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“Cualquier sitio es más bonito cuando te vas y cualquier tiempo anterior suele colorearse desde el presente”

Miqui Otero presenta en ‘Orquesta’ el insondable mundo que se oculta en una simple noche de verbena estival en un pueblo, donde se puede concentrar tanto la felicidad fugaz del instante como la desolación de todo un pasado solapado por miedos y rencores profundos y telúricos

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análisis

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Quien hubiera pensado que Miqui Otero (Barcelona, 1980) había llegado a la literatura en 2010 con Hilo musical o posteriormente con Rayos (2016) solo para ser el nuevo trovador por antonomasia de la Ciudad Condal, tras el rastro dejado antes por otros como Mendoza o Marsé sin ir más lejos, estaba muy pero que muy equivocado. Las dudas se han despejado por completo con Orquesta (Alfaguara), después de la deslumbrante, emotiva y enternecedora Simón (Blackie Books, 2020), donde la capital catalana ejercía de protagonista omnipresente. Ahora, los ancestros gallegos de Otero le han cogido por la solapa y lo han llevado al imaginario pueblo de Valdeplata para ayudarnos a brincar al son de una orquesta de pueblo en una verbena de noche estival. Todo, lo mejor y lo peor, lo efímero y lo eterno, la felicidad y la tristeza más absoluta, el amor y el odio… Todo, absolutamente todo, cabe en esa noche eterna al son de la música y un puñado de personajes que se clavan en el recuerdo del lector, marca de la casa, con un estilo tan particular como definitorio que lo mismo da que nos lleve por las calles de Barcelona o por la plaza de un pueblo perdido de la Galicia rural. Miqui Otero en estado puro, que no es decir poco en estos tiempos de literatura epidérmica y volátil.

Al trasladar directamente al lector al escenario de una orquesta de pueblo en un verano cualquiera, lo mete del tirón en el bolsillo, sin miramientos. ¡Quién no ha sido feliz en una noche así! Y sin embargo…

¡Exacto! Y sin embargo… Me apetecía plantear un entorno no solo edénico, sino también muy reconocible: las bicis heredadas a las que hay que poner 3 en 1 tras un verano sin rodar, los jerséis una talla más prestados por la prima, los días larguísimos que duran como años. Todo ese lenguaje común, del verano (de algún modo el verano es la estación de la infancia). Además, y en concreto, de plantear una novela que transcurriera durante una fiesta. Precisamente en las fiestas patronales (o verbenas) celebramos la vida de los que están, pero también nos acordamos de los que se fueron. Compartimos brindis con los vivos, pero convocamos a los muertos. Quería que fuera una noche inolvidable, y las cosas inolvidables lo son o por fantásticas y felices o por terribles y tristes: porque las quieres olvidar y no puedes o porque las podrías olvidar y no quieres. Así que empieza a tocar la Orquesta y todo el baile de personajes y recuerdos arranca. Y se activan también los del lector o la lectora. O eso espero.

¿Por qué en el imaginario de cualquier persona una orquesta de pueblo y su música remite a una juventud dorada, a amores fugaces, a amistades eternas… en definitiva, a algo parecido a la felicidad?

En parte porque lo recordamos. Seguramente en el momento que lo vivimos hubo momentos de aburrimiento, nervios, indiferencia, incluso a veces trauma. Pero la memoria a veces aplica ese filtro fotogénico de la nostalgia que nos hace pensar en primeros amores, promesas preciosas y primeras veces. Aunque a veces no sea así. Aunque nos mintamos un poco. Pero cualquier sitio es más bonito cuando te vas y cualquier tiempo anterior suele colorearse desde el presente.

Pero no ha elegido el yo” para narrar, sino el nosotros”. E intercalado incluso con el monólogo interior de algunos de sus protagonistas. ¿Por qué?

Sí, fue una de las primeras cosas que me planteé. Me irrita un poco algo de nuestra sociedad, de nuestro mundo: cómo todo parece segregado por burbujas algorítmicas en función de generaciones, gustos, estética, clase… Todo me gritaba que pinchara esas burbujas y creara una mayor, donde entrara todo tipo de gente. Pensé dónde podía suceder eso (esa cosa como de carnaval antiguo en el que todo tipo de personas se juntaba al mismo nivel) y encontré la verbena, donde eso sucede. Más que del yo, me apetecía escribir desde el nosotros. No un “nosotros” aproblemático, idílico, sin conflicto, sino un nosotros donde pudiera existir el baile, el diálogo y el abrazo, sí, pero también donde los conflictos y problemas saltaran de forma muy evidente. Algo así como la diversidad de la vida.  Una novela que no le hablara a la gente que es como yo, sino que los pusiera en danza a todos.

Los bailongos de la fiesta que usted ha orquestado en un ficticio pueblo gallego son desde niños hasta ancianos a las puertas de la parca. ¿Es la música popular uno de los inventos más transversales posibles inventados por el hombre?

Sí, además de la narradora, que es la Música, los personajes principales tienen entre cien años y cero, algunos son condes antiguos con muchos privilegios, otros abuelas humilladas hace décadas o jóvenes absolutamente perdidos. Me gustaba la idea de poner a dialogar secretos y problemas de todos ellos, tan distintos, pero bajo las mismas canciones. Me di cuenta de que la Música está dentro y fuera de nosotros (caí en ello durante una actuación: la banda probaba sonido y el bombo sonaba en el aire pero también en la caja torácica, dentro y fuera). Así que la narradora podía saber qué sentía cada uno de ellos, pero también podía ser como un gas que cotilleara en todos los corrillos de la verbena. Además, como en el texto se cuelan versos de canciones (de pasodobles al principio a Rosalía o cosas recientes al final), el tipo de canciones y versos me iba marcando el paso de la noche, de las vidas y de épocas recientes del país (de la posguerra hasta hace cinco minutos). Y como los personajes eran muy distintos, la Música era lo que les unía. La música popular, de Orquesta, esa que no vamos a buscar, pero que nos sabemos todos de memoria. Una especie de esperanto que trenza generaciones, vidas, historias. Como en Fiesta, la canción de Serrat.

“Las cosas inolvidables lo son o por fantásticas y felices o por terribles y tristes”

Hasta ahora, su trayectoria novelística ha estado muy apegada a lo urbano. Hasta Orquesta. ¿Cuánto ha tenido que ver en este giro la mirada atrás a sus ancestros en Galicia?

Sí, por un lado, tras varias novelas ambientadas en Barcelona me apetecía (como nos sucede cuando permanecemos demasiado tiempo en un sitio) salir de ahí. Luego también me iba muy bien para la novela que quería escribir, que habría sido más difícil de hacer por ejemplo en un barrio (sin tanto vínculo entre familias, por ejemplo). Por último, pero también importante, mientras la escribía murieron familiares cercanos, así que se reavivó la memoria. Y una efeméride íntima: justo hace 50 años que mis padres emigraron de la aldea gallega para buscarse la vida en Barcelona, donde yo nací. Era el momento de mirar ahí, consciente de que soy un narrador urbano, pero que tiene muy incorporado ese otro lugar.

En esta ocasión, ha llenado de sentido el peso de cierta mitología gallega en la fuerza telúrica de la música de verbena. ¿Es esta una simbiosis perfecta?

Sí, como te decía antes quería que aparecieran, de alguna manera, todos en esta fiesta, ¡hasta los que ya no estaban en este mundo! Y en este contraste entre lo que se vivió y lo que se miente, entre la ficción y la realidad, entre los dos mundos, me iba muy bien esa mitología gallega. Ese mundo casi antiguo, donde podría aparecer un muerto en la barra para tomarse un vino o donde las procesiones de almas en pena pueden estar formadas por personas que vivieron realmente aquí. Lo que hago es poner esas leyendas en boca de los más ancianos, pero se da la cosa graciosa de que los niños del Valle también se las creen…

Pero pese a todo, mantiene un estilo personal inconfundible, creador de antihéroes que se quedan para siempre en la recámara mental de sus lectores. ¿Cómo lo consigue?

¡Muchas gracias! Lo que me dices es bonito. La idea de acabar la novela y querer tomarte algo con algunos de sus personajes. Creo que las novelas, sobre todo las del siglo XX, juegan con el antihéroe, porque el relato heroico (que antaño era el protagonismo) ahora es un relato publicitario. Los anuncios de ser el mejor en algo gracias a cualquier cosa que te vendan, sea una colonia o un coche o un cepillo de dientes. La literatura, en cambio, puede dignificar o retratar vidas amnesiadas, no tan presentes. Y es mucho más atractiva si se construye con personajes que caen y ríen, que intentan y fallan, que buscan y no encuentran y luego encuentran y luego lo pierden…

¿Se siente a gusto cuando le colocan ya, a estas alturas de su trayectoria literaria, un asiento de honor junto a otros insignes literatos de lo barcelonés, como son Marsé o Mendoza, sin ir más lejos?

Qué voy a decir: que son maestros para mí. Que es algo así como si me dijeran que en un hipotético (y más que improbable) biopic sobre mi vida me interpretaría George Clooney. Ya sin bromas: obviamente uno intenta encontrar su voz y su estilo y sus temas, pero es un honor que alguien trace esas conexiones y me ponga a comer a la mesa de escritores tan potentes. Mientras comparta mantel con ellos, prometo intentar ser honesto, ambicioso y, eso sí, no aburrido, incluso ingenioso. A ver qué tal.

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