El Sáhara Occidental es la última colonia de África, en la que han fracasado los antecesores de De Mistura, ya que a pesar del mandato descolonizador de la ONU sigue sin celebrarse el referéndum de autodeterminación, que España debió de organizar para conocer la voluntad de los saharauis. En cambio, cedió a la enorme presión del régimen de Rabat, que contrariado por el inequívoco revés dado por el Tribunal Internacional de Justicia La Haya (16 de octubre de 1975), al declarar que no existía vínculos de soberanía entre el Sahara y Marruecos, y aprovechando la agonía de Franco, lanzó una operación orquestada desde los palacios alauitas penetrando con más de 300.000 personas en el territorio que debía defender el ejército español.
El jefe del Estado en funciones, Príncipe Juan Carlos, que días antes había arengado a las tropas para defender el Sahara ante la provocación marroquí, desapareció de la escena para dar paso a políticos franquistas, con fuertes intereses personales y económicos en la zona, caso del ministro José Solís, quienes entregaron en bandeja a Marruecos y Mauritania todo el territorio que desde 1884 administraba España.
El ejército, obedeciendo ordenes políticas de Madrid, abandonó el territorio no sin antes desarmar a los saharauis integrados en el ejército y la policía. La indefensión fue total cuando Marruecos reemplazó policial y militarmente a España, produciéndose el gran éxodo saharaui hacia Argelia para evitar la brutal represión ejercida por los nuevos ocupantes.
El Frente Polisario, tras el abandono de España, declaró la independencia del territorio, constituyendo la República Árabe Saharaui Democrática (RASD), y estableció campos de refugiados en el sur Argelia y en las zonas más pobres y áridas del Sahara Occidental. Una guerra desigual entre la potencia ocupante y los miles de saharauis huidos que vieron como los marroquíes ocupaban sus tierras y sus casas, sin que la comunidad internacional reaccionara ante el atropello sufrido por quienes aún tenían documentos españoles.
El panorama es hoy peor, ya que Marruecos ha sabido dilatar el problema y atraerse a grandes potencias, a pesar de la resolución 1.514 de la XV Asamblea General de las Naciones Unidas reconociendo al Sahara “la aplicación del principio de autodeterminación”.
El fuerte e innegable desarrollo de Marruecos se está realizando a costa de los intereses saharauis, con fuerte capital europeo y norteamericano, que se ha incrementado en lo que son llamadas hoy por Marruecos sus “Provincias Meridionales”. Hubo un tiempo en el que Marruecos no se opuso al referéndum, condicionado a que participaran todos los habitantes del nuevo Sahara; es decir, saharauis y los marroquíes que se han establecido en el territorio desde 1975, lo que no fue aceptado por el Frente Polisario, que sigue acogiéndose al censo establecido por España antes de abandonar “su provincia 53”.
Sin embargo, el mandato de la ONU sobre la autodeterminación del Sahara no ha cambiado, siendo que los distintos enviados especiales se encuentran condicionados por la determinación de la monarquía alauita que considera al Sahara como propio. Lo más que desde Rabat se ha insinuado es dar cierta autonomía a sus hoy provincias del sur, algo que rechaza de plano el Frente Polisario que controla el actual gobierno de la República Árabe Saharaui Democrática y que mantiene que la propiedad del Sahara Occidental pertenece exclusivamente al pueblo saharaui.
Este es el panorama al que se enfrenta el italiano De Mistura, en un momento en el que España trata de relajar sus relaciones con Marruecos, muy deterioradas por todos los encontronazos de 2021, especialmente por la resistencia a reconocer la soberanía marroquí de su antiguo territorio africano.
Otro factor a considerar es que para Marruecos los intermitentes conflictos con España sirven para distraer los problemas internos, ante el malestar de una población empobrecida, que intenta buscar horizontes de futuro fuera de lo que le ofrece la monarquía marroquí. De hecho, el enfrentamiento con Argelia, que apoya al Polisario, ha agudizado la precaria situación económica, ya que el cierre el pasado octubre del suministro argelino de gas y el cierre del espacio aéreo ha agravado la situación económica. Una enorme frontera militarizada que absorbe grandes recursos, ya que Marruecos destina el 4 % de su PIB, algo menos de 5.000 millones de euros, mientras que en Argelia el presupuesto de defensa es del 6 % del PIB, más de 8.000 millones de euros.
A Donald Trump poco le importó el derecho internacional al dar la espalda a las resoluciones de la ONU, cuando salió de la Casa Blanca imponiendo, en diciembre de 2020, el reconocimiento de la soberanía marroquí sobre el Sahara a cambio de que Rabat reconociese a Israel, que se ha convertido en un importante colaborador del monarca alauita. Esa decisión ha complicado aún más la posición española, que no puede obviar sus responsabilidades en el conflicto, lo que no le permite posicionarse al lado de Marruecos reconociéndole derechos de soberanía. Rabat se venga creando conflictos intermitentes que emborronan las nada idílicas relaciones con España. Capear la situación se ha convertido en una asignatura importante a la que la diplomacia española tiene que enfrentarse continuamente.