Toda revolución deja una galería de héroes para la posteridad. La “libertad guiando al pueblo” se convirtió en emblema de la Revolución Francesa; el miliciano caído en combate de Capa retrató la tragedia de nuestra guerra civil; y la insurrección trumpista del Capitolio o “rebelión del tupé rubio” empieza a generar sus propios personajes icónicos. Hablamos sin duda de ese individuo casi prehistórico disfrazado con pieles y cuernos de bisonte que por lo visto va por la vida sin camiseta y a pecho descubierto, como en la sabana africana. El sujeto en cuestión, mezcla del último mohicano y Braveheart, se hace llamar Yellowstone Wolf (el lobo Yellowstone) y su imagen campando a sus anchas por los pasillos de la Cámara de Representantes ha dado la vuelta al mundo. No hay más que detenerse un momento en esa foto, en ese destello de la historia, para entender lo que está ocurriendo en las últimas horas dramáticas en Estados Unidos.
En ese fresco de la decadencia del imperio yanqui está encerrada la respuesta, la clave de este trance surrealista que parece haberse apoderado de USA. La instantánea inmortal muestra a un adánico salvaje rebosante de orgullo patriótico flanqueado por otros dos personajes no menos importantes y enigmáticos. Yellowstone Wolf aparece como el chamán de las cavernas que regresa triunfante para recuperar la vara de mando después de que el dios Trump le haya insuflado el poder político y religioso. Una especie de Moisés de las tribus cromañónicas trumpistas cuya primera misión en la Tierra sería acabar con la luz de la razón, con la cultura, con la ciencia y con la democracia −los cuatro pilares fundamentales del progreso y la civilización humana−, para devolver al pueblo norteamericano a una especie de oscura noche de los tiempos, una noche no ya medieval, sino prehistórica, donde se impone el mito, la superchería, la violencia y el miedo. La ley de la selva, en fin.
Pero no nos olvidemos de los dos edecanes que flanquean al fantoche totémico en su paseo triunfal sobre las ruinas de la democracia y del Capitolio violado y saqueado. A la derecha tiene al que parece ser el ideólogo militar, su lugarteniente y mano derecha, mientras que a la izquierda le acompaña un diminuto ser con aspecto inofensivo que hace las veces de diablillo burlón o bufón de la corte o tribu. Ese es el cuadro perfecto que encarna el nuevo orden político y social trumpista, tal como lo entiende el enloquecido presidente de Estados Unidos. Esa es la Santísima Trinidad paleolítica diseñada por el señor de Wall Street para construir su América del futuro: religión, ejército y sarcasmo tuitero para deslegitimizar al rival político y a la democracia liberal.
Por lo visto, a Yellowstone Wolf lo entrevistó la agencia Efe en una manifestación pro-Trump celebrada en Arizona poco después de las elecciones presidenciales del pasado mes de noviembre que dieron la victoria al demócrata Joe Biden. Fue entonces cuando el extravagante personaje se bautizó a sí mismo con ese apodo asilvestrado, aunque reveló que su nombre real es Jake Angeli. El gurú se identificó a sí mismo como miembro del movimiento QAnon, una red que promueve teorías de la conspiración por todo el país. Allí mismo, sin despeinarse, lanzó uno de esos bulos narcóticos a los que nos tiene acostumbrados Donald Trump: que muchos votos que habían ido a parar a la candidatura de Biden utilizaba las identidades de personas fallecidas hace más de dos décadas. “Hay pruebas de ello en grupos de Facebook”, aseguraba el lobo Yellowstone. En la entrevista, que no tiene desperdicio, Angeli dijo practicar el “chamanismo” y adelantó que su objetivo era “recuperar nuestra nación de los comunistas y globalistas que han infiltrado nuestro Gobierno desde los niveles más altos para destruirlo desde dentro y crear un nuevo orden mundial”.
El ejemplo de Angeli, un expediente clínico digno de estudio, no es un caso aislado en la América profunda de hoy. Espeluzna pensar cuántos de esos 75 millones de votantes trumpistas pueden verse afectados por esta especie de abducción marciana que transforma a todo aquel seguidor de Trump en una especie de ferviente adepto al que le han echado algo en el agua hasta convertirlo en un ser programado para cumplir fielmente las indicaciones de su dios supremo, su dueño y señor. En USA el problema de las sectas es casi tan grave como el asunto de las armas, la obesidad por el consumo compulsivo de comida basura o la pandemia de coronavirus. Millones de americanos han caído víctimas de las redes del chamanismo, del naturismo new age y de miles de sectas destructivas que se propagan por todo el continente americano como un cáncer terminal. En Yanquilandia cualquier iluminado, desaprensivo o estafador puede crear su propia religión e inscribirla en el registro oficial. No tendrá ningún problema para hacer proselitismo de seres extraterrestres, duendecillos verdes, infusiones milagrosas y viajes astrales y hasta recibirá sustanciosas subvenciones del Estado. Una auténtica chifladura, una neurosis colectiva incurable.
Al igual que los nazis se dejaron seducir por el esoterismo e incluso organizaron expediciones por España en busca del Santo Grial para dominar el mundo, los trumpistas de la extrema derecha de nuevo cuño han visto en la conspiración la nueva religión emergente para ganar adeptos. Es el caso de QAnon o Q (abreviatura de Q-Anónimo). Esta corriente ideológica (más bien diarrea mental) que se propaga como la pólvora en las redes sociales, sostiene que hay una supuesta trama secreta contra Donald Trump y sus partidarios organizada por un “Estado profundo”. Envuelto en el truño de que Q actualiza la filosofía de los viejos sabios de Sion, miles de seguidores se han tragado el cuento de que actores liberales de Hollywood, políticos del partido demócrata y funcionarios de alto rango participan en una red internacional de tráfico sexual de niños y realizan actos pedófilos. Por descontado, Trump es el mesías salvador que ha llegado para desmontar esa oscura trama e impedir el golpe de Estado orquestado por Barack Obama, Hillary Clinton y George Soros con la colaboración de los medios de comunicación convencionales. Una soberana paranoia que gota a gota y tuit a tuit ha calado en medio país. Yellowstone Wolf, con todas sus greñas y su poderosa imagen icónica de macho alfa dotado de un báculo sagrado, no es más que uno de esos millones de pobres desgraciados confusos y traumatizados tras el 11S y la decadencia del imperio. Crédulos de un cantamañanas que se los ha llevado al huerto con cuatro bulos para mentes simples.