Había expectación por saber qué iba a decir Vox sobre el intento de golpe de Estado contra Lula Da Silva en Brasil. Desde hace tiempo se sabe que el partido de Santiago Abascal, al igual que el de Jair Bolsonaro, son meras sucursales del trumpismo rampante internacional. La formación ultra española copia de pe a pa el manual de estilo político de la nueva extrema derecha yanqui, o sea nacionalismo supremacista y patriotero a calzón quitado, revisionismo histórico, nostalgia por el pasado, negacionismo acientífico mezclado con una fuerte dosis de religión, clasismo medievalista, conspiranoia marciana, rabia contra el sistema y odio, mucho odio contra el comunista ateo y masón, contra la mujer feminista, contra el inmigrante y el homosexual.
Nada o poco más hay detrás de ese proyecto global lanzado por Donald Trump, esa especie de diablo rubio que va plantando semillas de odio (y de partidos populistas bien regados con sus dólares benefactores) en las redes sociales. No le pregunte usted a la gente de Vox qué piensan hacer para arreglar el cambio climático, la violencia machista o la maltrecha Sanidad pública porque no aportarán ninguna idea realista. Ni saben de eso ni les interesa saber. Ante preguntas concretas para una exitosa gobernanza se encogerán de hombros, se calarán la boina, se pondrán el palillo en la boca y exclamarán aquello tan típico tópico de Viva España, viva el rey. Y hasta ahí llega el programa político voxista. Como tienen una misma respuesta y un mismo argumento para todo (la culpa es del traidor Sánchez y sus amigos podemitas-bolivarianos-bilduetarras) no se calientan demasiado la neurona.
Vox, al igual que otros partidos hermanos europeos, nació inspirado por el trumpismo de nuevo cuño con la única misión de perpetuar en el poder a las clases dominantes y de paso dinamitar las instituciones oficiales de las democracias liberales que según ellos han ido demasiado lejos. A partir de ahí todo vale, desde la “guerra cultural” (en realidad el catetismo de toda la vida ahora ya exhibido sin complejos), hasta el mundo al revés, pasando por el surrealismo folclórico, la incoherencia constante y la irracionalidad más delirante. El trumpismo es una distopía, un anacronismo, una vuelta atrás de varios siglos en el reloj de la historia hasta las etapas más oscuras de la humanidad. Vox nació con esa filosofía cuando el tito Bannon (asesor de cabecera de Trump) los bendijo en la Trump Tower de Nueva York y les dijo aquello de: “Id por todo el mundo y predicad el fascismo”. Los apóstoles hispanos de la Cruzada Nacional –o sea los Abascal, Buxadé, Espinosa de los Monteros, Ortega Smith y la hoy desertora Macarena Olona (esta parece haber visto la luz, ha salido de la secta verde y ya habla de igualdad de la mujer como una feminazi peligrosa)– juraron lealtad al nuevo movimiento ultraderechista internacional y como buenos autócratas hasta se declararon fans incondicionales de Vladímir Putin. Obviamente, hoy, ante la carnicería ucraniana, ser putinesco no tiene buena prensa, así que reculan, lo niegan y juran y perjuran que ellos jamás tuvieron nada que ver con el líder ruso, una puerilidad más, ya que existe eso que se llama hemeroteca y los archivos fotográficos para demostrar que en su momento compadrearon descaradamente con el sátrapa paranoico de Moscú.
Ayer, Jorge Buxadé tuvo que hacer auténticos juegos de malabarismo retórico para, sin dejar mal al socio Bolsonaro (instigador directo del golpe de Estado brasileño este fin de semana como en su día lo fue Trump del asalto al Capitolio) condenar siquiera tibiamente los dramáticos sucesos ocurridos en las últimas horas en el Congreso Nacional, el Palacio de Planalto y la Corte Suprema de Brasilia, sedes oficiales de los poderes Legislativo, Ejecutivo y Judicial. Es cierto que Buxadé, el hombre, tuvo que lidiar con lo que coloquialmente se llama un buen marrón. No lo tenía fácil para condenar un golpe de Estado y al mismo tiempo quedar bien con un hermano de sangre de la internacional trumpista como Bolsonaro, así que no le quedó otra que recurrir a las viejas y macabras fórmulas utilizadas por la izquierda abertzale en los años del plomo, cuando ETA mataba cruelmente y las fuerzas democráticas presionaban a Herri Batasuna, brazo político de los terroristas, para que condenara los viles asesinatos. Recuerde el ocupado lector cuando Otegi y los suyos, tras el último crimen macabro, soltaban aquello de “rechazamos la violencia o la amenaza en cualquiera de sus formas”, ahorrándose tener que entrar a condenar explícitamente el homicidio de un guardia civil, policía o concejal. Ese era el expediente que Batasuna rellenaba, fría y administrativamente, para equiparar el tiro en la nuca con la supuesta represión del Estado español.
Algo muy parecido creímos escuchar ayer por boca de Buxadé. El portavoz voxista condenó el golpe brasileño, es cierto, pero al mismo tiempo tiró de esa coletilla tan manida, de ese “pero” tan batasuno, cuando denunció la “doble moral” de la izquierda, a la que acusó de callar ante hechos similares ocurridos en Chile o Colombia. “Condenamos la violencia, toda la violencia ejercida contra las instituciones democráticas. Pero toda la violencia a diferencia de la izquierda de Europa y especialmente la española”, alegó Buxadé al ser preguntado por el asalto a las instituciones democráticas brasileñas. Acto seguido, y siguiendo el manual de política basura del buen trumpista, aprovechó para mezclarlo todo en la batidora, la reforma del delito de sedición de Sánchez, Cataluña, los indultos a los presos del procés, la degradación del Poder Judicial, en fin, toda la metralla dialéctica habitual que no venía a cuento. Ayer se trataba de condenar sin paliativos y sin “peros”, simple y llanamente, un hecho histórico que pone en peligro la democracia en un país como Brasil. Es evidente que el supuestamente demócrata Buxadé se vio en un callejón ideológico sin salida, no supo por dónde escapar y se vio obligado a recurrir a las mismas artimañas retóricas de aquellos vascos exaltados que rechazaban la violencia sin romper con los pistoleros. Curioso cuanto menos.