Ayuso, Milei, Trump y la perversión de la libertad

24 de Mayo de 2024
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Ayuso Libertad

Cuando Javier Milei llegó a Argentina tras su viaje a España, no dudó en afirmar que «la gira ha demostrado, nuevamente, que soy el máximo exponente de la libertad a nivel mundial, le guste a quien le guste». Un hombre humilde este Milei, valga el sarcasmo.

Lo cierto es que uno de los elementos que unifica el discurso de los principales líderes del populismo de extrema derecha de corte trumpista es el del abuso y la perversión de la palabra «libertad», un vocablo al que, de tanto repetirlo, han prostituido su verdadero significado.

Los tiempos de crisis suelen ser los mejores escenarios para el surgimiento de los liderazgos transformadores. En menos de una década se han juntado personajes como Donald Trump, Jair Bolsonaro, Nayib Bukele, Viktor Orban, Giorgia Meloni, Santiago Abascal, Isabel Díaz Ayuso, Marine Le Pen, Matteo Salvini, Liz Truss, Nigel Farage o Geert Wilders. Todos se presentan como la referencia histórica de la transformación del sistema a través de la repetición constante de la palabra «libertad».

Eso está medido en el Big Data y los populistas de extrema derecha lo utilizan y saben si hay que dar más presencia o no a sus principales dirigentes.Salen cuando hace falta sin tener que ejercer un liderazgo con autoridad. Todos estos movimientos populistas de extrema derecha y sus líderes están hiper digitalizados está digitalizada gracias a personajes  como Steve Bannon.

A diferencia de los fascismos del siglo XX, los líderes de esta nueva extrema derecha no necesitan tomar el Estado en su totalidad, le basta con gobernar mediante la propia democracia y bajo los parámetros del capitalismo que les alimenta para, finalmente, destruir la estructura del Estado, tal y como pretende Javier Milei o ya ha implementado Nayib Bukele. Sin embargo, ya nos controlan y ahora están en la fase de toma del poder para hacerse con el Big Data del Estado y, como el Anillo Único de Poder, dominarnos a todos.

El manejo absolutamente eficaz que tienen estos grupos de extrema derecha de las nuevas herramientas de comunicación no es fruto de la casualidad. Es un proceso que lleva aplicándose desde el año 2015, coincidiendo con el anuncio de la candidatura de Donald Trump.

El problema de los bulos y la desinformación de Vox es mucho más grave y peligroso de lo que ha planteado en las últimas semanas Pedro Sánchez. No son sólo unos cuantos miles de mensajes a través de WhatsApp, Telegram, páginas web o redes sociales. Es toda una estrategia en la que, en todo el mundo, se están utilizando tecnologías y metodologías muy avanzadas que ponen en peligro al sistema democrático.

Desde la extrema derecha mundial se manipularon intenciones de voto para que populistas ultraconservadores alcanzaran el poder. Estados Unidos, Brasil, El Salvador, Argentina o el Brexit son el mejor ejemplo.

Sin embargo, esos métodos no los están utilizando sólo para ganar comicios, sino que disponen del nuevo sistema para manipular la voluntad de los hombres y mujeres de las democracias. Se trata del control absoluto del Big Data, del manejo de metadatos que se van dejando en redes sociales o en el historial de navegación de internet. En consecuencia, la libertad que proclaman no es tal, porque su ascenso al poder está basado en un sometimiento y un control absoluto de las voluntades.

Los expertos en Big Data conocen los gustos culinarios, el consumo cultural, el tipo de mujer o de hombre que gusta a cada una de las personas, la hora a la que se van a dormir o se levantan. Lo saben todo.

Esto es lo que está utilizando la extrema derecha mundial para manipular la voluntad de la ciudadanía. El control del Big Data necesita de mucha inversión que un partido fiscalizado no podría acometer. De ahí las dudas por los canales de financiación de estas formaciones ultras. ¿De dónde sacan el dinero?

Evidentemente, las élites financieras están más unidas a aquellos partidos que están dispuestos a destrozar el sistema de bienestar social democrático antes que a aquellos que, incluso desde el lado conservador, están dispuestos a recortarlo, pero no a eliminarlo. Ese poder no democrático que ejercen las élites empresariales, económicas y financieras es la principal beneficiaria de la perversión del concepto «libertad» que tanto utilizan Donald Trump, Jair Bolsonaro, Nayib Bukele, Viktor Orban, Giorgia Meloni, Santiago Abascal, Isabel Díaz Ayuso, Marine Le Pen, Matteo Salvini, Liz Truss, Nigel Farage o Geert Wilders. Esa supuesta libertad pasa, evidentemente, por una desregulación de los mercados.

No hay más que recordar cómo Isabel Díaz Ayuso no hace más que atacar al gobierno de Pedro Sánchez con el mantra de que «quieren acabar con el libre mercado». Los hechos demuestran que si no hay una regulación y un control estatal por los movimientos de los grandes fondos y las grandes empresas, entonces la acumulación irresponsable de riqueza será mucho más profunda. En consecuencia, se incrementará la desigualdad. Ese es otro modo de perversión de la palabra «libertad».

Ya en la década de los 80 del siglo XX, el filósofo francés Guy Debord alertaba del peligro de la desinformación en nuestras sociedades: «la desinformación se despliega ahora en un mundo en donde no queda sitio para verificación alguna».

Ese fenómeno se une al conocimiento de las preferencias de casi toda la población a través del Big Data. Ahí es donde está el triunfo de estos movimientos y líderes populistas de extrema derecha, su poderío y el fracaso de los demás partidos que siguen pensando en términos casi analógicos y exclusivamente ideológicos.

El discurso y las propuestas de la extrema derecha tienen cabida por la grave situación social generada por la concatenación de crisis económicas. La resignación, la desafección, el conflicto y la desilusión de la ciudadanía es su caldo de cultivo, pero no todos los mensajes llegan a calar en todas las personas.

Sin embargo, la utilización adecuada del Big Data genera estrategias de comunicación prácticamente personalizadas: xenofobia para los xenófobos; antiestablishment para los más anarcoliberales; machismo para los que siguen creyendo en la supremacía del hombre sobre la mujer; tradición para los más conservadores; patria, mucha patria para los ultranacionalistas. Todo ello medido a la perfección y adaptado al contexto en el que se mueven.

Esto es muy peligroso para la democracia porque saben a qué grupos mandar o colocar sus mensajes, porque ellos han sacado todos los datos de esos mismos grupos. El mundo no está lleno de ultras, por muchos que haya, sino que en un periodo de crisis como el que se vive están colocando bien sus mensajes gracias al Big Data. Saben lo que tienen que decir y, algo que es más importante, cómo decirlo.

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