Para ser un verdadero valiente en el siempre proceloso universo de la literatura es necesario adentrarse en el cuento. La distancia corta en la ficción narrativa da la medida de todo lo que un escritor puede llegar a ser. Probablemente por ello no muchos consagrados novelistas se atreven con este hueso difícil de roer. El madrileño Eloy Tizón es uno de ellos, y tanto es el respeto que le profesa al género que deja pasar décadas enteras entre una aventura y otra. Tras Técnicas de iluminación (2013), Páginas de Espuma publica ahora Plegaria para pirómanos, un conjunto de nueve relatos con una armazón interna admirable, que evidencian que el mimo a la palabra, el cuidado por las historias bien contadas, aunque quemen en las manos y en la mente, y la pasión demostrada por hacer trascender los hechos cotidianos más insignificantes se dan la mano en un loable todo unitario.
¿La cadencia de un libro de cuentos cada década augura calidad, como los buenos vinos macerados en barrica?
Me temo que no. Ojalá fuese así, pero la rapidez o lentitud a la hora de escribir un libro, por desgracia, no asegura su calidad. Procuro dar lo mejor de mí en cada libro, eso seguro, pero el resultado siempre es incierto. Invierto el tiempo que considero necesario, dejo reposar los textos y vuelvo a ellos sin prisas, los corrijo con minuciosidad, trabajo cuanto está en mi mano para conseguir un resultado digno (o que al menos, al releerlo, no me produzca dentera) y el resto ya no depende de mí, sino de elementos ajenos.
¿Qué factores principales intervienen en su proceso creativo para el relato corto?
Hay un elemento misterioso, indefinible, que hace saltar la chispa y me empuja al escritorio. «Las canciones me atan a la mesa», escribió Leonard Cohen. Algo así. Una fuerza interior, una energía un poco desatada, muy libre, que es la que pone en marcha todo el proceso. Y luego también hay mucha observación del mundo, mucha perseverancia, pararse a reflexionar, reposar las experiencias para que dejen su poso y puedan hacerse lenguaje. Con todo eso –y algunas hebras más– voy componiendo mis historias.
Existe una norma no escrita para los escritores de relatos que impone una armazón interna e hilazón invisible entre todos y cada uno de los cuentos del libro. ¿Se cumple en su caso?
Se cumple a rajatabla. Plegaria para pirómanos es un libro con una clara vocación unitaria, debido, no solo al tono común, sino a la presencia de un personaje unificador, llamado Erizo, que circula por los cuentos a manera de hilo conductor y los hilvana entre sí.
“Invierto el tiempo que considero necesario, dejo reposar los textos y vuelvo a ellos sin prisas, los corrijo con minuciosidad, trabajo cuanto está en mi mano para conseguir un resultado digno”
¿De qué manera este factor es determinante para un autor a la hora de saber internamente que su libro mantiene una cohesión que cualquier lector o crítico debe saber apreciar?
Es una parte más del disfrute. No es obligatorio, pero añade placer. Hay volúmenes de cuentos heterogéneos que son perfectamente válidos, y luego están otros con una unidad que algunos apreciamos por su sabor especial. Es el caso de Winesburg, Ohio de Sherwood Anderson o Crónicas marcianas de Ray Bradbury, por poner dos ejemplos consagrados.
En Plegaria para pirómanos ha dado un giro importante a esta tendencia con respecto a sus tres anteriores libros de relatos. ¿Por qué y para qué?
La principal razón para hacerlo tal vez peque de simple pero le aseguro que es efectiva: porque no lo había intentando nunca antes. Para escribir necesito imponerme retos. Hacer algo nuevo, desafiante. Me disgusta la idea de repetir fórmulas que ya he empleado en anteriores libros. En este me dije: ¿por qué no llevarme la contraria? He infringido mis propios planteamientos, haciendo lo opuesto a otros libros, no por capricho, sino porque considero que eso es sano para evolucionar y por una necesidad íntima de probar cosas nuevas y arriesgarme a lo desconocido.
También cuenta en su dilatada experiencia narrativa con tres novelas. Y la pregunta de rigor: ¿Existe un Eloy Tizón novelista y un Eloy Tizón cuentista bien compartimentados, o más bien existe un solo Eloy Tizón que aborda por igual cualquier cometido literario?
No lo sé bien. Tengo la impresión de que todos mis libros en el fondo responden a un impulso común. Incluso en el ensayo Herido leve, no tengo la sensación de ser un autor distinto, sino que he continuado haciendo literatura narrativa por otros medios. Aunque cada libro nace de una necesidad diferente, todos ellos forman parte de un mismo universo; como si fuesen fragmentos del mismo tapiz o del mismo mosaico. Esa es la percepción que yo tengo, aunque cabe la posibilidad de que esté equivocado, claro.
Lo cotidiano como armazón argumental y la búsqueda creativa como meta estilística se dan la mano en sus cuentos. ¿Con qué fin?
Encuentro mucho placer en observar lo cotidiano y encapsularlo en mis textos, pero intentando siempre trascenderlo; encontrar algún destello de verdad o belleza que transfigure el pasillo de los congelados del súper en una cámara mortuoria del antiguo Egipto o en la sala de mandos de una nave espacial.
“Aunque cada libro nace de una necesidad diferente, todos ellos forman parte de un mismo universo; como si fuesen fragmentos del mismo tapiz o del mismo mosaico”
¿Hasta qué punto premedita usted todas sus historias o hay mucho de improvisación, de dejarse ir por donde las musas le llevan?
Por lo general, el arranque de mis historias brota de algún recuerdo, algún sueño o directamente del subconsciente. Esa es la parte menos controlable y más emocional y caótica. En la segunda fase ya interviene la lógica y el control consciente, para articular ese primer material oscuro, en bruto, y canalizarlo a través de una forma y una estructura que lo hagan legible.
¿Erizo es un personaje que llega a la categoría de alter ego?
Podría definirse así. Le he prestado a Erizo determinados rasgos míos, no tanto en los sucesos concretos que vive (hay mucho de ficción en ellos), sino en su manera de estar en el mundo, de afrontarlo y de relacionarse con los demás. Me reconozco en su miopía, su timidez juvenil y su sentimiento de culpa (que creo que es universal y nos afecta a todos); también en su sentido del humor y en algunos instantes de ternura. Por el contrario, no comparto todas sus opiniones ni sus reflexiones, a veces excesivamente drásticas. A mí, a diferencia de él, sí me gustan las historias con final abierto.
El cuento es un género que goza de una excelente mala salud de hierro. ¿Por qué hay tantos homicidas empeñados en acabar con él?
Ja, ja, quién sabe, eso habría que preguntárselo a ellos. Creo que deben de estar sufriendo de úlcera, los pobres, cuando vean que ahora el cuento en español vive un espléndido crecimiento, en calidad y cantidad. No hay más que repasar el catálogo de Páginas de Espuma, y de otras editoriales afines, para constatar la diversidad y riqueza del cuento, en ambas orillas, con fenómenos inéditos como la incorporación de narradoras excelentes, que ya estaban ahí, pero que ahora están adquiriendo por fin la visibilidad y el reconocimiento que merecen. Me alegro mucho. Siempre estaré del lado de los que defienden el cuento.