El 2020 trajo a mi vida —sin pretensión de exclusividad o de originalidad extrema, dada la fecha…— numerosos cambios y acontecimientos inesperados: ilusionantes posibilidades en el teatro, nuevos amigos en el mundo literario y una frenética actividad como lectora y crítica, además de como autora en un puñado de revistas digitales de interesante proyección. Todo ello combinado con mi trabajo nutritivo y vocacional —el de docente de secundaria— y con la promoción de mi primer poemario, Memoranda, que se había publicado en febrero de aquel mismo año.
Pero el destino, y el lector sabe bien de estas cosas, no carece de cierta ironía, así que, justo cuando iba a comenzar la ronda de presentaciones de Memoranda, que preveíamos intensa y extensa, algo ocurrió: una pandemia, un confinamiento —con qué familiaridad usaríamos esta palabra apenas dos semanas después—, un frenazo en seco que nos llevó a todos, o al menos a algunos, a plantearnos de qué servía, a veces, correr tanto, o acumular tanto, o querer hacer tanto.
Y, aunque un cuarto o un tercio de los poemas que después formarían parte de El dormitorio de las golondrinas existían ya, fue entonces, en medio del silencio, roto por las sirenas de las ambulancias, los coches de policía recordando prohibiciones y precauciones, los aplausos de las 20 horas y, menos veces —en atención a la salud mental— por el chorreo de negras cifras en los informativos… fue entonces, decimos, cuando comenzaron a brotar, desde el pecho hasta los dedos, pasando por el cerebro, las siguientes composiciones del poemario; cuando se fue configurando delante de mis ojos un conjunto de cierta coherencia, nunca unitario del todo, donde tenían cabida las obsesiones que ya constituyen los cimientos de lo que soy como persona y como poeta. El recuerdo —otra vez, como en Memoranda, y siempre—, el mito, la caída, el resurgir, la identidad personal en el ritmo y las palabras, el poder para rehacer las propias alas y romper los cristales y los muros y los tejados y escapar volando de todo lo que oprime.
La poeta toledana presentará su nuevo libro acompañada por el también poeta Xuan Folguera, el lunes 22 de mayo a las 19 horas en la librería Crazy Mary, en el Barrio de las Letras de Madrid
Memoranda dormitaba, esperando tiempos mejores para ponerse de largo ante el público (terminaría haciéndolo, sí, con un hermoso traje, con dolorosas ausencias en el público… y con mascarilla, pero eso es otra historia), y mis golondrinas iban aprendiendo a hacer sus nidos en hojas sueltas, en las notas del móvil, o en los rincones infinitos de los cuadernos que pueblan mi mesa, en los cientos de libretas que empiezo siempre, tacho muchísimo y a veces estoy orgullosa de terminar… cuando no disgrego las enéadas de mi alma en otros menesteres.
Relacionar El dormitorio de las golondrinas con aquellos tiempos de sombras deslumbrantes y luces tímidas, de silencios titilantes y de músicas pactadas, resulta inevitable, ya que el confinamiento es su caldo de cultivo, sí o sí. No creo, repito, ser original en esto. Otros millones de personas descubrieron o redescubrieron su creatividad entonces, en lo escrito, en lo audiovisual… o haciendo pilates y yoga en casa.
Pero el encierro que reflejan los versos de El dormitorio de las golondrinas es más que un encierro físico, más que un encierro impuesto por otros. Recordemos: había empezado a gestarse mucho antes, en un tiempo en que los noticiarios no rebosaban de cifras de enfermos y muertos por el virus, pero sí de violencia de género, y de algo más doloroso: descrédito, gaslighting, incluso actitudes burlescas, poco o muy veladas, en ciertos sectores sociales e ideológicos.
Volver a los versos de El dormitorio… me recuerda esa fórmula que tanto resonaba en aquellos días: “éramos felices y no lo sabíamos”.
Estas páginas recogen felicidades e infelicidades de antes, de ese antes implícito en la dichosa fórmula, pero pasadas por el tamiz de ese enclaustramiento, no necesariamente negativo. Recogen dolores y amarguras, gritos ahogados del yo que quiere compartirse con el mundo, aliviar la soledad, servirse de la rabia o del amor para desintegrarla. Pero quiere también celebrarla y enorgullecerse de ella, porque sabe que con ella es capaz de renacer y de elevar un monumentomás duradero que el bronce.
Lector, lectora, gracias por reconocerte y reflejarte.
Gracias por despertar y desplegar tus alas.
Gracias por resurgir.