“Yo fui acosado, abusado y agredido sexualmente. Pasé por las tres fases. Cuando uno es agredido es violado. Por un religioso, docente, del colegio de La Salle (…) Es difícil contarlo rápido porque es un proceso lento”, relata el escritor Alejandro Palomas en una confesión escalofriante que pone los pelos de punta. La historia del autor, Premio Nadal 2018, es solo un caso más entre el aluvión de abusos en el seno de la Iglesia católica que han quedado silenciados durante décadas. Solo unas pocas víctimas han tenido el valor de dar el paso y denunciar, la mayoría ha decidido pasar página y seguir viviendo con el trauma en silencio, mientras muchos de los curas abusadores o han muerto o saben que están a salvo porque los delitos han prescrito. Un auténtico drama humano soterrado del que nadie ha querido hablar en este país, en el franquismo por razones obvias (España era un Estado teocrático nacionalcatolicista y el clero formaba parte intrínseca del poder) y ya en democracia porque ningún partido ha querido afrontar una realidad que le reportaba más quebraderos de cabeza que réditos políticos.
A día de hoy, lo único cierto es que todavía no sabemos cuántos menores han sido sometidos a abusos y vejaciones a manos de curas depravados. Y probablemente nunca lo sabremos, ya que nunca se abrieron investigaciones internas, ni censos o registros de víctimas, ni el fenómeno fue debidamente analizado por los teólogos para llegar a las causas y a los efectos, donde sin duda el celibato y la castidad juegan un papel fundamental en el trastorno sexual de muchos sacerdotes. La cúpula eclesiástica se ha limitado a tapar los casos echando tierra encima, como suele decirse. Cuando la Conferencia Episcopal encontraba a un sacerdote pedófilo o rijoso lo enviaba de ejercicios espirituales a un monasterio, o a las misiones, lejos, muy lejos, para que los pobres niños africanos sufrieran los vicios ocultos del desviado sin que se enterara nadie. Si en una parroquia de Madrid resultaba casi imposible detectar al psicópata por el férreo encubrimiento de la cúpula clerical y el desinterés de las autoridades civiles, en Etiopía o Malí, donde el Estado de derecho brilla por su ausencia, el depredador gozaba de más libertad todavía para actuar con total impunidad. A saber cuántos niños del Tercer Mundo han caído en las garras de las alimañas con sotana transformadas en turistas sexuales con la Biblia bajo el brazo en lugar de la guía de viajes. Mejor no pensarlo.
La Iglesia española tiene una responsabilidad directa en este turbio asunto de la pederastia, como la tuvo durante los cuarenta años de franquismo en los que se convirtió en un pilar fundamental del Régimen. Todavía no ha pedido perdón ni por un dislate histórico ni por otro. Pero la verdad es una planta fuerte y resistente que siempre acaba brotando por mucho que se la quiera sepultar bajo la tierra de la mentira. La labor de la prensa ha sido fundamental para ir sacando a la luz, aunque con cuentagotas, casos de niños que fueron abusados desde hace años. Todo empezó en 2002, cuando un grupo de reporteros del Boston Globe tuvo el valor de destapar los escándalos de pederastia cometidos durante décadas por la Iglesia del Estado de Massachusetts. La odisea de los periodistas quedó para la posteridad en Spotlight, la magnífica película de Tom McCarthy ganadora de dos premios Oscar. Una vez más, el Vaticano trató de ocultar los crímenes, pero la semilla de la verdad estaba plantada. Los casos fueron brotando como setas en todo el planeta, en Reino Unido, en Francia, en Alemania, en Sudamérica, en Australia. Se abrieron diligencias policiales, juicios, comisiones parlamentarias de investigación en los países del mundo civilizado. Y mientras las archidiócesis europeas tiraban de la manta siguiendo las instrucciones del papa Francisco I, que todo hay que decirlo, ha sido el gran impulsor de la investigación a nivel mundial, los obispos españoles seguían enrocados en la falta de transparencia, en el vil encubrimiento y en la cruel ignorancia del dolor de las víctimas. Una vez más, los cuarenta años de nacionalcatolicismo franquista pasaban factura a una Conferencia Episcopalacomplejada por el recuerdo nostálgico del pasado que nunca ha querido adaptarse a los nuevos tiempos. Una vez más, España se convertía en la gran excepción de la Europa democrática.
Fue necesario que llegaran dos reporteros del diario El País para que, en una laboriosa investigación que pasará a la historia del periodismo, los españoles tuviéramos información real sobre al menos 251 casos inéditos de abusos cometidos por sacerdotes, religiosos y trabajadores seglares al servicio de la curia. Unos datos que, conviene no olvidarlo, son tan solo aproximativos, la punta del iceberg, ya que hasta la fecha nadie conoce la dimensión real del drama. Los redactores de Prisa pusieron su trabajo en manos del papa y de la Fiscalía General del Estado y solo a partir de ese momento ha empezado a abordarse la tragedia con seriedad y rigor. El dosier también ha llegado al Congreso de los Diputados, donde hoy martes se decide la creación de una comisión de investigación.
Por fin la luz se abre paso entre las tinieblas de las sacristías y púlpitos y hasta Pablo Casado, forzado por la crudeza del fenómeno, parece subirse al carro de la justicia. “No hay algo más atroz que intentar abusar de niños indefensos y no hay nada más cobarde que intentar ocultarlo”, aseguró ayer en su expedición a la cuna del jamón ibérico. Lo malo es que, una vez más, la derecha llega tarde a un problema que hasta ahora no le había importado lo más mínimo (ni siquiera figuraba en su programa electoral) y que no deja de ser una cuestión de pura humanidad. No obstante, tampoco en esta ocasión el profeta popular predica con el ejemplo, ya que, mientras se muestra muy consternado en público, su grupo político vota junto a Vox en contra de la comisión parlamentaria. Casadismo en estado puro. Con todo, poco importa ya lo que pueda decir en plena campaña electoral el líder de un partido que tradicionalmente ha mantenido una posición demasiado comprensiva y tolerante con los crímenes del clero español. Esta vez va a hacerse justicia con aquellos que no cumplieron al menos dos de los mandamientos del catecismo: no cometerás actos impuros y no darás falso testimonio ni mentirás. Por lo civil o por lo criminal.