Los ríos del pasado: Acción y aventuras entre dos aguas

09 de Agosto de 2024
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Los ríos del pasado
Los ríos del pasado, de Stephen Desberg y Yannick Corboz. Norma Editorial, 148 páginas, 35 €.

Yo conocía a Yannick Corboz por sus dibujos eróticos. Vaporosas manchas de acuarela se converten en mujeres de sensualidad desbordante en una serie interminable de ilustraciones que no parece cansarse nunca de dibujar. Me lo quiero imaginar como un dibujante sátiro, con sus cuernecitos, su barba rizada y sus pezuñas de cabra, que se entrega compulsivamente a su tarea onanística encorvado sobre el tablero de dibujo: como Manara, Royo, Azpiri, Vince o tantos otros genios libidinosos del noveno arte. Sin embargo, no es de esa faceta suya de donde le viene a Corboz el prestigio del que goza en la escena, sino de su trabajo como concept artist para la exitosa serie de videojuegos Assassin's Creed de Ubisoft, una de las franquicias de referencia en el medio, para cuyo desarrollo los cazatalentos de la compañía gala han sabido reunir un valioso equipo de artistas de todas las disciplinas.

Ahora además podemos encontrar a Corboz en el expositor de nuestra librería de guardia, como responsable de la parte gráfica de Los ríos del pasado, junto al curtido guionista Stephen Desberg: un cómic publicado en dos volúmenes en Francia por Daniel Maghen éditions y en España por Norma en una vistosa edición integral, visualmente deslumbrante desde la cubierta hasta su anexo, en el que se incluyen varios estudios de personajes que nos permiten acercarnos al proceso creativo de este dibujante extraordinario.

Los ríos del pasado se define como "una trepidante historia de acción y aventuras a través de mundos paralelos". En efecto, la trama se mueve entre la realidad contemporánea tal y como la conocemos y una versión alternativa de la misma, estancada en una oscura Edad Media distópica en la que la humanidad vive sus últimos momentos bajo la amenaza de una raza de gárgolas infernales que siembran la devastación a su paso. Esto de los mundos paralelos es un jardín en el que hoy en día un guionista debe pensárselo dos veces antes de entrar, pues es un recurso que ha sido largamente explotado en los géneros de terror y ciencia ficción. Lo usan a discreción productos mediáticos tan populares como Stranger Things, y en el mundo del manga los japoneses lo han llevado a extremos de manierismo del calibre de Tsubasa RESERVoir CHRoNiCLE de CLAMP, donde los saltos interdimensionales sirven para articular una trama magistralmente fractal y fragmentada. Con el listón tan alto, la propuesta de Desberg en Los ríos del pasado resulta más anodina que otra cosa. Para colmo, en el cómic que nos ocupa el paso entre ambas realidades se realiza a través de portales construidos, cómo no, por los antiguos egipcios. Sí, por los antiguos egipcios, en plan Stargate. Parece que a Desberg no se le ocurrió nada más original, y encima aprovechó la coyuntura para introducir una subtrama histórica en torno a la figura de Akenatón y la herejía de Amarna que todo aficionado a la bande dessinée clásica reconocerá como una versión descafeinada de El misterio de la gran pirámide(pero con menos texto, eso sí, porque los lectores actuales no son como los de la época de Edgar P. Jacobs y sufren de déficit de atención, pobrecitos ellos).

Las dos mujeres protagonistas de Los ríos del pasado son heroínas de acción típicas y tópicas: una ladrona en plan Catherine Zeta-Jones en La trampa, de esas que, embutidas en mallas ajustadas, hacen volatines esquivando haces de láser, y una intrépida arqueóloga con un escote hasta el ombligo, émula de Indiana Jones (que en estas historias parece que para licenciarse en arqueología hay que estudiar tiro, equitación y artes marciales en lugar de topografía y gestión del patrimonio). Como el rollo bollo está de moda, Desberg aprovecha el tirón para desarrollar un romance entre ambas a lo largo de la aventura. Rodeadas de peligros sin cuento, las protagonistas coquetean y se lanzan miraditas en la que podría ser la relación lésbica más gratuita e inverosímil de la historia del cómic: caduco safismo de serie B concebido por y para hombres, que sería excusable en los ochenta pero no hoy, cuando este cómic comparte expositor con las novelas gráficas de Tillie Walden y las Tamaki.

La narración va alternando entre distintos puntos de vista. Salta inopinadamente de un narrador omnisciente a la voz en primera persona de una u otra de las protagonistas: monólogos que acompañan la acción alternando lo puramente descriptivo con un sentencioso stream of consciousness, y que tratan de dibujar personajes fuertes, pero que más que fuertes resultan forzados: "Me llaman Infierno. Me llaman Stacey. Me llaman Elle. O incluso Jane. No me llamo así"; "Cuando me apetece estar sola, estoy dispuesta a luchar. Y cuando estoy herida, maldigo la muerte". Este recurso narrativo tan efectista resulta muy poco europeo: en efecto, proviene del comic book americano, donde funciona porque los personajes suelen tener cierta profundidad psicológica y están enriquecidos por la característica intertextualidad de las historias de superhéroes. Aquí no es el caso, y únicamente sirve para lastrar la acción.

La trama de Los ríos del pasado es una fantasía construida sobre los escombros de la historia, una intriga en plan Dan Brown (diatriba contra los monoteísmos incluida) que sirve de excusa para las escenas de acción trepidante que se prometen al lector en el texto de la contracubierta: tiroteos en las calles de París, persecuciones de góndolas en Venecia, combates a muerte entre las llamas... Es, en definitiva, un producto comercial ensamblado con oficio por Desberg que sería perfectamente olvidable de no ser por la magnífica labor gráfica de Yannick Corboz. Algunas de las planchas son espectaculares, especialmente las que evocan la atmósfera surreal y crepuscular de una Venecia reducida a ruinas. Aun así, en el fondo lo que le gusta a Corboz es dibujar pin-ups, y se le nota: los fondos, los personajes masculinos y los planos generales están resueltos taquigráficamente, con un trazo suelto y abocetado, y en contraste vemos cómo el dibujante se solaza definiendo con mayor mimo y detalle la anatomía, la expresión y los atuendos ceñidos de las dos heroínas. Si es que Corboz tenía que haber nacido cuarenta o cincuenta años antes, cuando el mainstream del cómic adulto era porno softcore: aquella época dorada en la que medraron Serpieri, Magnus, Manara y Pichard. Ahora da lástima ver su talento desperdiciado al servicio de guiones tan desfavorecedores como poco adecuados a sus inclinaciones artísticas y libidinales. Como decían del Cid Campeador, "¡Qué buen vasallo sería / si tuviese buen señor!"

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