Por lo visto en Valencia han indultado unos ninots de las Fallas, una mezquita y una media luna árabe para no soliviantar al mundo musulmán. De modo que, una vez más, Occidente cede y renuncia a su libertad de expresión –un derecho sagrado en cualquier democracia–, por miedo, por puro miedo.
La decisión es un grave error, ya que se empieza por no quemar unos simples muñecos y construcciones de cartón piedra y se acaba por claudicar totalmente ante el conservadurismo religioso, en ente caso del islam. Si por algo se caracterizan los monumentos falleros es porque jamás han dado un paso atrás en la sátira, el humor y la crítica política, social y religiosa. En eso precisamente consiste la esencia de una fiesta que ha adquirido categoría y fama universal. Año tras año, los hombres y mujeres más poderosos de la Tierra, representados por los famosos ninots, acaban en la hoguera, sin piedad, en una de las demostraciones más importantes de pleno ejercicio de libertad de expresión que se conocen en el mundo. Pasto de las llamas han ardido desde el rey emérito hasta Bush pasando por Felipe González, Aznar, Rajoy y Zapatero. También, cómo no, personajes de la fauna política local como Zaplana, Camps, CarlosFabra, Rita Barberá que en paz descanse y otros muchos. Ninguno se ha salvado del fuego purificador, ni siquiera el papa de Roma con toda su cohorte de santos, obispazos, curas y sacerdotes (como decimos, la religión es uno de los motivos clásicos y recurrentes de la fiesta valenciana y aquí no se salva ni Dios).
Algún día habrá que estudiar a fondo cómo las Fallas sirven de catarsis colectiva y de válvula de escape para el pueblo siempre sometido a los abusos e injusticias del poder. Quemar el muñeco de un cura rijoso al que se le saltan los ojos ante una señora de buen ver es uno de los grandes avances de un país tradicionalmente nacionalcatolicista como España que jamás pudo hacer la revolución a la francesa para instaurar un Estado laico y aconfesional. Ahora llegan unos señores con chilaba y turbante haciéndose los ofendiditos, nos dicen que una mezquita y una media luna no pueden pasar por el fuego salvador porque son símbolos sagrados e imponen una especie de censura a las Fallas todavía más férrea que la que ejerció Franco en el oscuro cuarentañismo.
Ni siquiera la dictadura pudo con la gran pasión valenciana, en gran parte gracias al tesón y al ingenio que demostraron los artistas para sortear la mordaza. Cuatro décadas de resistencia popular y de lucha por la libertad de expresión para acabar postrándonos ante esta especie de talibanismo de petardo y paellla. Cuatro décadas de rebeldía pública y clandestina contra el Tío Paco para terminar hincando la rodilla, tristemente, ante los totalitarios de Alá. Jamás debimos haber transigido con esto solo por el miedo a una represalia. El que teme es un esclavo para siempre, sentenció Séneca, un esclavo del que infunde el terror, un esclavo de su propia cobardía, un esclavo de sí mismo.
La libertad de las Fallas
El comunicado de la comisión festera, más bien una declaración oficial de rendición, asegura que, tras el diálogo entre ambas partes “se ha resuelto el indulto” y las esculturas serán entregadas a representantes de la comunidad musulmana valenciana. A lo que, para rematar la capitulación, añaden que “lo que se podría haber interpretado como una historia de xenofobia e islamofobia ha resultado ser una historia de diálogo social y ejemplar por parte del mundo fallero y la comunidad islámica con cariño, el respeto y el diálogo”. Hermosas palabras, si no fuese porque esconden la auténtica verdad de un episodio inquietante, escabroso y triste: el miedo.
En realidad, no había nada de xenofobia en el monumento fallero objeto de la discordia (no se intentaba incinerar la imagen de Alá o del Profeta, en cuyo caso hubiese tenido un pase la protesta de la comunidad musulmana) sino el siempre legítimo derecho a la sátira que debe inspirar nuestras Fallas valencianas. Obviamente, la decisión de las autoridades de salvar del fuego a los controvertidos muñecos nos remite de inmediato a los atentados que en el año 2015 sufrieron los viñetistas de Charlie Hebdo. Sin embargo, aquella masacre no impidió que los dibujantes siguieran dándole al pincel y ejerciendo con valentía su derecho a la libertad de expresión. Ninguno de ellos retiró sus caricaturas de la quema satírica, ninguno se plegó a la barbarie.
El que piense que sometiéndose se salvará del fanatismo se equivoca. Hoy serán las Fallas, mañana será una exposición pictórica, un cine o un teatro. Si perdemos el derecho a la palabra y al arte estamos dando el primer paso para ponernos la cadena alrededor del cuello. Y así, poco a poco y sin que apenas nos demos cuenta, iremos retrocediendo atrás hasta tiempos medievales y hasta convertirnos en siervos de la superchería de unos beatos de la Meca (afortunadamente no todos los musulmanes) que ni entienden lo que es la democracia, ni les gusta la libertad porque lo primero es la obediencia ciega al Corán, ni están dispuestos a integrarse en la sociedad que los ha acogido con los brazos abiertos con la esperanza de que asuman los valores humanistas, la cultura europea y los derechos humanos. A alguien le han temblado las piernas ante ese sector del islam que se ofende por todo y ha renunciado a sus derechos más básicos y elementales. El miedo es libre. Por desgracia, la claudicación no servirá de nada porque la intransigencia crece y se hace más fuerte a medida que aumenta el terror. Ojo a esta dictadura religiosa que nos llega de Oriente y que puede ser la más peligrosa de todas.