Mientras Gaza sigue bajo una lluvia implacable de bombardeos y una crisis humanitaria sin precedentes, Donald Trump elevó la polémica a un nuevo nivel de barbarie: promover abiertamente un proyecto de “genocidio inmobiliario”. Su visión consiste en despoblar por la fuerza la Franja de Gaza y transformarla en la “Riviera de Oriente Medio”, una meca del turismo de lujo para la élite global.
El 4 de febrero de 2025, tras una reunión en la Casa Blanca con el primer ministro israelí Benjamin Netanyahu, Trump declaró: “Estados Unidos tomará el control de la Franja de Gaza y haremos un trabajo fenomenal. La convertiremos en la Riviera de Oriente Medio.” Estas palabras provocaron consternación mundial. El plan no era solo simbólico: según Trump, implicaría trasladar a los más de 2,2 millones de palestinos a países vecinos, luego demolería la infraestructura actual (la que aún quede en pie) y edificar resorts, hoteles de ultra lujo y centros de convenciones para quienes puedan pagar precios multimillonarios.
En redes sociales, el expresidente llegó a difundir un video generado por inteligencia artificial, donde él y Netanyahu posan junto a una piscina en una Gaza completamente “reimaginada”. Aunque no existe confirmación oficial sobre el origen de ese video, circuló ampliamente en plataformas como X y TikTok.
Rechazo unánime
La propuesta de Trump encontró un muro de rechazo en los países árabes. Egipto, Jordania y los seis miembros del Consejo de Cooperación del Golfo emitieron comunicados rechazando cualquier plan que implique desplazar a los palestinos de su tierra. El secretario general de la Liga Árabe advirtió que semejante “limpieza étnica” desestabilizaría aún más una región ya al borde del colapso.
En la cumbre árabe del 4 de marzo, los líderes aprobaron un plan egipcio de reconstrucción de Gaza valorado en 53.000 millones de dólares, diseñado para mantener a los palestinos en el territorio y sentar las bases de un futuro Estado palestino.
Protesta de baja intensidad en Washington
Dentro de Estados Unidos, sólo unas pocas voces alzaron la voz con claridad. El senador Bernie Sanders fustigó el plan en el Senado, calificándolo de “grotesco” y recordando que 2,2 millones de personas “bombardeadas, hambrientas y desplazadas dos veces o más” serían expulsadas para que los multimillonarios disfruten de la vista y el sol. Sanders también ha liderado infructuosos intentos de bloquear la ayuda militar estadounidense a Israel, señalando que “la historia no perdonará nuestra complicidad” si se financian crímenes de guerra.
La congresista Rashida Tlaib, la única representante de origen palestino en el Congreso, definió la propuesta como “genocidio” y manifestó que “nuestro país es cómplice porque financia estas atrocidades”. Su estilo directo y combativo ha puesto sobre la mesa la responsabilidad de Estados Unidos en el conflicto, pero hasta ahora no ha logrado sumar más apoyos entre sus colegas.
El representante tejano Al Green calificó la propuesta de Trump como “limpieza étnica de nueva generación”. Sin embargo, la mayoría del Congreso y el Senado han mantenido un silencio sepulcral, aprobando ininterrumpidamente paquetes de ayuda militar y blindando la asistencia a Israel.
El fantasma de la historia estadounidense
La propuesta de Trump adquiere mayor gravedad si se la ubica en el largo legado de limpieza territorial y genocidio que acompañó la expansión estadounidense en América. Desde Benjamin Franklin (quien describía a los pueblos nativos como “salvajes” que debían ser “extirpados”) hasta Thomas Jefferson, que defendía perseguir a los indígenas “hasta el exterminio” o su expulsión forzosa hacia el oeste, Estados Unidos erigió la teoría del Destino Manifiesto como justificación divina para despojarlos de sus tierras.
Trump, en cambio, no apela al idioma religioso o al “destino nacional” para Gaza, sino al beneficio económico: vender la destrucción de un pueblo como un proyecto inmobiliario para los más ricos. En un discurso recuperó la retórica del Destino Manifiesto, pero su campaña comercial por el genocidio en Gaza marca un salto cualitativo en la instrumentalización del derecho internacional y los fondos de inversión globales para impulsar la limpieza étnica.
Negacionismo y coincidencias políticas
A pesar de hablar de “reconstrucción” y “oportunidad económica”, Trump ha insistido en que no pretende un genocidio. En febrero, afirmó que “los palestinos querrían marcharse de Gaza” tras el trato recibido, justificando el desplazamiento masivo. Esta línea de negacionismo es calcada de la de Joe Biden, a quien ha acusado de no haber propuesto la idea primero.
Trump también se ha opuesto a que la comunidad internacional exija responsabilidades a Israel bajo la acusación de genocidio. Cuando se le preguntó por el caso en la Corte Internacional de Justicia (CIJ) o por las órdenes de arresto de la Corte Penal Internacional contra Benjamin Netanyahu y Yoav Gallant, respondió con indolencia: “Habrá un fallo, y quién sabe qué significará ese fallo”.
Mientras Trump y sus aliados promueven un negocio inmobiliario sobre los escombros, es decir, el negocio del genocidio, Gaza sigue dividida en zonas donde una población pauperizada malvive bajo restricciones extremas de movimiento, electricidad y recursos sanitarios. Egipto y Jordania rechazan participar en el plan de traslado de refugiados. La ONU ha rechazado formar parte de cualquier iniciativa que no sea neutral e imparcial en la provisión de ayuda.
El Congreso de Estados Unidos tiene en sus manos la posibilidad de condicionar o frenar la asistencia militar a Israel, lo que podría obligar a Netanyahu a cesar operaciones. Pero, hasta la fecha, las donaciones de armas y fondos continúan fluyendo, dejando en entredicho la retórica oficial de defensa de los derechos humanos.
Mientras tanto, el plan de Trump para transformar Gaza en la Riviera de Oriente Medio pende como una amenaza latente, la mayor estafa inmobiliaria de la historia contemporánea y, en esencia, un nuevo capítulo de limpieza étnica. La pregunta sigue abierta: ¿triunfará el negocio sobre la justicia y la dignidad de un pueblo?