En apenas una semana el periodista bielorruso Protasévich ha pasado de ser un peligroso activista contra el régimen del tirano Lukashenko a ser un colaborador que confiesa, tras conseguir la libertad, hasta "la muerte de Stalin". De hecho, ha concedido una entrevista en televisión para confesar todas sus culpas.
En este análisis, del profesor Federico Zurita, del departamento de Genética de la Universidad de Granada y profesor del master "en cultura de paz, conflictos, educación y derechos humanos", denuncia en Diario16 los métodos autoinculpatorios que aprendió Lukashenko de la extinta URSS y que vienen desde la época de Stalin.
A su juicio, esto explica lo que está ocurriendo con el periodista bielorruso Protasévich, tras su puesta en libertad, ante la mirada impasible de Europa y la comunidad internacional.
El análisis de Federico Zurita
La asfixiante distopía de George Owell "1984", qué luego fue llevada al cine con el mismo título por Michael Raford, muestra a un detenido que está siendo interrogado. Le ponen en la cara una jaula con una rata desesperadamente hambrienta. El detenido no acierta siquiera a articular una frase coherente aterrorizado. Lógico, ante la amenaza que el torturador le hace con un ademán de abrir la compuerta y que la rata histérica de hambre, le destroce la cara.
Finalmente el infeliz "salva el pellejo" y acaba siendo "reeducado" y reconociendo la infalibilidad del Gran Hermano y lo inútil que fue intentar pensar por sí mismo.
Aplasta al individuo
Tanto el libro como la película se centran en fabular un Estado que literalmente aplasta al individuo. No solo por la coacción y la violencia externa ejercida sobre él. Que también. Sino además, y mucho más horribl,e por hacer del individuo no más que lo que resulta de dividir un millón de individuos entre un millón. Es decir un millón de individuos donde todos iguales; una utopía espantosa que extirpó la singularidad de cada individuo.
Cuando los bolvechiques se autoinculpaban
En la URSS, en los juicios-farsa de entre 1935 y 1938, los bolcheviques acusados se autoinculpaban de los inversorímiles delitos que se les imputaban y que se utilizaban para condenarlos y posteriormente ejecutarlos. Obviamente que esas confesiones se obtenían bajo tormentos inimaginables y los recién detenidos pronto comprendían que no había solución y que su final era el pelotón de fusilamiento.
Pero no acababa la cosa ahí, a sus familiares varones tendían también a fusilarlos y a las mujeres las deportaban a lejanos campos de "trabajo-reeducación", los tristemente célebres "Gulags" distribuidos a lo largo de toda la inmensidad de Siberia. Piatakov, Kamenev, Zinoiev, Bujarin y finalmente el otrora poderoso y tétrico Beria, entre otros muchos, fueron fusilados (Beria ya bajo el gobierno de Nikita Krushev) .
Aquella forma concreta de horror comenzó y terminó con Stalin. No así el control férreo y la persecución rigurosa contra cualquier forma de disidencia. Y así fueron las cosas en aquel imperio hasta la llegada de Mijail Gorbachov.
Las 15 repúblicas que componían la URSS más los países que cayeron bajo su poderosa esfera de influencia por el Pacto de Varsovia (desde Polonia a Turkmenistán desde Azerbaiyán y Rumanía a Bulgaria y Uzbekistán) sufrieron ese poder político omnímodo que escruta minuciosamente hasta el mismo interior de los individuos. Se llama "Totalitarismo" y es de factura Occidental.
No es que no lo hayan sufrido países no occidentales como Camboya, China o Corea del Norte, es que estos lo han sufrido porque a través de las ideologías lo han importado del occidente cristiano.
Tras la caída del muro y la declaración de independencia de Rusia por parte de todos esos países pudiera parecer que esas prácticas no eran sino una pesadilla ya finiquitada.
Pero resulta que no, que todavía en 2021 Lukashenko, el déspota bielorruso que resiste el embate de sus ciudadanos y de la comunidad internacional que le demandan respeto a los derechos humanos y elecciones libres y democráticas, sigue utilizando los métodos autoinculpatorios que aprendió de la extinta URSS.
La confesión del periodista bielorruso Protasévich
No se explica si no fuera así, que Román Protasévich, el periodista detenido después de que desviaran hacia Minsk el avión que lo llevaba a Lituania, haya admitido en una aparición en la televisión a unas horas de máxima audiencia, haber organizado las revueltas que estallaron tras las fraudulentas elecciones del pasado agosto.
Y para más humillación acabe en una comparecencia con loas públicas al tirano y diciendo que el trato que recibe es "correcto". Cuando lo cierto es que se percibe perfectamente el deterioro físico y emocional al que lo tienen sometido.
Amenazas de represalias contra sus familias
Gente como Protasévich resiste con entereza la tortura física. Pero es que no solo es eso. Es que además los extorsionan y amenazan con tomar represalias contra sus familias como ya hacía Stalin.
En el caso de Protasévich, su novia fue también detenida. Y ya se sabe que la amenaza de cargar contra la familia es mucho más difícil, si no imposible de soportar.
La Unión Europea asiste entre impotente y estupefacta a la ignominia de Lukashenko. Las medidas adoptadas contra el sátrapa afectan también a su hijo Víctor Lukashenko y a otras 13 personas de la "corte" del mandatario.
Lukashenko ha respondido parapentándose tras Putin. El ruso ve la posibilidad cierta de afianzar el pacto "mosaico" ya establecido entre ellos dos: Rusia da protección a Lukashenko y a cambio obtiene obediencia y soberanía de él.
Bielorrusia se juega su libertad
Bielorrusia se juega no solo su libertad sino su independencia de la poderosa Rusia. Alrededor de la cual la hace orbitar Lukashenko.
Está por ver el papel que la UE y el occidente democrático jugarán en una situación geopolítica que se ha tensado y complicado enormemente. Sobre todo tras la pifia que Lukashenko cometió al desviar aquel vuelo y detener a Protasévich y a su novia.
Éstas han sido, de momento, las consecuencias poco probables de prever entonces de actos que tomó y decidió intencionalmente. Puede que su atrevimiento, ofuscación y torpeza le cueste a Lukashenko su propia caída. Ojalá sea así.