En general, los hombres del fútbol no han sabido estar a la altura del momento trascendental que vive, no ya el deporte, sino el país. Ejemplo paradigmático es el exjugador y entrenador Luis Enrique, quien al ser preguntado por los periodistas sobre el beso del presidente de la Federación Española a Jenni Hermoso, aseguró que “la labor de Luis Rubiales es sobresaliente y ha admitido su error”. Fue el capotazo de socorro propio de alguien que le debía al jefe la confianza depositada en él cuando lo designó entrenador de la Selección absoluta masculina. Una típica reacción de group boys, ese momento en que los hombres se agrupan, formando una manada, para defenderse de la amenaza de las mujeres. El presidente de la RFEF ha tejido una red clientelar que le otorga un poder casi omnímodo. Unos le deben favores y prebendas y han de pagarlos; otros están con él por fidelidad o amistad; y los hay que, por ideología machista (Vox también tiene a sus infiltrados en la organización federativa) aplauden la gestión que se ha hecho del caso Jenni Hermoso.
El psicólogo sevillano Dany Blázquez, que ha analizado los discursos de Rubiales, cree que el máximo dirigente del fútbol español es un “narcisista” de manual. Su vídeo explicativo ha generado miles de visualizaciones en redes sociales. “Las disculpas de Rubiales no solo no son unas disculpas, sino que están plagadas de manipulaciones y de un intento por retirar su propia responsabilidad de lo ocurrido. Besar a una chica sin su consentimiento puede considerarse abuso sexual, por tanto no estamos hablando de un ‘pico’ entre amigos, sino de un problema de machismo estructural”, explica el experto en un reportaje para La Vanguardia. Desde ese punto de vista, todo aquel hombre que no sea capaz de ver que en ese beso en la boca hubo una conducta a todas luces rechazable y reprobable tiene un grave problema de machismo profundamente interiorizado. De ahí que cada día, en nuestro país, se produzcan miles de agresiones sexuales que no saldrán a la luz pública porque no habrá una cámara de televisión enfocando ni 1.000 millones de potenciales testigos. Existe una legión de anónimas Jennis que tienen que soportar, a diario, el tonteo de jefes y superiores, ese chiste o broma sexual de mal gusto, esa mano que roza el pecho o la nalga como por accidente, ese manoseo sin pudor, ese acercamiento corporal demasiado próximo hasta notar el aliento del acosador, ese abuso de autoridad descarado y descarnado en la oficina, en un apartado despacho, en un oscuro bar o en el ascensor. Fue lo mismo que le ocurrió en su día a Nevenka Fernández, la primera española en lograr la condena de un cargo político, Ismael Álvarez, alcalde de Ponferrada del Partido Popular, por acoso sexual. Nevenka, que al final ganó la batalla judicial contra su acosador (al elevado precio de sufrir secuelas psicológicas), pasó por un auténtico calvario en el que llegó a sentirse como una presa fácil en manos de un depredador y como una mujer maltratada por los jueces y cierto sector de la prensa.
“Árbitra, vete a la cocina”
Todos los indicios llevan a pensar que el fútbol español sigue siendo el último reducto del paternalismo, el recóndito santuario del macho alfa. Los estadios albergan todo tipo de comportamientos y conductas reaccionarias contra la mujer. Esa es la principal conclusión a la que llega el informe Women at the match realizado por Football Supporters' Association. El estudio resulta altamente revelador: un 34 por ciento de las mujeres admite haber sido objeto de comentarios sexistas en las gradas y en los terrenos de juego en algún momento de su vida. Y un 63 por ciento asegura haber experimentado o presenciado algún comportamiento machista en un partido de fútbol masculino. Frases como “sabes mucho de fútbol para ser una mujer” o “árbitra, vete a la cocina”, se escuchan con demasiada frecuencia en los estadios, unos improperios y vejaciones especialmente graves en el fútbol regional y de cantera, donde se trataría precisamente de todo lo contrario: de transmitir valores de educación en igualdad a los niños y futuros deportistas.
Cada domingo se suceden innumerables casos de machismo y violencia verbal contra las mujeres en los estadios de todo el país. Corría el minuto 31 del partido que enfrentaba a dos equipos de categoría regional en Vila de Cruces (Pontevedra) cuando la única mujer del trío arbitral, que actuaba como asistente, tuvo que avisar al colegiado principal para comentarle que estaba siendo víctima del acoso de un grupo de aficionados. En el acta se recogieron algunos de los exabruptos contra la juez de línea del tipo “no sé qué hace aquí una mujer como tú”; “no vales para nada”; “era mejor que murieseis todas”; “tienes buen culo” o “eras buena para una noche de helada”. Todo un retorno a los tiempos de Franco.
En 2019, durante un partido entre el juvenil del San Lorenzo del Escorial y el CUC de Collado Villalba en el campo de La Herrería, la árbitra, Alexandra García, de 18 años, tuvo que soportar las barbaridades de un grupo de padres y madres a los que de repente se les fue la cabeza, dando rienda suelta al monstruo que llevaban dentro, y comenzaron a proferir insultos contra ella. “Retrasada”, “hija de puta”, “sinvergüenza”, “estás haciendo el gilipollas”, “eres una mierda”, “qué zorra eres, puta”, “zorra, vete a fregar” o “vete a casa, puta” fueron algunas de las salvajadas que se escucharon en aquella grada. “A un árbitro nadie le grita ‘vete a fregar’. A nosotras, sí”, se lamentó la víctima del atropello.
En febrero de 2020, el equipo Crevillente Femenino CF denunció públicamente insultos y menosprecios del árbitro a las jugadoras durante un partido ante el SPA Alicante C. En una nota difundida a través de las redes sociales, la entidad afirmaba que el colegiado llegó a llamar a sus jugadoras “nenazas” y las menospreció con frases como “que se termine ya esta mierda de partido”, “dais vergüenza” o “las mujeres no tendríais que jugar a esto”. El encuentro fue suspendido a 20 minutos del final. José Antonio Candela, entrenador del equipo, aseguró a la agencia Efe que el único objetivo del club crevillentino era que el árbitro se disculpara ante las jugadoras. “Los puntos nos dan igual. No podemos consentir este tipo de comportamientos”, se quejó amargamente el preparador. A su vez, el colegiado negó las acusaciones de las jugadoras ante el comité de árbitros de la Federación de Fútbol de la Comunidad Valenciana.
Machismo y racismo
Todo esto ocurre mientras las fuerzas de seguridad y las autoridades permanecen casi impasibles. Ha llegado un momento en que este tipo de comportamiento violento se ha normalizado hasta formar parte de la dinámica del fútbol regional. Algunos aficionados que pagan la entrada se creen con derecho a vomitar toda su frustración, su complejo de inferioridad y su rencor contra las mujeres, las minorías raciales o la afición de otra ciudad. Las denuncias se archivan o suelen quedar en penas testimoniales, de modo que los salvajes se han hecho fuertes en los estadios de fútbol sin que nadie les pare lo pies. Con las conductas machistas sucede algo parecido a lo que ocurre con el racismo: cuando es tolerado se acaba convirtiendo en la forma habitual de expresión de una sociedad. No en vano, ambos fenómenos son las dos caras de la misma moneda: la ideología del odio. Cuando Vinicius Jr., el jugador del Real Madrid, se atrevió a parar un partido de Liga contra el Valencia en Mestalla, harto de sufrir insultos xenófobos como “eres un mono”, puso en marcha una cadena de solidaridad y repudio en todo el mundo. Solo entonces la Justicia decidió actuar llevando a los racistas ante un tribunal.
El machismo, al igual que el racismo, arraiga con mayor fuerza en aquellas sociedades donde es tolerado, permitido y alimentado. Las políticas que tratan de educar a la población en valores de igualdad ayudan a erradicar comportamientos agresivos contra las mujeres. Como todo lo que tiene que ver con la cultura y la educación, se trata de programas de socialización a largo plazo cuyos resultados no se ven de forma inmediata pero que cuando son abandonados producen consecuencias nefastas. Precisamente en aquellas regiones donde se ha instalado un Gobierno del PP con la muleta de Vox (un partido que niega la violencia machista y las políticas de igualdad de género), existe un grave riesgo de involución. En comunidades autónomas como Valencia, Extremadura, Aragón, Baleares y Murcia va a imponerse un nauseabundo régimen machista implantado por toreros, cazadores, maltratadores y terraplanistas anticientíficos empeñados en acabar con las concejalías y consejerías de Igualdad. La demolición de todo lo que se ha construido en los últimos cuarenta años de democracia ya ha comenzado. De hecho, el partido de Abascal, que en un principio guardó un cauteloso silencio sobre el polémico beso de Rubiales a la jugadora Jenni Hermoso, finalmente ha terminado comprando el discurso reaccionaro del dirigente de la RFEF sobre el “falso feminismo”. “Denunciamos la cacería política y mediática a la que se está sometiendo personalmente al señor Rubiales”, alegó el partido de extrema derecha, que calificó el beso como “grosería o mala educación” pero no como delito de agresión sexual o abuso de poder. Acto seguido arremetió contra el Gobierno por “excarcelar delincuentes” con su ideología de género y su ley del “solo sí es sí”. La demagogia populista lleva a momentos de auténtico ridículo.
El 72 por ciento de los españoles considera “inadmisible” el comportamiento del presidente de la Federación de Fútbol, pero los votantes de Vox son los que menos condenan su conducta (apenas un 50 por ciento). Son los que se niegan a guardar un minuto de silencio cada vez que se convoca una concentración de repulsa contra el último crimen machista, los que disculpan las travesuras de juventud de los muchachos de las manadas que violan en grupo y los que creen que las mujeres se merecen que las ataquen porque salen de fiesta por la noche, se emborrachan y provocan a los hombres con sus faldas demasiado cortas.
Sin duda, habrá un antes y un después tras el caso Rubiales. De entrada, el suceso ha servido para confirmar algo que ya se sabía: que el fútbol español es el último reducto del patriarcado en decadencia y también que la inmensa mayoría del país se ha puesto de lado de la víctima, rechazando el comportamiento del presidente de la Federación. España no es machista, como tampoco es racista. Otra cosa es que algunos poderes fácticos y ciertos sectores de la población lo sean. Y ahí, en esas altas esferas donde un aparentemente inocente “pico” entre amigos camufla un claro abuso de autoridad, es donde urge llevar a cabo la última revolución morada.
De momento, la presión mundial ha servido para que Rubiales, quince días después del estallido del escándalo, presente al fin su dimisión. Quiso aferrarse al cargo con uñas y dientes, pero él sabía que estaba políticamente muerto. Con las jugadoras, la FIFA, la Fiscalía y el Gobierno en contra, con las mujeres echándose a la calle y con un amplio sector del fútbol español harto del denigrante espectáculo, no le quedaba otra que arrojar la toalla. El feminismo le había sacado la tarjeta roja. Nunca una expulsión fue más justa y merecida.