Ochenta años. Ochenta años hace ya de aquella fatídica noche de agosto de 1936 en la que asesinaron al poeta Federico García Lorca. Ochenta años en que “se le vio, caminando entre fusiles, por una calle larga, salir al campo frío, aún con estrellas de la madrugada”, como dejó escrito Antonio Machado, otra víctima del régimen franquista, que murió solo y exiliado en Colliure, tres años más tarde del comienzo de la contienda. Ochenta años y Federico sigue siendo un poeta sin tumba, un poeta enterrado en una fosa común, como muchos otros represaliados durante la Guerra Civil, esas fosas comunes que son un vestigio más de ese castigo que los vencedores impusieron sobre los vencidos, que trataron de relegar a la masa, a lo desconocido, al ingente amontonamiento de cadáveres apilados, los nombres de cientos de personas que dieron su vida por la libertad y la democracia en este país.Afortunadamente el nombre de García Lorca no se le olvidó a nadie por mucho que lo trataron de silenciar, porque su poesía quedó como testigo de su existencia y de su genialidad.No soy muy adepto a los homenajes rimbombantes cuando de poetas se trata, ya que siempre he pensado que el mejor homenaje que se le puede hacer a un poeta es leer sus versos y tampoco me acerco a la obra de un poeta sólo por su ideología o por su azarosa biografía, pero el caso de Lorca es especial. Y además es representativo, ya que podemos hacer una analogía perfecta con la Segunda República Española; en ambos casos nos viene a la perfección la frase: “lo que pudo ser y no dejaron que fuese”.Cuando no llegaba ni a los cuarenta años de edad cortaron la vida y la obra de un poeta que había llegado a unas cotas de lirismo excepcionales y con su asesinato no nos dejaron disfrutar de su futuras, y ya imposibles, obras. Con la República pasó lo mismo. No dejaron florecer ese grito de libertad del pueblo, esa explosión de júbilo y cultura que se vio reflejada en las misiones pedagógicas y en experimentos teatrales como 'La Barraca', etc, ya que tras unos pocos años de luz reflejados en la República, llegaron más de cuarenta años de oscuridad, de dictadura, de “pan y cebolla”, como diría Miguel Hernández, cuarenta años de nacionalcatolicismo del que desgraciadamente todavía sufrimos las consecuencias.Porque Lorca representaba todo los contrario a esa España negra descrita por Solana en sus cuadros, de esa España de incienso y procesión, de achicoria y martes de carnaval, de curas sentados a la mesa del señorito del pueblo dilucidando el futuro de las almas de los pobres jornaleros. ¡Ojo! Y Lorca participó de los clichés que se relacionaban con la España de siempre, esa España de toreros y cantaores de flamenco que tanto buscan hoy en día los guiris en las cuevas del Sacromonte granadino.
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