repulsa contra el comportamiento “machirulo” de Rubiales y, en general, de los prebostes del fútbol español. Emocionantes, sin duda, fueron las palabras de la jovencísima Aitana Bonmatí, la jugadora del FC Barcelona y de la Selección que, tras recoger su premio como mejor jugadora mundial, mostró una valentía, una madurez y un compromiso social que no abundan en el mundo del deporte y que hizo sentir orgullo a todas aquellas personas que luchan por la igualdad de género. “Como sociedad no debemos permitir que se haga abuso de poder en una relación laboral ni faltas de respeto. A todas las mujeres que sufren lo mismo que Jenni, estamos con vosotras”, aseguró la jugadora. También Alexia Putellas, Balón de Oro, repudió sin ambages el comportamiento de Rubiales y, en un tuit que acabó convirtiéndose en trending topic en las redes sociales –su ya histórico “Se acabó”– mostró su intención de no dar ni un solo paso atrás en la lucha contra el machismo en el deporte.
Discriminación por razón de sexo
Es evidente que un equipo que se ve obligado a salir ante la opinión pública para pronunciarse en estos términos se siente discriminado por sus dirigentes. Y no faltan razones para entender que las mujeres futbolistas no gozan de los mismos derechos que los hombres. La brecha salarial, por ejemplo, es de una dimensión intolerable para una sociedad democrática regida por valores como la justicia, la igualdad y la dignidad. Obviamente, las diferencias de sueldo vienen marcadas por el hecho de que la Liga profesional masculina genera millonarios derechos de retransmisión televisiva, por venta de entradas y otros acuerdos comerciales de publicidad con los patrocinadores, mientras que el fútbol femenino, discriminado históricamente y aún en mantillas (ya que está dando sus primeros pasos), aún no ha alcanzado el nivel económico como gran espectáculo de masas que posee el deporte de hombres. Lo cual no justifica que la Federación Española de Fútbol no pueda abonar a sus jugadoras de la Selección Nacional las mismas primas por partido jugado y ganado que a los integrantes del combinado masculino. Y ahí es donde entra la discriminación por razón de sexo. El acuerdo alcanzado con la RFEF establecía que cada jugadora recibiría 300.000 euros si ganaban el campeonato australiano. Luis Rubiales pactó ganancias de 400.000 euros por futbolista en el Mundial de Catar. Pero las mayores diferencias se dan en los convenios del sector, en las diferentes categorías, donde una futbolista percibe 16.000 euros de salario mínimo mientras un jugador, por el hecho de ser hombre, cobra 180.000. Estos desequilibrios injustos han llevado a la convocatoria de una nueva huelga general.
La brecha salarial es la prueba definitiva de que el machismo en el fútbol español es un hecho empírico contrastado. Pero también llama poderosamente la atención la escasa sensibilidad que han demostrado los jugadores de la Liga Profesional en todo este embrollo del beso de Rubiales a Jenni Hermoso. Salvo honrosas excepciones como Isco o Borja Iglesias, la mayoría de los futbolistas ha optado por mantenerse al margen y mostrar un perfil bajo sin comprometerse con la causa de la igualdad. Bien por miedo a posibles represalias de su club, de la Federación o de los patrocinadores y sponsors (siempre alérgicos a polémicas políticas perjudiciales para el negocio), lo único cierto es que las estrellas de la Primera División decidieron no mojarse en este turbio asunto. Solo quince días después, cuando el tsunami mediático empezaba a amainar y la FIFA ya había suspendido durante tres meses al controvertido presidente de la RFEF, los integrantes de la Selección nacional masculina rompían un silencio que empezaba a ser cobarde y abochornante. Los capitanes de La Roja comparecieron en la Ciudad del Fútbol Las Rozas (Madrid) para leer un brevísimo comunicado en el que, por fin, mostraban su apoyo a las jugadoras de la selección femenina y rechazaban los “comportamientos inaceptables por parte del señor Rubiales, que no ha estado a la altura de la institución que representa”, tal como aseguró Álvaro Morata, el encargado de leer la nota de prensa y a quien se vio algo desganado y lacónico, todo hay que decirlo. Peor aún estuvo Dani Carbajal, el defensa del Real Madrid, que apeló al derecho a la presunción de inocencia de su jefe cuando todo el planeta había visto, en directo, el beso intolerable que le plantó en la boca a Jenni Hermoso.
Una vez más, el posicionamiento del fútbol masculino español sonó a mero trámite para salir del paso, a declaración poco sincera y auténtica, a puesta en escena algo forzada para tratar de zanjar la polémica de una vez por todas y seguir con la diversión y el espectáculo de los partidos. Al igual que le ocurrió a Rubiales en su momento, los muchachos de la Selección Española demostraron no haber entendido nada. Antes que el fútbol, en el que por lo visto andan aislados como niños en una burbuja de cristal, está la vida, el Estado derecho y el sano desarrollo de una sociedad. O sea, los principios democráticos y el interés general de un país. Ellos, como jugadores de élite, deberían saber que los valores humanistas inspiradores del deporte están por encima de sus goles, de sus contratos astronómicos, de su vida de éxito, lujo y fama y de sus entrenamientos con masaje y jacuzzi relajante en hoteles de cinco estrellas. Precisamente, por todo eso sonó tan falso e infantil el comunicado de apoyo a sus compañeras, en especial ese último párrafo en el que los muchachos terminaron cubriéndose de gloria tras dos semanas de infame silencio calculado: “Desde hoy, afrontamos una concentración decisiva para el futuro del fútbol español en nuestro camino para la clasificación de la Euro 2024 con dos partidos frente a Georgia y Chipre. Nos gustaría que, a partir de ahora, nos pudiéramos centrar en cuestiones deportivas ante la relevancia de los retos que tenemos por delante”. De alguna manera, esa fue la forma de decir que el problema no iba con ellos, que no deseaban implicarse más en la lucha de las mujeres futbolistas por conquistar sus derechos y que los dejasen en paz en sus apacibles concentraciones.