Estos libros que os recomiendo pertenecen a géneros diversos. Hay una farsa, una novela histórica con tintes de novela negra, una novela de iniciación que bordea el género de terror y una novela policial. Pertenece a autores y autoras cuyo imaginario es ciertamente distinto, pero que tienen en común historias cuyos personajes gozan de rasgos cuidadamente escogidos, muy bien escritas y tremendamente adictivas.
1793, de Niklas Natt och Dag
1793 (publicada en 2017 por Editorial Salamandra) es una grandísima novela. Como muchas otras obras que me han fascinado –En Busca del Tiempo Perdido, Las Amantes Boreales o el periodo de entreguerras de Viaje al Fin de la Noche–, la historia se sitúa a mitad de camino entre dos mundos: uno que se acaba, el Antiguo Régimen, y un mundo nuevo, que nace de la Revolución Francesa. Creo que es importante recordar lo que nos decía Giorgio Agamben ante la pregunta de qué es lo contemporáneo.
“Contemporáneo es aquél que tiene la mirada fija en su tiempo, para percibir no la luz sino la oscuridad […] Contemporáneo es, justamente, aquél que sabe ver esta oscuridad, y que es capaz de escribir mojando la pluma en las tinieblas del presente”.
En este sentido, el narrador de 1793 es absolutamente contemporáneo al tiempo narrativo del discurso atendiendo tanto al criterio de Giorgio Agamben como al de Seymour Champan. De ahí la magia de esta novela, construida con la misma precisión que los relojes que desarma cada noche Cecil Winge, uno de sus protagonistas, para tratar de olvidar los dolores que le provoca el tifus.
Hay escenas tremebundas, ejecuciones públicas en el cadalso que nos recuerdan las primeras páginas de Vigilar y Castigar de Foucault; una sociedad en descomposición que se nos muestra desde diversos ángulos: la pobreza generalizada, el mal francés, el sadismo institucionalizado o la corrupción política que proviene de un Estado en descomposición. El propio crimen que se investiga durante el libro está estrechamente vinculado con todo esto: como si fuera un elemento más en el decorado, y no una anomalía.
He leído opiniones de otros lectores que dicen que 1793 es un libro demasiado explícito, no apto para entrañas delicadas. Pudiera ser cierto. Sin embargo, a diferencia de otros títulos que están gozando de enorme popularidad, creo que la barbarie y la truculencia de 1793 sí que posee una verdadera justificación. En cualquier caso, no ha sido todo lo relativo al crimen lo que más me ha impactado durante su lectura, sino el periodo en que Anna Stina está en la cárcel por un delito que jamás cometió.
Las amantes boreales, de Irene Gracia
Las Amantes Boreales (2018, Editorial Siruela) es la primera novela de Irene Gracia que he tenido el placer de leer, y no será la última. Cuenta la historia de dos jóvenes de dieciséis años, Fedora y Roxana, que son expulsadas del ballet Imperial ruso e internadas en Palatsonovo, un internado que oculta una realidad terrible, situado en una remota isla del lago Ladoga.
El texto se construye a dos voces, en capítulos alternos, como una especie de contrapunto musical que va modulando poco a poco la armonía de la historia, una armonía que recae a veces en el tritono –de cierta placidez inicial vamos pasando a una realidad cada vez más sombría, más incierta y disonante–; todo ello con la revolución bolchevique de fondo, que tendrá una enorme importancia en el desarrollo de la historia.
Unidas en su desarraigo, Roxana y Fedora son dos personajes fuertes, inolvidables, que parece que hubieran dictado su historia a la autora –al oído, en esta novela son muy importantes las cosas que se dicen al oído– porque, por encima de todo, mi sensación al leer a Irene Gracia es que la fluidez y belleza de su estilo pareciera haberle caído al dictado de los personajes, de tan natural. Esto es algo que ocurre pocas veces. Es mágico, casi milagroso.
Es un libro distinto, original, que se resiste al corsé de los géneros y que nos habla del hombre-sombra, o de la ley de la ondulación –Isadora Duncan está muy presente en las páginas de Las Amantes Boreales–; esa ondulación en la que discurre la danza de la vida junto a la de la muerte.
Que empieza la farsa, de Niccolò Ammaniti
Publicada por Anagrama en 2011, la propuesta de la novela “Que Empiece la Fiesta” es la siguiente: dos personajes radicalmente distintos –en apariencia–: Saverio Moneta, líder de una secta satánica que está en horas bajas y que trabaja en la tienda de muebles de su suegro, llevando una existencia tan miserable como ridícula junto a una mujer que lo detesta; de otra parte, Fabrizio Cibi, un escritor de éxito que necesita del halago constante de cuantos lo rodean para creer en sí mismo, nombrado tercer hombre más sexy de Italia, que lleva cuatro años sin escribir una línea.
Los personajes no se conocen, pero sus destinos se cruzarán en la fiesta más grande que haya vivido Roma en toda su historia (que ya es decir). Un millonario corrupto ha comprado el parque de Villa Ada, en pleno centro capitolino, ha electrificado todos los accesos y ha comprado multitud de animales exóticos. Su idea es realizar un safari junto a sus invitados, que cazarán tigres, elefantes e hipopótamos. Fabrizio Cibi, el escritor de éxito, es uno de los invitados. Por su parte, Saverio Moneta y un grupo de amigos, irán a la fiesta en calidad de camareros, aunque tienen un plan oculto: realizar un sacrificio satánico, asesinando a Larita, una cantante de trash metal reconvertida al cristianismo después de salir de un centro de desintoxicación.
No solo es una novela divertidísima. Es casi un alucinógeno, como una ammanita muscaria, un fresco hilarante de la Italia de Berlusconi, que recuerda al cine de Fellini o Sorrentino, donde hay espacio para el disparate, para la crónica de las bajezas humanas, la exaltación de lo kisch o la denuncia social. Novela gamberra que se lee entre carcajadas, donde el humor está cargado de mala leche y donde su autor –eso parece– se parodia a sí mismo en el personaje de Fabrizio Ciba, que quiere vivir a lo grande sin dar un palo al agua. Además, hay una serie de curiosidades históricas –que resultan increíbles– y que no desvelaré en esta breve reseña donde, creo, ya he contado demasiado.
El lenguaje de las mareas, de Salvador Gutiérrez Solís
Novela publicada por la editorial Almuzara en 2020. Hay muchos elementos que hacen de El Lenguaje de las Mareas una lectura interesante, comenzando por la propuesta misma del libro: una novela negra que aborda un nuevo caso de Carmen Puerto (personaje-caramelo) en torno a la desaparición de Sandra y Ana, dos jóvenes de 17 y 18 años respectivamente. La novela no es ajena a algunos de los casos reales que ha vivido la crónica negra reciente de nuestro país, en especial el caso de Asunta (recomiendo que veáis la magnífica serie documental al respecto que hay en Netflix). Hay referencias gastronómicas, musicales y un compromiso muy firme por parte de Salvador con los lugares donde se desarrolla la trama, ese espacio fronterizo de las marismas, entre Ayamonte y Portugal.
Desgraciadamente, sucede a menudo que, un libro que cuenta con una buena propuesta de inicio, acaba desinflándose como un souflé. No es el caso de El Lenguaje de las Mareas, que es una novela que va creciendo y creciendo. Hay una historia bien armada y bien contada, con una inteligente dosificación de la información y un alimento continuado de la tensión a lo largo de todo el relato. De hecho, la introducción de fragmentos extemporáneos al presente narrativo, pero imprescindibles para comprender la historia, no hace sino enriquecer esa tensión y ese suspense; un suspense que nace literalmente de dejar las cosas en suspenso.
Hay que saber hacerlo. No es fácil.