Fiscalía da carpetazo al asuntillo judicial del rey emérito y aquí paz y después gloria. Así se solucionan los grandes problemas de Estado en España: echando tierra encima. Este es un país de sumisos y tragasables donde nunca pasa nada y el pueblo apechuga con los vicios de sus gobernantes. Aquí la gente se echa a la calle para que Messi no se vaya a jugar con los gabachos, pero cuando se trata de un episodio histórico sangrante y convulso, como es que un gobernante se lo haya llevado crudo, el españolito lo mastica e interioriza, la Justicia tapa y el Gobierno calla. La omertá ibérica ha funcionado desde los tiempos de Viriato.
Así las cosas, todo parece preparado para un más que seguro retorno de Juan Carlos I pese a que Felipe VI lo quiere bien lejos. Entre padre e hijo ya no hay relación, el vástago ha roto con el progenitor por evidentes razones políticas (y sentimentales), mientras que el patriarca ha dado la espalda al sucesor por resentimiento y porque se cree traicionado (un padre siempre es un eterno insatisfecho que no se siente suficientemente querido). Las amantes le brotan como setas a Don Juan y es lógica la fricción familiar. Ayer mismo, en Francia, se publicaba Mi Rey caído, un libro firmado por la periodista Laurance Debray, de quien se dice que ha tenido un flirt con el emérito. “¿Qué aportó Franco a España?”, le pregunta la escritora directamente. “Una clase media, sin ella yo no podría haber reinado”. Del millón de muertos que provocó el golpe de Estado y la guerra civil posterior ya tal.
Ahora bien, ¿qué puede pasar si el exmonarca regresa desoyendo a la familia, a los consejeros y a todos los que le rodean y le piden que se quede tranquilo en Abu Dabi? Nada bueno para el país. La comparación con un jerarca bananero de gafas oscuras y sospechoso maletín que baja del avión y saluda al tendido en la pista de aterrizaje vacía (o como mucho con algunos figurantes pagados por los monárquicos) es inevitable. La imagen de la nación sale perjudicada y los españolitos quedan como unos pagafantas que se lo toleran todo al dictador otoñal por nostalgia de una Transición que nunca fue como nos la contaron, por agradecimiento de aquel 23F que tampoco ocurrió tal como nos dijeron o simplemente por pura costumbre de aguantar a un pariente que llegó del extranjero pero que ya es como de la familia.
Por razones obvias, Juan Carlos I no puede alojarse en Zarzuela. Eso sería tanto como convertir el palacio real en una sucursal de la banca suiza o del paraíso fiscal, ya sea Panamá o Liechtenstein. Él, como buen jubilado que está de vuelta de todo y no le da importancia a nada, quisiera alojarse en su casa de siempre, pero no es de recibo ni decoroso. Descartada la primera opción, queda la segunda: una residencia provisional más o menos discreta. En Madrid corre el rumor de que al emérito le están buscando sitio en algún edificio de Patrimonio Nacional, lo cual tampoco deja de ser un problema. Imaginemos al polémico Borbón instalado en La Alhambra de Granada, como un sultán nazarí rodeado de pavos reales y cojines bordados en oro, en el monasterio de Yuste, como Carlos I, o en El Escorial, como Felipe II. Mal asunto por lo que tiene de nefasto mensaje para la sociedad.
Si le decimos a la ciudadanía que defraudar a Hacienda es un pasaporte directo para vivir a cuerpo de rey en un palacete medieval habremos firmado definitivamente el certificado de defunción de la maltrecha democracia española y estaremos irremediablemente perdidos. Así que tendrá que ser una dacha discreta, aunque acorde a la posición y rango del personaje, porque tampoco podemos meterlo en cualquier tugurio infecto, ni en una cabaña de la Palma rodeada de magma volcánico, ni en el chiringuito del idioma español de Toni Cantó. Obviamente, incluirlo en el plan de los 250 euros que Sánchez está dando a los jóvenes para que se busquen piso de alquiler en Vallecas tampoco es cuestión. El emérito se siente joven todavía, pero Vox no lo toleraría por aquello de la humillación, que ellos son muy esnobs para sus cosas.
Y luego está el problema de la seguridad. A Abu Dabi, como queda lejos y hay desiertos y tierra de por medio, no llegan los republicanos, podemitas, indepes y rojos, pero una vivienda que esté en cualquier lugar de nuestro país sería blanco perfecto para el escrache diario. Es decir, un foco de conflicto permanente con activistas de las dos Españas enfrentados a un lado y otro de la trinchera mientras el emérito mira por la ventana y medita: “Cuarenta años de feliz reinado para llegar al 36 otra vez. La que has liado pollito”. Los responsables del CNI sudan queroseno solo de pensar lo que se les viene encima.
El retorno de Juan Carlos I sería un auténtico marrón político y un problema policial que vete tú a saber cómo terminaría. Lo mejor para España y para todos es que se quede donde está. Siempre puede dedicarse a dictarle las memorias a su brigadilla de amigas entrañables. Ahí tiene entretenimiento para rato.