El periodista y escritor Javier Valenzuela (Granada, 1954) fue cronista de sucesos en El País durante aquel legendario Madrid de la Movida en los ochenta y destapó el caso de la desaparición de El Nani. Precisamente del ambiente que bullía en aquellos tiempos nace su nueva novela, el quinto noir de su trayectoria como novelista, Demasiado tarde para comprender (Huso), con una joven periodista como protagonista encargada de investigar la desaparición de un delincuente habitual, tras comprobar que detrás de tanto neón y fiesta emergía un submundo de drogadicción, brutalidad policial y corrupción generalizada.
Tomando como punto de partida la frase de Juan Marsé elegida para encabezar su novela, ¿sigue siendo efectivo mantener apretado el dedo en el gatillo de la memoria para desbrozar el hoy hasta donde sea posible?
No sé si es efectivo, pero creo que es más necesario que nunca. La actual democracia española parece haber sido construida sobre un gigantesco ejercicio colectivo de desmemoria, se ha confundido la amnistía con la amnesia. Es preocupante el desconocimiento que tienen nuestras jóvenes generaciones del pasado más reciente de España: la república, la guerra civil, el franquismo, la transición y hasta la Movida. No es su culpa: nadie, o, mejor dicho, pocos, se lo han contado. En el mejor de los casos, se les han transmitido unos raquíticos relatos canónicos como el que dice que la transición fue una maravilla basada meramente en el Peace & Love. No fue así, fue un pulso muy duro y hasta muy sangriento.
En este quinto noir de su trayectoria como novelista, nos lleva al Madrid de la Movida, con una joven periodista de aquel mítico Diario16 como protagonista. ¿Nada es ni será ya como entonces? ¿Por qué?
España estaba saliendo del franquismo, había una sed inmensa de libertad, especialmente entre los jóvenes, y mucha gente estaba dispuesta a arriesgarse por ampliar y profundizar esa libertad. No solo en materia política, también en todo aquello relacionado con la vida personal: sexo, ocio, cultura, igualdad de géneros, derechos de las minorías… Los medios de comunicación jóvenes como Diario 16, Cambio 16, El País, El Periódico o Interviú impulsaban valientemente esos deseos, al precio de amenazas, querellas y hasta atentados con bombas. Más tarde se instaló cierto conformismo, como si ya hubiéramos alcanzado el mejor de los mundos posibles, y empezaron a primar el ansia de dinero y el consumismo.
“En la Transición nadie aceptaba que las cosas no pudieran mejorarse, nadie compraba ese resignado ‘Es lo que hay’ tan de ahora”
¿Cómo podría resumirle a un joven de 2023 cómo fueron aquellos años irrepetibles, qué tuvieron de únicos?
Quizá diciéndole que dominaban entonces las ganas de vivir y la alegría de vivir. Y que nadie aceptaba que las cosas no pudieran mejorarse, que nadie compraba ese resignado “Es lo que hay” tan de ahora. Fue un tiempo en que prevalecía la idea de Albert Camus de que el gozo y la rebeldía no son, en absoluto, incompatibles.
Ni aquella sociedad ni tampoco el periodismo que se hacía entonces tienen nada que ver con estos años del siglo veintiuno, ni tampoco con la información que se ofrece hoy a la opinión pública. ¿Cualquier tiempo pasado fue mejor?
¡No! Mi personaje Olga Sanz lo dice explícitamente en un momento de la novela. Muchísimas cosas han mejorado desde los Ochenta: la igualdad de las mujeres, los derechos del colectivo LGTBI, la seguridad ciudadana, la protección social, la facilidad de comunicación que permiten las nuevas tecnologías… Pero Olga lamenta que el periodismo no figure entre las cosas que han mejorado. Los grandes medios impresos y audiovisuales están hoy en manos de conglomerados empresariales que les imponen su ideología y sus intereses. A sus periodistas no se les exige que busquen historias propias que puedan resultar incómodas para los poderosos, sino que copien y peguen comunicados oficiales. El espíritu del periodismo crítico e independiente de los Ochenta está hoy en el mundo digital.
La protagonista de su novela se adentra en el submundo de la brutalidad policial, la delincuencia y la corrupción. ¿Había mucha cochambre detrás de tanto neón y tanta luz artificial?
Mucha cochambre, mucha. Franco nos dejó una España bastante cutre. Y eso se manifestó en la explosión de inseguridad ciudadana, en el fenómeno de los quinquis, los chavales de los suburbios que se lanzaban a atracar gasolineras, bancos y joyerías a punta de escopeta. Y, también, en la extensión del consumo de heroína. En cuanto a la Policía, era exactamente la misma que había dejado Franco. Solo sabía resolver los casos a base de hostias.
“El espíritu del periodismo crítico e independiente de los Ochenta está hoy en el mundo digital”
¿Qué le pide a una novela de misterio cuando se pone manos a la obra?
Que cuente con el mayor realismo el lado oscuro de un determinado lugar en un determinado tiempo. De modo entretenido, por supuesto. No me gustan esos bestsellers españoles de ahora llenos de sangre y vísceras, esas obras que hablan de rocambolescos asesinos en serie que no existen, o existen muy poco, en nuestro país. La corrupción es el gran asunto noir de la España de las últimas décadas.
Una novela como esta, ¿no se podría escribir ni concebir sin haber vivido en primera persona muchos de los hechos que en ella se narran?
Bueno, no es necesario haber vivido personalmente algo para novelarlo. Yo no viví la Guerra Civil, pero eso no me ha impedido escribir una novela (Pólvora, tabaco y cuero) que transcurre en el Madrid cercado por las tropas de Franco. Pero en el caso de Demasiado tarde para comprender debo decir que, en efecto, viví muchas de las cosas que allí se cuentan. Yo era cronista de sucesos del diario El País en el Madrid de los primeros años Ochenta y también era un joven al que le gustaba la música, el arte y la diversión de la Movida. Un cliente habitual de El Penta, la Vía Láctea y el Rock-Ola.
Usted abordó como periodista el mítico caso Nani y en su novela parte de la trama tiene un claro eco. En aquella democracia recién nacida, ¿por qué seguía siendo más habitual caer en lo que no se debía hacer que lo contrario?
Sí, fui el primer periodista en abordar el caso El Nani, la “desaparición” en los sótanos policiales de la Puerta del Sol de un chorizo que no había cometido el crimen del que se le acusaba. Está claro que la Policía no actúo en aquel asunto como debía, al fin y al cabo ya estábamos en democracia y no se podían arrancar confesiones bajo torturas. Pero la Prensa, sobre todo Diario 16 y El País, sí hicieron su trabajo. Desconfiaron de la torpe versión oficial del caso e hicieron sus propias investigaciones. Y al final se supo que la Prensa tenía razón y los funcionarios implicados en la muerte de El Nani fueron condenados por la Audiencia Provincial.
Como epílogo, selecciona una ‘banda sonora’ de aquellos míticos años irrepetibles. ¿Estas canciones certifican el encanto singular de una época en la que todo podía ser posible?
El propio título de esta novela rinde homenaje a la Chica de ayer, de Nacha Pop, una de las más hermosas e incombustibles canciones del pop español. A partir de ahí, cada capítulo lleva el título de un tema musical de la época. Olga Sanz es muy ecléctica en esta materia y escucha por igual a Gabinete Caligari, Radio Futura e Ilegales que a Los Chichos Y Los Chunguitos.
De aquel Madrid de la Movida a este de la “libertad” de Ayuso. ¿Qué ha pasado por el camino para haber llegado a este punto en que nos encontramos?
La “libertad” de Ayuso es la de emborracharse, contaminar el aire, privatizarlo todo, dejar morir a los ancianos en las residencias y que tu hermano gane dinero a costa del contribuyente. Es la falsa libertad de Las Vegas, la ley de la jungla en la que los fuertes siempre se imponen. Pero, ciertamente, ha sabido “venderla” muy bien gracias a su liberticida influencia sobre los grandes medios de comunicación. Los auténticos libertarios sabemos que no hay libertad sin respeto, igualdad y justicia para todos.