"En una guerra civil no se triunfa contra un contrario, aunque éste sea un delincuente. El exterminio del adversario es imposible; por muchos miles de uno y otro lado que se maten, siempre quedarán los suficientes de las dos tendencias para que se les plantee el problema de sí es posible o no seguir viviendo juntos"
MANUEL AZAÑA
La población española de posguerra o grupo social de posguerra estuvo marcada por el desastre de la contienda y por la división de sus miembros en grupos antagónicos. De un lado estaban los que se habían comprometido y colaboraban con el régimen, de otro lado los que intentaron cambiar la situación en el trabajo o integrados en labores intelectuales y profesionales. La población era de unos 24 millones de habitantes en 1.941, población que había sufrido los avatares de la lucha y los efectos de la crisis posterior. Pero lo que soportó una inmensa mayoría fue la carencia de productos y de alimentos durante los años cuarenta. La miseria se cebó en las clases populares más necesitadas y en los grupos sociales de bajo nivel adquisitivo que dependían del salario oficial. La primera intención del nuevo régimen fue restablecer el orden alterado por los gobiernos anteriores. Una Orden del 7 de noviembre de 1.939 autorizaba a la Dirección General de Reforma Económica y Social de la tierra para devolver a sus antiguos dueños las fincas intervenidas. En 1.940 “se restituyen toda clase de fincas expropiadas por la reforma agraria republicana". A las secuelas de la guerra civil hay que unir la guerra europea, cuyas repercusiones durarán toda la década. La guerra civil produce casi un millón de muertos, de los que medio millón eran hombres de su población activa. A esta catástrofe demográfica se añaden la emigración, las ejecuciones y el presidio. La incidencia más notable de todo este proceso recae sobre los grupos sociales que apoyaron de una u otra forma los gobiernos de la República.Se estiman cifras de 1.200.000 personas las que tuvieron que soportar una posguerra más dura, por ser republicanos. Entre los muertos en combate, los ejecutados o los que fueron a presidio se vieron afectadas más del 15% de familias españolas. Durante unos doce años la población de presos políticos fue de unos 74.672. Esto supone que se perdieron entre las 875.000 posibles jornadas de trabajo la parte de población activa que estaba reclusa en los presidios que jalonaban todo el país. Los efectos económicos produjeron un colapso en el desarrollo económico español. En los años anteriores a la guerra, los países occidentales vivían los principios de la recuperación tras el desastre de la Gran Depresión del año 29. Los años siguientes a la contienda fueron difíciles para conseguir la reconstrucción, había ciudades con más del 60% de sus edificios derruidos, los ferrocarriles, la ganadería, la superficie de sembrado y de producción industrial. El problema fue grave hasta el punto que la renta media se hunde sobre un 30% y no se empieza a salir de esta situación hasta 1.951. No obstante las consecuencias de la guerra llegarán hasta 1.959, por estas fechas comienzan a notarse unos cambios económicos realmente significativos. La vida siguió el camino trazado, el cine como buen aliado ayudó a curar y olvidar algunas de las heridas abiertas.En este terrible deterioro y sobre estas ruinas malvive la población española de estos años, a todo esto hay que añadir la guerra europea y la pertenencia del régimen franquista al bando perdedor. El aislamiento, el hambre y el rencor fueron apoderándose de una sociedad dividida, encarcelada o exiliada tanto exterior como interiormente. El régimen decide potenciar la producción industrial, pero el intento de favorecer la industria fue descapitalizando la agricultura. La iniciativa de priorizar la industria produce la aparición del mercado negro y las consecuencias en el racionamiento de alimentos. Lo que pretendía el modelo franquista, de trazo esencialmente rural, era "una mano de obra barata y un mercado reducido", Franco siguió el modelo económico de los gobiernos fascistas europeos. Las pérdidas en vidas humanas fueron muchas, pero lo dramático estaba produciéndose en el desgarro social y familiar en las zonas rurales. Las consecuencias de este periodo histórico es el resultado de las condiciones concretas de cada región. En regiones de población rural donde los habitantes eran familiares o vecinos conocidos fue difícil cicatrizar las heridas, porque la guerra los había marcado para siempre y todos los españoles no habían ganado la paz ofrecida por Franco.Los vencedores pronto lograrían demostrarlo, las nuevas corporaciones locales no olvidaron lo pasado. Hicieron tabla rasa de lo relacionado con la causa republicana y comenzaron una labor ideológica de acuerdo con el poder. Hubo un favoritismo apreciable en las relaciones sociales y la revisión interesada de los acontecimientos históricos. Durante un tiempo no hubo reconciliación y la fractura social estaba presente en los comportamientos, en los actos oficiales de las instituciones, en las escuelas y en la amargura de la vida cotidiana, la carga de privaciones, de rencores y de miedo aumentaba con un porvenir incierto y temido. Para la sociedad andaluza los problemas económicos fueron difíciles de resolver y el nuevo régimen contribuyó al aumento de las diferencias sociales. Una cuestión importante fue la oligarquización política y la falta de estructuras industriales que darán como resultado una posguerra con profundas diferencias regionales. Estas diferencias, como en otros países europeos, contribuyen a que el sistema capitalista produzcan un norte desarrollado y un sur empobrecido. Otra consecuencia de la guerra fue el proceso de ruralización en la mayor parte del país, pero Andalucía ya lo era desde siglos anteriores. Las dificultades de recuperación fueron debidas a la falta de medios, a esto se unió la decisión del Estado de acudir en auxilio de los grandes y medianos propietarios agrícolas, en pago de ayuda y apoyo del régimen. De esta forma, el proletariado agrario tuvo que soportar una de las situaciones más calamitosas del siglo. Los trabajadores agrarios jornaleros verán ennegrecer su horizonte durante la etapa franquista, en un principio, por la escasez en la producción y la falta de alimentos. Pero más tarde, por la incipiente mecanización del campo que les perjudicaba, a todo esto se añade la progresiva explosión demográfica andaluza que agravó la situación. En esta época faltaban los medios, el trabajo y los alimentos, el éxodo rural presente durante los siglos anteriores, por el proceso desamortizador, cobró nueva vigencia. La emigración temporera de la siembra o recogida de la cosecha fue en aumento y produce un éxodo constante hacia las grandes urbes industrializadas del país como Bilbao, Barcelona y Madrid. El proceso culminará con la masiva emigración, a partir de los cincuenta, a las naciones europeas, en particular hacia Francia y Alemania.Andalucía se convierte, puede que sin pretenderlo, en el paradigma de aliados del régimen. Recordemos que Andalucía fue una de las primeras zonas dominadas por las tropas franquistas y tenía una larga historia de atraso económico y dependencia de la tierra, por tanto fue la región que soportó el modelo de subdesarrollo autárquico. Pese a todo, puede decirse que la importante emigración andaluza ayudó al régimen a solventar el problema del desempleo agrícola, lo que supone una sarcástica contradicción. Los trabajadores andaluces que arrastraban las maletas y la miseria por las estaciones de trenes de las ciudades europeas, con los años aportaron un capital estimable para la recuperación futura de la región andaluza y del Estado español.