A los 94 años, Isabella Ducrot se ha convertido en una de las artistas más aclamadas del panorama internacional, una presencia inesperada pero profundamente conmovedora en el mundo del arte contemporáneo. Después de décadas de dedicarse a la vida familiar y de coleccionar textiles de todo el mundo, fue en su madurez cuando descubrió su verdadera vocación como pintora, y en los últimos años, su trabajo ha alcanzado un reconocimiento global que muchos consideran merecido y, en cierto modo, tardío.

La vida de Ducrot ha sido una constante reinvención. Nacida en Nápoles en 1931, su infancia estuvo marcada por las secuelas de la Segunda Guerra Mundial y los estragos de los bombardeos. En su adolescencia, una larga batalla con la tuberculosis la apartó de la vida social durante años, sumiéndola en el aislamiento pero también en una introspectiva que marcaría su futuro artístico. En vez de seguir el camino convencional de una joven en su época, se entregó a la lectura, la reflexión y una comprensión profunda de los materiales que, con el tiempo, darían forma a su obra.
Viajes por Asia y el Medio Oriente
Durante la década de 1960, se mudó a Roma, donde se casó con Vittorio Ducrot y comenzó a viajar por Asia y el Medio Oriente. Estos viajes le permitieron explorar mercados locales y enriquecer su colección de textiles. Estos materiales, en su delicadeza y complejidad, fueron el germen de su arte. “La familiaridad con la seda, el algodón, los trozos de lana me ofreció un tipo de conocimiento, un diccionario, una gramática para entender la calidad y la preciosidad de los viejos textiles”, comenta la artista, quien llegó a considerar la tela no solo como un material, sino como un lenguaje.
El verdadero giro hacia la pintura no ocurrió hasta que pasó la barrera de los 50 años. Fue entonces cuando la animaron a adentrarse en el mundo artístico, aunque sus primeros trabajos fueron colaboraciones y encargos menores, como un panel de parches de seda y lino. Fue en sus 60 años cuando, por fin, se dedicó al arte de forma seria. La pintura vino a ella de manera natural, reflejando la misma meticulosidad y dedicación que aplicaba a la colección de telas. Su primer gran lienzo fue un dibujo expresivo de dos amantes recostados, realizado sobre un enorme trozo de papel chino. “El papel me pidió un gesto grande, y lo hice”, comenta Ducrot sobre esa obra, que le brindó una sensación de satisfacción y alegría.

Un homenaje a la fragilidad y la repetición
La obra de Ducrot, profundamente conectada con los materiales que usa, es un homenaje a la fragilidad y la repetición. Utiliza principalmente papel japonés Gampi, un material de apariencia delicada pero sorprendentemente resistente. Sobre este lienzo de apariencia etérea, aplica pigmentos de meteoritos pulverizados, acuarelas e incluso trozos de tela antigua. Esta fusión de lo orgánico y lo estructurado es característica de su estilo, que se destaca por su uso de colores suaves y líneas fluidas, pero también por la fuerza inherente a la repetición. La serie “Profusion”, que retrata jarrones rebosantes de flores, y la serie “Tendernesses”, con figuras entrelazadas en un abrazo, son ejemplos claros de su arte, donde la repetición no es una falta de originalidad, sino un acto meditativo y transformador.
Para Ducrot, la repetición no es solo una técnica artística; es una forma de meditación que refleja el ritmo de la vida misma. “Repetir algo cambia la calidad de un dibujo, la sustancia de un discurso, el encanto de la música”, explica. Cada una de sus series es una variación sobre un mismo tema, un ejercicio que permite que lo sencillo se convierta en algo revelador y cargado de significado.
Su vida personal también se ha entrelazado con su obra de manera profunda. La muerte de su marido hace tres años la llevó a un nuevo capítulo de introspección, y su trabajo ha cambiado sutilmente desde entonces. Si bien sus obras anteriores, como las de la serie “Bella Terra”, evocaban paisajes idílicos, sus últimos trabajos, presentados en exposiciones como “Visited Lands”, reflejan un giro hacia lo cósmico y lo trascendental. Usando pigmentos extraídos de meteoritos, Ducrot ha creado paisajes etéreos que parecen capturar la esencia de lo inalcanzable y lo misterioso.

Primera exposición en solitario de Ducrot
En 2024, la primera exposición en solitario de Ducrot fuera de Italia tuvo lugar en el Museo Consortium de Dijon, consolidando su presencia en el arte internacional. Además, su trabajo fue presentado en la colección primavera/verano 2024 de Dior, un testamento a su creciente influencia. La artista se encuentra actualmente trabajando con galerías como Petzel en Nueva York y Sadie Coles en Londres, mientras prepara una retrospectiva importante para el Museo Madre de Nápoles, que abrirá en 2026.
A pesar de sus 94 años, Ducrot sigue trabajando de manera incansable, creando a diario en su estudio en el Palazzo Doria Pamphilj de Roma. Su arte ha capturado la atención de coleccionistas y curadores por igual, quienes se sienten atraídos por la energía serena pero poderosa que emana de su trabajo. Con su enfoque único, donde lo tangible y lo emocional se fusionan, Isabella Ducrot demuestra que la madurez no solo aporta sabiduría, sino también una sensibilidad más profunda para captar las sutilezas de la vida.
La historia de Ducrot es un recordatorio de que nunca es demasiado tarde para comenzar a ser quien realmente somos. Su arte, lleno de poesía visual y emocional, nos invita a mirar más allá de lo superficial y a valorar la belleza de lo sencillo, lo repetido y lo tierno. A sus 94 años, no solo ha dejado una huella indeleble en el mundo del arte contemporáneo, sino que sigue explorando las infinitas posibilidades de la creación, sin prisa, pero con una visión cada vez más clara.
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