La escritora colombiana Margarita García Robayo (Cartagena, Colombia, 1980) se mueve como pez en el agua en la novela corta, un género literario tremendamente exigente en el que despliega una estructura compleja que ensambla toda sus piezas poco a poco a la perfección para recrearnos todo lo bueno y malo que puede suceder en la selva y en una enigmática finca llamada ‘Alegría’. La violencia de todo tipo que aún padece el país caribeño es retratada aquí con unos personajes al límite que dejan huella en el lector por transitar continuamente en ese espacio incongruente entre la felicidad y el dolor que produce esta cotidianidad.
Una finca en medio de la selva, del “monte” como lo denominan en el Caribe, llamada Alegría. ¿Paradoja, provocación…?
Es una paradoja naturalizada en Colombia, que durante muchos años (los que abarca la narración de este cuento, por ejemplo) tuvo índices altísimos de violencia y al mismo tiempo la creencia instalada de que era el país más feliz del mundo. Crecí con ese tipo de contradicciones y creo que, en parte, gracias a eso me hice escritora. Saber que hay una realidad paralela que en el mejor de los casos “aliviana” la otra, y en el peor de los casos la niega, es un buen motor para la escritura. Alegría es el nombre de una finca donde ocurren atrocidades y al mismo tiempo es una alegoría.
Ha elegido quizás el camino más difícil para contar su historia, la nouvelle, a medio trayecto entre el cuento y la novela. ¿Germinó así o fue tomando forma poco a poco durante su escritura?
La nouvelle es mi formato literario favorito. Me parece desafiante y me parece seductor. No tienes la holgadez para la digresión que te permite una novela, quizá, pero necesitas mucho más detenimiento en cosas que en un cuento pasaría por alto porque la búsqueda es otra. Para mí este texto es como una caja china. Así lo pensé. Contiene muchas historias dentro de otras.
“Alegría es como una caja china. Así lo pensé. Contiene muchas historias dentro de otras”
Pese a que esta historia coral de un grupo de personajes transcurre de forma endiabladamente rápida y fulminante, deja abiertos muchos vericuetos. En apariencia sencilla, su estructura es compleja, para que el lector descubra sin ayuda qué hay en el fondo de ella. ¿Cómo lo ensambla todo para llegar a lograr este fin último?
Tiene que ver con la idea de cajas chinas que mencionaba en la respuesta anterior. Al principio pensé que sería una historia más lineal, pero en la medida que profundizaba en los personajes me di cuenta de que cada uno podía tener un devenir distinto y propio. Me interesaba mostrar cómo un elemento externo (a veces menor, a veces no tanto) puede determinar el devenir de una o varias historias. Un mismo elemento (en este caso un accidente) puede determinar el destino de varios y ni siquiera de manera muy drástica, en principio, pero ese pequeño giro alcanza para desviar un trayecto determinado que tarde o temprano revelará sus consecuencias. El ensamblaje fue la parte más difícil (también la más entretenida), pero me ayudó tener claro ese punto de partida: hay dos historias centrales (cada una alimentada con sus aristas) y un acontecimiento puntual que va a modificarlas.
Uno de los personajes que más impacta en la evolución de la historia es Yoli, que muta en alias ‘Lorena’. ¿Qué puede decir de esta evolución?
Que podría ser la historia de muchas “Yolis” que conocí en mi país. Chicas con un nivel intelectual altísimo, pero condiciones de vida muy precarias que les impiden desarrollarse como querrían y podrían. En este caso la determinación de Yoli es tal que consigue torcer el que habría sido su destino natural para encarnar otro que, de alguna manera, la salva, aunque está claro que también la condena. En el caso de Ana (luego María), sucede un poco al revés. Es alguien que habría podido ser lo que quisiera y termina resignándose a una historia cimentada en mandatos externos.
Y otro protagonista con un papel estelar y trágico: el perro Sandokán. ¿Hay mensaje en él?
Sandokán es ese elemento externo capaz de torcer destinos. Es la bifurcación en la historia. Un perro que podría haber muerto pero que vivió para que los destinos de Ana y Yoli se enlazaran para siempre.
La violencia es como un eco que perdura conforme avanza Alegría y que cala como la lluvia fina. ¿Trasciende esa violencia que se intuye entre sus personajes de forma metafórica a todo un país como es Colombia y su historia reciente?
Por supuesto. Creo que las formas de la violencia van mutando según las épocas, pero están muy presentes en un país como Colombia que sigue teniendo un porcentaje altísimo de pobreza y de riqueza y una clase media que, si bien se ha ensanchado, sigue siendo bastante raquítica y tibia. Son las clases más bajas y desfavorecidas las que han conseguido instalar la idea de resistencia en Colombia.
También parece trascender en su libro que el destino llega a estos personajes según el lugar donde nacieron, que les viene determinado de nacimiento hasta su muerte. ¿No hay lugar para aspiraciones mayores en ellos? ¿Por qué?
Ese debe ser el mensaje más claro que quiso ofrecer este texto. Colombia es un país en el que la historia de quienes lo habitan está determinada, casi
irrevocablemente, por el lugar dentro de la jerarquía social en el que te tocó nacer. Este cuento es, de alguna manera, un intento por retratar esa injusticia que, conforme pasan los años, se ha modificado poco y nada.
Las ilustraciones de Powerpaola impulsan de forma colorida e impactante su historia. ¿Ensamblaje perfecto de imagen y palabra?
Perfecto. En nuestras conversaciones sobre cómo ilustrar el texto me quedó clarísimo que veníamos del mismo lugar, que, de hecho, extrañábamos las mismas cosas y que nuestra imagen de la selva representaba fantasías y temores similares. Es un libro objeto hermoso gracias a su intervención, sin duda.