En el último mes los mass media han dado cobertura en sus informativos y programas de divulgación –que son los menos–, al proyecto piloto “The Ocean Cleanup” de Boyan Slat sobre la retirada de plásticos que contaminan mares y océanos. Si bien la idea ha sido mostrada por éstos como un posible remedio a los daños colaterales de la sociedad de consumo y no como crítica a dicho estilo de vida, al menos si ha servido para visibilizar la realidad y promover el debate sobre cómo estos residuos afectan al medioambiente, a los alimentos y, por ende, a la salud de los seres vivos.De hecho, se estima que anualmente algo más de 8 millones de toneladas de plásticos procedentes de industrias, comercios y hogares, van directamente a ríos, lagos, mares y océanos para que, finalmente, las corrientes marinas terminen por agruparlos en grandes islas o sopas de plástico que ya son visibles en los océanos Índico, Atlántico y Pacífico. Esta isla de basura fue localizada en el Caribe por la organización Sea Voice News. Fuente: seavoicenews.com, 2017.Durante el tiempo que éstos permanecen a la deriva quedan expuestos a un largo proceso de descomposición (que va desde los 5 años de una bolsa hasta los 500 años de una botella), durante el cual el tamaño medio pasa a ser menor de 5 mm y a denominarse “microplástico”.Además de estos microplásticos procedentes de la descomposición “natural”, se encuentran “microbeads”, o lo que es lo mismo, microplásticos de “diseño” menores de 2mm que la industria emplea en cosméticos, jabones o dentífricos que escapan al proceso de depuración de las EDARs. La imagen muestra la ruta de los microplásticos a lo largo de la cadena trófica. Fuente: B.Hernández Pino, 2017.Toda esta tipología de microplásticos son consumidos por la principal base alimentaria de los animales marinos, el plancton. Cuando éste es ingerido por otros peces que, de forma habitual, forman parte de la dieta del ser humano, los microplásticos pasan directamente al organismo como un potencial factor de riesgo tóxico. De esta forma, y dado que los consumidores son cada vez más escécpticos ante las “bodades” de la globalización alimentaria, las autoridades públicas se han mostrado más animadas a investigar su impacto y regular los vertidos pero… ¿qué pasa con un alimento tan comunmente empleado como la sal?.Para empezar debemos saber que el número de trabajos relacionados sobre el impacto de los microplásticos en la sal y la salud es muy reducido. No obstante, en 2017, la revista Nature hizo público un estudio realizado sobre 17 tipos de marcas de sal de 8 Estados diferentes (Australia, Francia, Irán, Japón, Malasia, Nueva Zelanda, Portugal y Sudáfrica).El resultado del mismo arrojó que, como alimento procedente de aguas contaminadas, contiene entre 1 y 10 partículas de microplásticos –cuya tipología mayoritaria pasa por polímeros plásticos (41.6%), pigmentos (23,6%), carbono amorfo (5.50%), y un extraño 29,1% sin identificar–, por kilo de sal. Y, como hemos visto, al tratarse de pequeñas partículas, éstas pueden pasar con facilidad los diferentes procesos de decantación y filtrado artesanal o industrial. A ello debemos sumar que su baja densidad hace que también las pueda transportar el aire y contaminar así cualquier proceso de elaboración. Alguna tipología de microplásticos encontrados en la sal: a) poliisopreno/poliisopreno; b) polietileno; c) pigmento; d) filamento de nylon-6. Fuente: Nature, 2017.Con esos datos, la investigación concluye que a priori “el bajo nivel de ingesta de partículas antropogénicas de las sales (máximo 37 partículas por individuo por año) garantiza impactos insignificantes en la salud”. No obstante, y dado que esas 10 partículas por kilo tienen un tamaño superior a 149 μm, no se puede descartar que, a través de otras técnicas y métodos, pueda llegar a identificarse muchas más por debajo de la citada marca.En este caso los investigadores sostienen que, si la sal tuviese partículas por debajo de 149 μm “podrían ser mayor que las más grandes [facilitando así] su translocación a otros órganos y, por lo tanto, causar un mayor grado de toxicidad”. Ello convertiría a la sal en un potencial portador de microplásticos poco recomendado para su consumo.Pero mientras salimos de la incertidumbre, y dado que es fisiológicamente imposible que dejemos de consumir sal, la “alternativa” más segura pasaría por el consumo de sal de gema. Una sal que, como ya hemos visto en otros artículos, procede de mares y océanos con millones de años de antigüedad y, por tanto, ajenos a contaminantes modernos. Histórica mina de sal de Salzburgo. Fuente: Salzburg.info, 2016.Eso sí, a la hora de hacernos con el producto debemos asegurarnos que las tierras próximas y el agua empleada para la disolución de la roca permanecen libres de agentes contaminantes (cuestión ésta casi imposible), pues solo mediante esta forma de cosechar estaríamos seguros al 100% que lo ingerido es saludable.En resumidas cuentas, la sal que consumimos de forma directa en nuestros hogares o indirecta a través de los productos procesados por la industria alimentaria, también está contaminada por microplásticos. Hasta el momento el estudio publicado por Nature muestra con toda seguridad que hasta 10 partículas no inferiores a 149 μm están presentes en 1 kilo de sal, cantidad que parece no ser tan perjudicial para nuestra salud. No obstante, los investigadores parecen estar seguros de que aplicando otras técnicas de inspección podrían encontrar con facilidad muchas más partículas de microplásticos por debajo de 149 μm y, en tal caso, la concentración sería tan alta que pasaríamos a hablar de un alimento altamente tóxico para nuestro organismo.Como siempre la alternativa a los inseguros alimentos procedentes de la globalización alimentaria pasa por volver a lo artesanal y, en este caso, la misma reside en el consumo de sal de gema o manantial. Eso sí, debemos estar seguros de que el agua y las tierras próximas a las minas y salinas están exentas de contaminantes puesto que, de no ser así, al final volveríamos a estar empleando en nuestros alimentos la sal tóxica de la que estamos huyendo.
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