En España la jornada máxima de trabajo es de 40 horas semanales. Sin embargo, los empresarios siguen aplicando un sistema perverso por el que se valora más el presentismo que la productividad del trabajador.
Este fenómeno no se da sólo en pymes o en sectores como la hostelería, sino que muchas multinacionales prácticamente obligan a sus trabajadores a largas jornadas de trabajo para que su valoración sea más positiva. Es decir, está mal visto que los empleados, cuando cumplen con su horario, se vayan a casa.
El debate sobre la reducción de la jornada máxima de trabajo a las 35 horas semanales o la eliminación de las jornadas partidas lleva décadas estancado sin ningún avance. Sin embargo, ya ha habido casos en los que, por ejemplo, se han aplicado las jornadas continuas o las 35 horas semanales sin reducción de salario y ha tenido un efecto positivo tanto en la productividad como en el incremento de los beneficios de las empresas.
La reducción de las horas de trabajo y la organización más flexible del tiempo de trabajo, como las aplicadas durante la crisis de la COVID-19, pueden beneficiar las economías, las empresas y los trabajadores y sientan las bases para un mejor y más saludable equilibrio entre el trabajo y la vida privada, según un nuevo informe de la OIT.
El informe Working Time and Work-Life Balance Around the World (El tiempo de trabajo y el equilibrio entre el trabajo y la vida privada en el mundo) examina los dos aspectos principales del tiempo de trabajo: las horas de trabajo y la organización del tiempo de trabajo (también llamados horarios de trabajo) y sus efectos sobre el rendimiento de las empresas y el equilibrio entre el trabajo y la vida privada de las personas. Incluye una serie de nuevas estadísticas sobre las horas de trabajo, tanto antes como durante la crisis de la COVID-19.
El estudio, el primero que se concentra en el equilibrio entre la vida profesional y personal, constata que una parte substancial de la fuerza de trabajo mundial trabaja bien sea un número mayor o menor de horas respecto a la jornada laboral estándar de 8 horas diarias y 40 horas semanales.
Más de una tercera parte de todos los trabajadores trabaja más de 48 horas por semana, mientras que una quinta parte de la fuerza de trabajo mundial tiene un horario de trabajo reducido (a tiempo parcial) o trabaja menos de 35 horas semanales. Los trabajadores de la economía informal tienen mayores probabilidades de tener jornadas laborales más largas o más cortas.
El informe analiza diferentes organizaciones del tiempo de trabajo y sus efectos sobre el equilibrio entre la vida profesional y privada, como los sistemas de trabajo por turnos, por pedido, horarios comprimidos y horas anuales promedio. Advierte que los beneficios de algunas de estas modalidades flexibles, como una mejor vida familiar, pueden estar acompañados por costos como mayores desequilibrios de género y riesgos para la salud.
El estudio analiza también las medidas adoptadas por los gobiernos y las empresas como respuesta a la pandemia de COVID-19 para ayudar a que las empresas siguieran operando y que los trabajadores no perdieran su empleo. Constata que la reducción de las horas de trabajo de una mayor proporción de trabajadores contribuyó a prevenir pérdidas de empleo. También se evidencian cambios a largo plazo: “La implementación a gran escala del teletrabajo en casi todas las partes del mundo donde era posible hacerlo, cambió… la naturaleza del empleo, y probablemente lo hará más en un futuro previsible”, sostiene el informe.
Las medidas adoptadas durante la crisis de la COVID-19 aportaron pruebas nuevas y contundentes de que ofrecer a los trabajadores más flexibilidad en cómo, dónde y cuándo trabajan puede dar resultados positivos tanto para ellos como para las empresas, por ejemplo, mejorando la productividad. Por el contrario, restringir la flexibilidad acarrea costos substanciales, como una mayor rotación del personal.
“Existe una cantidad considerable de evidencias que las políticas de equilibrio entre la vida profesional y privada proporcionan importantes beneficios a las empresas, sustentando el argumento de que este tipo de políticas son provechosas tanto para los empleadores como para los empleados”, señala el informe.
“El fenómeno llamado ‘Gran Renuncia’ ha puesto el equilibrio entre la vida profesional y privada en la primera línea de las cuestiones sociales y del mercado laboral del mundo post pandemia”, declaró Jon Messenger, el principal autor del informe. “Este estudio muestra que si aplicamos algunas de las lecciones aprendidas durante la crisis de la COVID-19 y analizamos atentamente la manera en que las horas de trabajo están estructuradas, así como su duración promedio, podemos crear una situación que beneficie a todos, mejorando tanto el rendimiento de las empresas como el equilibrio entre la vida laboral y familiar”.
El informe incluye un número de conclusiones y recomendaciones, entre ellas:
- Las leyes y reglamentaciones de la jornada laboral sobre el número máximo de horas de trabajo diarias y los períodos de descanso reglamentarios son logros que pueden contribuir a la salud y bienestar de una sociedad a largo plazo y no deben ponerse en peligro.
- Las jornadas de trabajo más largas por lo general están asociadas con una productividad inferior, mientras que un horario más reducido está relacionado con una mayor productividad.
- Los países deberían aprovechar las experiencias adquiridas con la reducción y la flexibilidad de las horas de trabajo durante la crisis de la COVID-19. Incluyendo las modalidades a tiempo parcial con las mayores prestaciones posibles, no sólo a fin de mantener el empleo sino también para sostener el poder adquisitivo y crear la posibilidad de amortizar los efectos de las crisis económicas.
- Son necesarias respuestas de la política pública a fin de promover reducciones de las horas de trabajo en numerosos países, para promover un equilibrio saludable entre el trabajo y la vida privada y mejorar la productividad.
- El teletrabajo contribuye a mantener el empleo y crea un nuevo espacio para la autonomía del empleado. Sin embargo, esta y otras formas de modalidades flexibles de trabajo deben ser reguladas para contener sus posibles efectos negativos, a través de políticas como la que con frecuencia se llama un “derecho a desconectarse” del trabajo.