Anda estos días la derecha descuartizando lo poco que queda ya de Mónica Oltra. Se ve que le tenían ganas a la mujer. Los poderes fácticos reaccionarios de este país llevaban años achantando ante los escabrosos casos de pedofilia en la Iglesia católica y esperaban una oportunidad para resarcirse y vengarse de esa izquierda que había levantado las alfombras manchadas de semen de las sacristías. La presa les ha caído en forma de roja feminista con gafas de pasta, una víctima propiciatoria que va a pagar el pato de tantos años de rojerío anticlerical.
En realidad, Oltra no ha matado ni violado a nadie. En todo caso (si es que lo hizo, algo que está por probar), su error fue encubrir a su exmarido, condenado por abusar de una menor en un centro tutelado por la Generalitat Valenciana. El tipo entraba en la habitación de la niña y con la excusa de que iba a ayudarla a conciliar el sueño se masturbaba con ella. Un crimen terrible teniendo en cuenta que el centro donde se perpetraron los abusos está adscrito a la Administración regional.
Pero de momento, y aunque algunos ya hayan dictado sentencia de antemano, la vicepresidenta del Consell solo está imputada con el deber de declarar ante la Justicia. Si bien existen sospechas de que dio órdenes verbales a los funcionarios para intervenir en el expediente de su expareja cuando el feo asunto ya estaba judicializado, a fecha de hoy “no existe prueba directa” contra ella, según el auto del Tribunal Superior de Justicia. Pese a ello, la caza de brujas ya ha comenzado. Ayer mismo, las redes sociales hervían de memes hirientes en los que la lideresa de Compromís aparecía como protagonista de imágenes escabrosas de todo tipo. Uno de los más asquerosos fotomontajes la pinta rodeando con sus brazos a una niña, por detrás, como si estuviese a punto de caer sobre ella para poseerla. Un auténtico linchamiento público cruel y descarnado.
No hace falta ser muy listo para entender que todos esos ataques en Twitter y Facebook provienen de la extrema derecha, que ha puesto a trabajar su temible maquinaria propagandística, su eficiente ejército de bots y sus potentes algoritmos al servicio de la calumnia. Cuando quieren destruir a alguien no paran hasta conseguirlo. Ya lo hicieron con Pablo Iglesias, que tuvo que soportar todo tipo de insidias e investigaciones judiciales prospectivas, sumarísimas, instigadas por jueces y abogados del mundo ultra. A día de hoy, el exvicepresidente del Gobierno no está condenado por nada. Pero con él funcionó a pleno rendimiento aquello del “calumnia que algo queda”. Pese al archivo de todas las causas, muchos españoles aún creen que el político podemita cobraba de Nicolás Maduro, que contrataba niñeras en B y que chantajeó a una asesora en un extraño episodio que tuvo que ver con el comisario Villarejo. En España es fácil arruinar la reputación de alguien. Basta con tener mucho dinero para pagar sicarios y pocos escrúpulos para llevar a cabo el maquiavélico plan.
En el caso de Oltra conviene no perder de vista que la demanda también proviene de la extrema derecha, lo cual nos da pie a pensar que detrás de este extraño proceso judicial puede haber una compleja operación para desacreditar a la número dos del Gobierno del Botànic presidido por el socialista Ximo Puig. El personaje a defenestrar reunía todos los requisitos para convertirse en el objeto de sacrificio del nuevo complot fascista: feminista radical, izquierdista, nacionalista valenciana y encargada de asuntos relacionados con la educación infantil. Un perfil que ni pintado para que el nuevo trumpismo ultraderechista la arrojara a la hoguera antes de enviar su macabro mensaje a la población española: “¿Veis cómo teníamos razón, veis ahora que existe una élite progre mundial que adoctrina a los alumnos en la perversa ideología de género, los viola y hasta practica el vampirismo con ellos en la impunidad de la escuela pública?” Ese mito, el del comunista que bebe la sangre de los niños, ha sido puesto encima del tapete, durante el debate de candidatos a las elecciones andaluzas, por la líder regional de Vox, Macarena Olona. A base de machacar una y otra vez con el cuento de terror gótico sobre los zombis bolcheviques, no pocos españoles han terminado por gritar eso de “rojos, sacad vuestras sucias manos de nuestros hijos”. Oltra encajaba a la perfección en el papel de bruja.
No obstante, los hechos denunciados son de una entidad gravísima y deben ser investigados hasta sus últimas consecuencias. Solo llegando hasta el final podrá Oltra limpiar su imagen personal, si es que es inocente tal como jura y perjura. Ahora bien, una cosa es el aspecto judicial del caso y otra muy distinta la vertiente política. Ayer, en una de las ruedas de prensa más violentas y desagradables que se recuerdan en este país, Oltra se sometió al juicio implacable de los periodistas en prime time. Por momentos vimos a una mujer aturdida, desgarrada interiormente y desencajada por fuera, acorralada y esbozando tensos gestos faciales propios de alguien que se siente al límite de la crisis nerviosa. Debió haber anunciado que se apartaba de la política, siquiera temporalmente, para dedicarse a defenderse y limpiar su apellido. No lo hizo. Prefirió continuar con el martirio antifascista, resistir, apretar los dientes sin reparar en la fractura emocional que todo esto puede ocasionarle en los próximos meses. Hay que ser muy fuerte para soportar, sin derrumbarse, una portada diaria con un escándalo sexual.
Ayer, Oltra no pensó en el daño que puede ocasionarle al proyecto Sumar impulsado por Yolanda Díaz y del que ella es una pieza fundamental. Tampoco reparó en la erosión que puede sufrir el Gobierno que tan profesional y dignamente ha representado hasta el día de hoy (en su expediente no hay ni una sombra de corrupción ni una mera sospecha de que se esté llevando un solo céntimo de las arcas públicas). La vicepresidenta y otros han demostrado con hechos que la regeneración, la honestidad y una política decente para el ciudadano eran posibles. Hacía mucho tiempo que eso no sucedía en una comunidad autónoma como la valenciana que durante décadas cayó en el cuatrerismo y en la rapiña de los clanes mafiosos del PP. Tuvo que ser el propio Puig quien, a última hora de ayer, dejara caer que tendrá que reflexionar, “tomar decisiones” sobre este truculento affaire. Cada minuto que pasa parece más probable que habrá cese o dimisión. Sería el final lógico para alguien que desde la tribuna del Parlamento llegó a decirle a Camps que si alguna vez era imputada por un juez, vilipendiada y el hazmerreír de toda España, como entonces le ocurría al presidente popular implicado en el sumario de los trajes, se iría a su casa sin pensarlo dos veces. Ese día ha llegado, señora Oltra.