El pintor Francisco de Goya, conocido por su brillantez técnica y su crítica incisiva a las injusticias de su tiempo, se adentró en los oscuros y perturbadores territorios de la locura y el horror gótico en las últimas etapas de su carrera. Enfermo, sordo y profundamente marcado por la Guerra de Independencia, Goya canalizó sus miedos y angustias en una serie de obras que desbordaban las fronteras de la realidad, adentrándose en el reino de lo sobrenatural y lo macabro. Las famosas "Pinturas negras" y los grabados de la serie Los Caprichos reflejan un abismo visual donde los monstruos de la imaginación se hacen carne, mostrando el alma atormentada del autor y un profundo vínculo con las inquietudes de la época.

A través de sus obras, Goya se convierte en un testigo de una España asolada por las sombras del poder y el conflicto, donde el horror y la violencia se mezclan con la estética del romanticismo y el simbolismo gótico. En una época en la que las novelas góticas europeas, como El castillo de Otranto o Los misterios de Udolfo, influían en la cultura popular, Goya se vio atrapado en una red de influencias literarias y visuales que desbordaron su imaginación. Este fenómeno se tradujo en su visión sombría y decadente del mundo, en la que los vampiros, las brujas y las criaturas mitológicas aparecen como símbolos de una sociedad en crisis.
El vuelo de las brujas: entre lo místico y lo subversivo
Uno de los cuadros más icónicos de Goya, El Aquelarre (1797-1798), es un claro reflejo de la influencia del horror gótico y la literatura de la época. En él, las brujas, figuras centrales en el imaginario popular de la época, se reúnen en un aquelarre siniestro, mientras una enorme cabra se erige como una presencia demoníaca. Esta pintura no solo refleja la fascinación por lo sobrenatural, sino que también captura la atmósfera de miedo y opresión que marcaba la sociedad española del momento. Goya, al igual que muchos de sus contemporáneos, vio en las brujas y en los demonios una metáfora del poder y la corrupción, un reflejo oscuro de las instituciones que dominaban su vida.

El mismo Goya, tras su enfermedad que lo dejó sordo, se sumió en una introspección profunda que se tradujo en una serie de obras que van más allá de la crítica social habitual de sus primeros años. La enfermedad, que lo aisló de su entorno, también lo conectó con una dimensión más oscura y perturbadora de su imaginación, en la que los límites entre la razón y la locura se desdibujan. El ya famoso grabado El sueño de la razón produce monstruos (1799) ilustra este cambio: un hombre dormido es acosado por monstruos, murciélagos y figuras monstruosas que emergen de su inconsciente. Esta imagen no solo refleja la desconfianza de Goya hacia la razón ilustrada, sino también una conexión con las inquietudes existenciales de su tiempo, donde lo irracional y lo macabro se alzaban como una amenaza palpable.

Los vampiros de Goya: el símbolo del vampirismo social y político
Los vampiros, esas criaturas míticas que succionan la vida de sus víctimas, son una de las metáforas más poderosas en el trabajo de Goya. En su grabado Mucho hay que chupar de 1799, el vampiro aparece como una figura grotesca que se alimenta del sufrimiento y la desdicha de los demás. Aquí, Goya utiliza el vampiro no solo como un símbolo del horror sobrenatural, sino como una crítica directa a las figuras de poder de su tiempo, aquellos que se benefician de la miseria ajena sin remordimientos. El vampiro en la obra de Goya se convierte en una representación de los líderes políticos y religiosos que, como los chupasangres, drenaban la vida de la gente común, utilizando su influencia para mantener el control y la opresión.

Es importante recordar que Goya, durante este periodo, vivió bajo la sombra de la Inquisición, un régimen que se encargaba de censurar cualquier obra que considerara inmoral o subversiva. A pesar de esta censura, Goya tuvo acceso a literatura y temas que desafiaban las normas establecidas. Las novelas góticas de la época, especialmente aquellas sobre vampiros y criaturas de la noche, ofrecieron un escape de la realidad y una manera de reflexionar sobre los miedos más profundos de la sociedad. En su serie de grabados Los Desastres de la Guerra, Goya también recurre a figuras mitológicas, como los murciélagos, para representar el sufrimiento y la violencia de la guerra. La guerra y la violencia se presentan en estas obras no como un conflicto heroico, sino como una lucha salvaje y brutal, en la que las figuras monstruosas dominan el paisaje, creando una atmósfera de horror total.

La influencia de la literatura gótica en Goya: una lectura subversiva
Es imposible entender la obra de Goya sin considerar la influencia de la literatura gótica de la época. Las novelas que circulaban en el mercado negro, como El monje de Matthew Lewis o Los misterios de Udolfo de Ann Radcliffe, no solo alimentaron el imaginario popular, sino que también inspiraron una reflexión más profunda sobre la moralidad, el poder y la transgresión. Goya, al igual que otros artistas de su tiempo, utilizó el horror gótico para subvertir las normas sociales y desafiar las estructuras de poder. En su serie de grabados Los Caprichos, por ejemplo, Goya critica la hipocresía y la corrupción de la Iglesia y la aristocracia, presentando a personajes monstruosos que encarnan la degeneración moral de la sociedad.

En la misma línea, el vampiro, como figura que se alimenta de la vitalidad de los demás, se convierte en un símbolo perfecto de la corrupción que se encuentra en el corazón de las instituciones políticas y religiosas. Goya, que vivió en un contexto de violencia y represión, parece haber encontrado en los vampiros una forma de expresar su desdén por un sistema que, en su opinión, había convertido a la sociedad en un campo de batalla lleno de víctimas sacrificadas para alimentar las ambiciones de los poderosos.