Toda persona posee en la infancia un paraíso, o un infierno, que retratar y recordar, si se da el caso y las circunstancias para ello. El escritor Manuel Vicent (Vilavella, Castellón, 1936) nació para la pluma desde muy temprana edad, siempre quiso contar al mundo sus impresiones de una vida tremendamente volátil y fugaz que no resulta fácil para cazarlas al vuelo.
Vicent siempre ha tenido una capacidad innata para ello. Y lo ha hecho siempre, desde sus primeras obras literarias, desde sus primeras columnas periodísticas, con el verbo y el adjetivo adecuados y precisos, ni exceso ni defecto en una prosa exquisita, fluida como un manantial límpido de aguas tranquilas.
Tanto es así que son legión sus fieles seguidores, escriba lo que escriba y sin importar sobre qué o en quién ponga el foco de atención. Porque la literatura de Vicent va apegada a imágenes imperecederas que se acrecientan en la memoria colectiva de sus lectores, donde germinan nuevas y personales estampas en el imaginario individual de cada uno de los miles y miles con que cuenta desde hace décadas de forma entregada.
La literatura de Vicent va apegada a imágenes imperecederas que se acrecientan en la memoria colectiva de sus lectores
Así, por ejemplo, de aquel tiovivo de su más lejana infancia, donde pudo dar en solitario unas vueltas de más totalmente gratis por cortesía del feriante, surge un lugar inolvidable. “Con aquellas vueltas que el feriante me concedió de regalo he dado la vuelta al mundo y he llegado al final del viaje”, señala en el prólogo de su nuevo libro,
Una historia particular (Alfaguara), unas memorias hilvanadas a fogonazos de momentos clave de su dilatada existencia que, al mismo tiempo, suponen el retrato de la historia todo un país y una ciudadanía que soportaba como podía la grisura de la dictadura y después despertaba ilusionada como crisálida en un bosque repleto de flores.
Vicent hace balance de su vida y otorga un protagonismo estelar al mar, la música, los perros, los viajes, la literatura, siempre la literatura en el centro de todo, los amigos, los momentos efímeros de belleza extrema, y también aquellos instantes cotidianos que ejercen un efecto metafórico y catártico.
Muy pocos escritores como el autor de obras de referencia en la literatura española de las últimas décadas como Tranvía a la Malvarrosa, Son de mar, Pascua y naranjas, para emocionar y tocar la fibra sensible con el sujeto preciso, el verbo certero y el adjetivo que redondea la frase perfecta. Porque, a medio camino entre la columna periodística y las memorias, sus fogonazos de recuerdos de las distintas etapas vitales tienen un efecto purificador repletos de nostalgia y también una cierta melancolía reconfortante.