Ser maestra o maestro es una de las profesiones más vocacionales, admiradas y respetadas. Enseñar, aprender, dos referentes universales que mueven el mundo constantemente, siempre hacia adelante, avanzando, progresando y en busca de nuevos horizontes. Sin estos dos vectores, la sociedad está abocada a su autodestrucción y el ser humano al embrutecimiento más detestable. Precisamente por ello también debe atravesar pruebas de fuego, como lo hace la protagonista de la nueva novela del escritor gaditano de Rota José Antonio Lucero, profesor en un instituto, bloguero y reputado youtuber. Docencia, historia y cultura en general se dan la mano para despertar la curiosidad de los más jóvenes y no tanto. En los meses previos al golpe de estado que desencadenó la guerra civil española, una joven profesora se estrena como docente en un pequeño pueblo de la sierra gaditana.
Lali, la maestra protagonista de su nueva novela, llega a un pequeño pueblo del sur andaluz para estrenarse en la profesión, precisamente en un momento histórico tremendamente difícil para la historia reciente de este país. ¿Qué puede mover a una joven profesora a exponerse de este modo en su propia integridad?
Había un punto de ingenuidad en todos esos docentes que intentaron seguir enseñando en tiempos difíciles que les empujaba a creer que nada de lo que iba a suceder podía en realidad suceder. Les ocurrió a muchos docentes a los que la guerra les pilló en las colonias escolares, o comenzando el curso del 36, en septiembre, como retrato en esta novela. Algo así le pasó a Lorca, por ejemplo. Esa ingenuidad. Mucha gente siguió creyendo que todo sería al final como tantas veces, de mucho ruido y pocas nueces, de irse uno y venir el otro. Pero en el 36 el mundo era nuevo y había ya muchas nueces en el cesto.
Uno de cada tres docentes no pudo volver a ejercer nunca más su profesión tras la llegada de la dictadura de Franco. ¿Fue este el más claro ejemplo de la puesta en marcha de aquel grito fascista de “¡Muera la inteligencia! ¡Viva la muerte!”?
Esa frase, que nunca dijo en realidad Millán Astray, es buen ejemplo de ello. La depuración del magisterio ilustra a la perfección qué intención tenía el franquismo cuando fue haciéndose con las riendas del ejército sublevado a medida que el golpe de Estado del 36 derivaba en la guerra civil. Su objetivo no era solo el poder, como sí el de tantos militares que habían protagonizado sublevaciones o pronunciamientos desde el siglo pasado. Su objetivo era nuevo y respondía a las dinámicas totalitarias y destructoras del siglo XX. Eso: la destrucción. Levantar una España nueva sobre los restos de otra, y que no hubiese ni paz, ni piedad, ni perdón. Por eso se afanó en colectivos que hasta entonces no habían sido más que la periferia de los intereses políticos. Los médicos, los científicos, los pintores y, también, los docentes. Eso, su afán por depurar el magisterio, fue el claro ejemplo de que el franquismo asentó su nuevo Estado sobre el desprecio y la desconfianza hacia la cultura, hacia la ciencia y hacia los avances que habían traído a España la modernidad europea propia de comienzos del siglo XX. Los maestros depurados fueron, en gran parte, herederos de la Institución de Libre Enseñanza, que desde finales del siglo XIX se había propuesto transformar la enseñanza en España. Un impulso que recogió políticamente la Segunda República (y que, contrario a lo que suele pensarle, no nació de ella) y que el nuevo Estado franquista extirpó de raíz.
“Mucha gente siguió creyendo que todo sería como tantas veces, de mucho ruido y pocas nueces. Pero en el 36 el mundo era nuevo y había ya muchas nueces en el cesto”
¿Son y han sido los maestros los verdaderos faros ideológicos que guían los principios éticos de cualquier ciudadano?
La clave es preguntarnos: ¿para qué existe la escuela? Durante mucho tiempo, la escuela era solo un instrumento con el que formar mano de obra cualificada. El cambio significativo ocurrió a finales del siglo XIX, cuando surgieron nuevas formas de entender la enseñanza y, a medida que las sociedades occidentales se industrializaban, los estudiantes necesitaban saber más. Pero no solo eso, necesitaban ser instruidos en los valores de unos nuevos Estados que se asentaban en la idea de soberanía nacional o en las libertades individuales. Los maestros se convirtieron en los guardianes del futuro. Para muchos, en el faro o en el alfarero que moldeaba el barro del que hemos venido y vendremos. Por ello, los totalitarismos del siglo XX se afanaron por controlar lo que hacía un maestro en su clase. Esa es la razón por la que la docencia entró en la deriva de la guerra y la represión de España, por el conflicto entre quienes sentían la escuela como instrumento transformador y quienes la entendían como la garante de la nueva España franquista. Esa disyuntiva cogió en medio a miles y miles de maestras y maestros vocacionales que nada tenían que ver con las derivas políticas o los odios o las ideologías.
Usted ejerce como profesor en un instituto de Secundaria y sabe de qué habla cuando habla de la docencia. ¿En qué momento decidió novelar esta historia que rinde homenaje a sus compañeras y compañeros durante la dictadura franquista?
Si hay una constante que se repite en mis novelas es la de los personajes anónimos arrastrados por las dinámicas políticas y sociales que en España protagonizaron la Guerra Civil o la represión republicana o franquista, por ejemplo. A mí me apetecía mucho preguntarme cómo tuvieron que vivir esta situación maestros y maestras en los pueblos rurales o en los lugares en los que nunca pasa nada. Y me encontré con decenas de actas de depuración, por ejemplo. Ahí es cuando decidí contar la historia de una maestra de ficción, Lali, pero que se inspira en tantas y tantos que sufrieron ese proceso de depuración. Un proceso que quizá no conozcamos del todo (porque atañe a personas anónimas, a maestros, a bibliotecarios, a secretarias), quizá porque fue la represión de la puerta de atrás. Creo que es importante que entre los maestros y maestras de hoy haya memoria histórica docente: conocer que hubo un tiempo en España en que te apartaban de tu ejercicio docente por qué prácticas habías llevado a cabo en el aula, por cómo pensabas la educación, por tu activismo. E incluso que hubo quien fue asesinado y sigue a día de hoy en una cuneta. Ser un docente vocacionado en España exige, creo, tener conciencia de cómo fueron reprimidos y depurados nuestros predecesores. Y de ese impulso nace esta novela.
En la trama de La maestra, un hecho inesperado en las postrimerías de la dictadura lo cambia todo para la protagonista. ¿Siempre queda hueco para la esperanza pese a tanta adversidad?
La maestra es una historia de esperanza, a pesar de la dureza de las cosas que ocurren. Siempre supe que eso es lo que yo quería contar: la esperanza que mantenían en la educación incluso docentes depurados de su profesión. Me llamó mucho la atención que gran parte de esos maestros siguieron enseñando de muchas formas posibles; clases particulares, instituciones privadas o el exilio. Su vocación era inquebrantable. También su esperanza en la educación. Cuánto bien habrían podido haber hecho en España de seguir llevándola a la práctica en sus aulas.
“Es importante que entre los maestros y maestras de hoy haya memoria histórica docente: conocer que hubo un tiempo en España en que te apartaban de tu ejercicio docente por qué prácticas habías llevado a cabo en el aula, por cómo pensabas la educación, por tu activismo”
¿Cuál es el cóctel perfecto para conseguir que una novela con trasfondo histórico atrape al lector y la haga suya?
En primer lugar, creo que lo importante es hacerle ver al lector que leer sobre el pasado no es más que una “excusa” para que lea sobre el presente. Faulkner dijo que el pasado no es pasado sino siempre es presente. Por ello, lo que yo intento con mis novelas es que mis lectoras y lectores no solo puedan entretenerse, sino también aprender o reflexionar sobre el mundo en el que viven gracias al reflejo que del pasado le arroja mi obra. Investigo, divulgo y escribo sobre ese periodo (las primeras décadas del siglo XX en España y en Europa) quizá porque entiendo que muchas de las dinámicas que se vivieron entonces están de vuelta o hay quien quiere hacerlas volver. La novela histórica o el cine de época ayuda a detectar algo así. En segundo lugar, como novelista estoy convencido de que parte del éxito de una novela ambientada en el pasado atrape al lector radica en que este pueda empatizar con los personajes que ha creado el autor. No solo empatizar, sino sentir que son ellos, que viven y sienten y padecen como ellos. Eso, y algunos ingredientes propios del thriller, como el misterio, la narración ágil, las revelaciones sorprendentes (indispensables en la novela de hoy, pienso), pueden ser el cóctel ganador.
Los maestros y las maestras juegan un papel principal siempre que se ponen en duda los principios democráticos más fundamentales en las sociedades avanzadas en la actualidad. ¿Son conscientes plenamente del decisivo protagonismo que tienen y deben tener en la formación ética y académica de nuestros jóvenes?
Creo que hay una generación de maestros, que ya está dejando las aulas, que sí que lo ha sido, plenamente. Fueron aquellos maestros cuyas carreras nacieron con el impulso democratizador y modernizador de la España de los 80. Hoy siento quizá que el magisterio (no por culpa de los docentes) ha perdido parte de esa conciencia de sentirse faro o actor principal del avance de la sociedad, y tal vez se deba a que en los últimos años hemos estado inmersos en dinámicas que han minado la vocación de muchos: el vaivén de la legislación educativa, la excesiva burocratización, la pérdida de prestigio y, sin duda, la falta de medios. Todo ello ha hecho mella, sin duda, en la visión del docente de su propia profesión. Pero lo curioso es que cada día que pasa los educadores asumimos mayores retos a nuestras espaldas; desde el auge de discursos fascistas, el ciber-bullying o las tendencias suicidas en los jóvenes. A todos esos problemas la sociedad siempre nos pide ayuda. Y ojalá podamos abordarlos con mayores medios y menor ratio. Por ello, echo en falta lo que echamos en falta todos: que haya un punto de inflexión en cómo el Estado aborda los retos educativos. En que haya un consenso y, por supuesto, una apuesta decisiva en recursos y en medios. Si no lo hay, seguiremos remendando y poniendo parches y sobreexplotando a los docentes mientras nos lamentamos que la escuela está perdiendo su esencia.
Es evidente que su novela va mucho más allá que un simple divertimento narrativo. ¿Es también necesaria para cualquier escritor una actitud comprometida a nivel social y cultural?
Yo entiendo la creación literaria desde todos los puntos de vista; desde aquel que quiere entretener al lector con el juego de trileros de un buen thriller, hasta aquel que entiende que los escritores podemos contribuir desde nuestra obra a mejorar la sociedad o, al menos, a que esta se comprenda mejor a sí misma. Yo lo entiendo desde el segundo, pero el primero es igualmente válido. No creo en que exista mejor o peor literatura. Nada me ha entretenido más como una novelita de detectives y nada me ha hecho comprender mejor el alma humana como, por ejemplo, la obra de Almudena Grandes. Lo maravilloso de la literatura es que cabe todo en ella.