La industria del manga shonen lleva varias generaciones embarcada en una loca carrera por ofrecer nuevas emociones a su nicho de mercado, los adolescentes varones, cada vez más insensibilizados por el creciente bombardeo de estímulos que les ofrece su entorno mediático. Llamar la atención de este público, sediento de consumir lo nunca visto y compartirlo compulsivamente con sus colegas en redes, requiere un umbral de impacto progresivamente más elevado. Así que, si desde siempre los contenidos del manga para chavales se han caracterizado por el exceso y la exageración, la última generación de cómic shonen riza el rizo hasta lo imposible: es el caso de series de éxito explosivo como Jujutsu Kaisen de Gege Akutami, Chainsaw Man de Tatsuki Fujimoto o la que hoy nos ocupa, Dan Da Dan de Yakinobu Tatsu, todas ellas publicadas en la línea de revistas Shonen Jump de la editorial Shueisha. Norma se apresuró a comprar la licencia de la prometedora Dan Da Dan; ya van once tomos publicados en nuestro país, y sus ventas prometen multiplicarse exponencialmente a raíz del inminente estreno del anime en Netflix.
Como la vasta mayoría de los shonen, Dan Da Dan está protagonizado por un grupo de estudiantes de instituto que, sin comerlo ni beberlo, obtienen poderes sobrenaturales y se ven envueltos en combates de proporciones cósmicas: en este caso, un enfrentamiento entre distintas razas extraterrestres y la comunidad local de seres de ultratumba. Sin esperarse casi ni a presentar a los personajes, con la inmediatez de un vídeo de TikTok, Tatsu zambulle de un empujón al lector en su acelerada y delirante propuesta desde el mismo principio del manga. Solamente en el primer capítulo asistimos a un enfrentamiento con fantasmas (incluyendo un robo de genitales), a una abducción extraterrestre (incluyendo una violación frustrada) y a la adquisición de superpoderes por la pareja protagonista. Es una aplicación directa al cómic de la fórmula de la montaña rusa: tras un breve remonte, se lanza al público cuesta abajo en un trayecto vertiginoso, lleno de curvas, bucles y tirabuzones. El problema de esta fórmula es que, tras la emoción del primer descenso, que nos deja sin respiración, la vagoneta sigue adelante por pura inercia hasta que, sin más, se detiene... a no ser que el mangaka (o ingeniero de montañas rusas) prevea nuevos remontes estratégicos que permitan dilatar la duración de la atracción. En cualquier caso, se trata de un planteamiento narrativo que tiene más que ver con la lógica del parque de atracciones que con la estructura clásica de un guión.
El manga mantiene un tono general de comedia, repleto de guiños paródicos e innumerables referencias a la cultura popular. Esto lo hace más ligero y desenfadado, permitiendo al lector mantenerse cómodamente en una burbuja de suspensión de la incredulidad. Eso sí, como ya es tradición en el shonen, el registro humorístico se quiebra de cuando en cuando con backstories desgarradoras o desmedidos recitales de violencia que llevan a los protagonistas al borde de la muerte y más allá. En cualquier caso, el tono bromista que rezuma su estilo narrativo permite al autor tomarse libertades hasta el punto de convertir la trama de Dan Da Dan en un auténtico delirio, cuando no un despropósito. ¿Loco? Desde luego. ¿Original? Eso es otro cantar...
¿Y qué es original? Mal que les pese a los editores de la Shonen Jump, yo me pregunto: ¿realmente puede existir, hoy día, algo original? ¿O todo autor está condenado a repetir lo ya creado? Los monjes medievales, conscientes de que nadie excepto Dios puede inventar nada nuevo, dieron con la fórmula de la hibridación para llenar de animales fantásticos sus bestiarios: imaginaron la sirena mezclando mujer y pez, o el grifo mezclando león y águila. Tatsu aplica la misma fórmula en el manga que nos ocupa, tomando como material para su collage el repertorio del shonen: Dan Da Dan es un refrito de motivos que ya he visto en alguna otra parte, exagerándolos una vuelta de tuerca más. Los extravagantes extraterrestres que pululan por las calles de Kamikoshi son herederos de la delirante fauna interestelar de Gantz. Los espacios arquitectónicos no euclidianos donde se desarrollan los combates entre fantasmas y alienígenas no son sino una réplica del castillo infinito de Guardianes de la noche. Los espíritus grotescos que desencajan sus mandíbulas y sus articulaciones están en la más pura tradición de Junji Ito. La búsqueda de unas evasivas bolas (y los chistes verdes a los que da pie) viene directamente de Dragon Ball. La batalla épica contra una orquesta que utiliza como arma una letal descarga de notas musicales es una reelaboración del combate entre Ryuko y Nonon en el anime Kill La Kill. A cualquier fan de Ranma 1/2 le resultará sospechosamente familiar que aparezca un personaje que cambia de forma (aunque no de sexo, en este caso) según se le moje con agua fría o caliente. Y así podría continuar ad infinitum; pero Tatsu queda disculpado porque estas escenas no responden a una intención de plagio, sino más bien de parodia, con ese punto de homenaje que tiene la parodia; y algunas de ellas son verdaderamente descacharrantes, como la que presenta a los protagonistas luchando contra unos descomunales cantantes líricos en plan Ataque a los titanes.
Los personajes de Dan Da Dan están expresamente diseñados para complacer al consumidor tipo de shonen, que se identificará inmediatamente con su protagonista, Okarun. Este responde al estereotipo de nerd de instituto: un chavalín enclenque, gafotas, patológicamente tímido, que en el transcurso de sus aventuras se gana el respeto de sus compañeros y se ve rodeado de un harén de chicas monísimas que, incomprensiblemente, caen enamoradas de él. Por supuesto, todo el tema amoroso es muy light y muy ñoño (amén de inverosímil), conforme a las convenciones del género: mucha broma de bolas y culos y pitos, y ni un triste piquito. Frente a los personajes femeninos, invariablemente chicas atractivas (¡incluso la abuela!), los masculinos son un desfile de friquis esperpénticos y sobreactuados. Ya sé, el shonen es así, y reconozco que el elenco da pie a situaciones muy divertidas, pero puede llegar a resultar cargante.
Lo que me deja boquiabierto es el dibujo. El acabado de Tatsu, desbordante de detalles, es más allá de limpio: es relamido. Me admira que sea capaz de mantener tal calidad gráfica en una serie de tropecientas páginas, cumpliendo con los despiadados plazos impuestos por las revistas japonesas. Cierto es que en algunos tramos este manga abusa de algunos recursos que le restan personalidad artística y lo acercan más a su condición de producto: los abundantes corta-pega de viñetas y personajes, y los asépticos fondos urbanos, de realismo cuasi fotográfico, que sin duda Tatsu deja en manos de sus ayudantes. Aun así, el ojo del lector no deja de estar cautivado por los escorzos y perspectivas imposibles que caracterizan el estilo de Tatsu, así como por el desarrollo impecable y vibrante de las secuencias de acción, donde cada movimiento se entiende perfectamente a pesar del abigarramiento formal en el que están envueltos: una tupida selva de onomatopeyas y líneas cinéticas. Quizá la anatomía de los personajes resulte un tanto rígida para mi gusto: los cuerpos de los personajes parecen modelos anatómicos (de hecho, uno de ellos es un modelo anatómico). En suma, tanto en el guión como en el apartado gráfico Dan Da Dan resulta admirable como expresión de la titánica voluntad de su autor por sobresalir en el competitivo mercado del shonen. El resultado es un producto de entretenimiento de un barroquismo inaudito, testimonio de los extremos a los que es capaz de llegar la industria del manga por llamar la atención del público adolescente.