Podemos ha roto definitivamente con Yolanda Díaz. Pablo Iglesias le echó las cruces a la ministra de Trabajo y la militancia ha ejecutado la sentencia. Hoy por hoy, Díaz es una persona que genera desconfianza en el mundo podemita. Ayer, Juan Carlos Monedero, cofundador de Podemos, echaba más leña a la hoguera morada: “No sé si Yolanda puede representar a este espacio cuando calla ante los ataques a Irene Montero, cuando no defiende la candidatura de Victoria Rosell al Poder Judicial, cuando a veces prefiere pactar con Sánchez y con la patronal y no con la izquierda determinadas reformas”. Y añadía: “Es mucho mejor que nos echen [del Gobierno] a que nos vayamos nosotros”.
Hace tiempo que Díaz entendió que Unidas Podemos ha tocado techo, de ahí que lanzara su plataforma Sumar. La ministra está convencida de que para reforzar el bloque progresista en España es necesario impulsar un proyecto transversal, plural, que ensanche el espacio político no solo a la izquierda del PSOE, sino también por el centro. Ese papel ya no lo puede cumplir la formación morada, desgastada por sus tareas de Gobierno y demasiado lastrada por la fallida peripecia política de Pablo Iglesias. Recuérdese cuando, en los albores de la aventura podemita, el hombre de la coleta arremetía contra la casta mientras llamaba a “asaltar los cielos” y echaba en cara a Pedro Sánchez que todavía tuviese las manos manchadas de cal viva (en referencia a la guerra sucia del felipismo contra los GAL). Ya no queda nada de aquellas profecías mesiánicas.
Yolanda Díaz entiende la política de una manera muy diferente. Para la ministra, las conquistas sociales no se logran por asalto, sino mediante las reformas tranquilas necesarias y la incansable negociación entre los diferentes agentes sociales. La vehemencia, el ardor retórico, la agresividad verbal y las utopías inalcanzables no caben en su manual de una izquierda tan real como pragmática. Eso la diferencia radicalmente de Irene Montero, que es la continuación retórica del mensaje pauloeclesial, subversivo y rupturista, solo que con rostro de mujer. A Díaz nunca la verán ustedes acusando al PP de fomentar la “cultura de la violación” o la “cultura de la violencia”. La denuncia, por supuesto, pero sin alimentar la crispación. La critica, pero sin excesos ni ciegos guerracivilismos. La deconstruye desde una posición de superioridad moral y sin bajarse al barro. Prefiere desmontar las idioteces negacionistas del facha de turno con argumentos racionales (“déjeme que le dé un dato”) antes que entrar en el cuerpo a cuerpo y en el navajeo político. Si alguna vez fue comunista, ya no lo es. Si alguna vez soñó con la juvenil revolución, aquello ya pasó. Ha evolucionado hacia un socialismo posibilista, moderno, plural, integrador, no sectario y feminista siempre en los márgenes de la democracia liberal.
Pocas políticas entienden e interpretan la Constitución Española con la profundidad, el acierto y la clarividencia con la que ella lo hace. Díaz prefiere mejorar los salarios antes que avanzar en la República; garantizar una cesta básica de la compra contra la inflación (30 alimentos a 30 euros) antes que enfrascarse en discusiones estériles sobre el concepto de España con el nacionalismo español; recuperar derechos laborales perdidos y reforzar el impuesto a los ricos antes que enredarse en cruentos debates históricos con la derecha carpetovetónica sobre la guerra civil, el franquismo y el pasado. Cree que hay demasiado trabajo por hacer, demasiadas negociaciones colectivas que ganar en lugar de perder el tiempo. Yolanda Díaz es una mujer de izquierdas que mira al futuro afrontando los problemas económicos de la globalización con ideas, con datos, con medidas audaces pero factibles, sin aventuras o revoluciones imposibles. No es que sea una tibia, o una vendida a la izquierda caviar, ni mucho menos una Barbie Pasionaria, tal como la define con su habitual mala baba Jiménez Losantos. Representa lo mejor de una izquierda real en el sentido literal de la palabra (en su mejor acepción política, real quiere decir que puede hacerse realidad más allá de fantasías irrealizables) y el mejor estimulante cuando el PSOE tiende a acomodarse por propia inercia ideológica, cobardía o sumisión al Íbex 35.
Por todo ello, Díaz tenía que soltar amarras con Unidas Podemos, un partido que ha envejecido mal y en poco tiempo. Escuchar a algunos líderes morados (ellos y ellas) empieza a recordar demasiado a aquella vieja izquierda de la Segunda República que perdió la batalla de la historia. Iglesias le afea a Díaz que no aclare si quiere ser la “candidata de todos”. Es evidente que, si hay alguien que puede aglutinar una mayoría progresista y cerrar acuerdos de gobernabilidad con Sánchez para frenar a la extrema derecha y reeditar una coalición que, contra todo pronóstico y con éxitos indudables, ha funcionado relativamente bien, esa es la actual vicepresidenta segunda. Resulta comprensible, y hasta lógico, que Monedero eche en cara a Iglesias que nombrara “a dedo” a Díaz como su sucesora en Unidas Podemos. Con ella el proyecto podemita pierde la franquicia, la exclusiva de la izquierda real española. Pero el famoso politólogo debería ser sincero consigo mismo y con la militancia para reconocer que solo la ministra, por su carisma, su notable balance en tareas de gobierno y su gancho y tirón en los índices de popularidad, puede ser capaz de liderar una plataforma de izquierdas con garantías de hacer un buen papel en las próximas elecciones. Hoy por hoy, el barco podemita va a la deriva huérfano de capitán. Iglesias está fuera del circuito político. Irene Montero se ve amortizada tras la polémica por la ley del “solo sí es sí”. Las Belarra, Verstrynge, Rosell y demás no cuajarían. Y Echenique es un genio de su tiempo, una mente brillante y un polemista ácido, pero no es plan. En UP no quieren ver que pueden estrellarse en cualquier momento a poco que los vientos soplen contra el Gobierno. Sumar puede ser una buena solución ante la ofensiva de las derechas. Cuanto antes lo entiendan y confluyan, mucho mejor.