En estos tiempos de presunta sofisticación e impostada sensibilidad, ‘El Maestro’, el nuevo cómic de Furillo, se nos presenta llano, procaz e indecoroso. Un soplo de aire fresco. Bueno, o más bien, una corriente de aire pestilente que emana al abrirse la puerta de un cuarto de baño enlodado. Un monumento a lo asqueroso y desagradable que arranca carcajadas por lo extremo de su humor escatológico.
Todas las expresiones artísticas, y el cómic no es una excepción, tienden escandalosamente hacia lo inofensivo. Los frenos morales y religiosos, tradicionalmente poderosos, se quedan en nada al sumarse los frenos comerciales. En base a estos, cualquier producto debe de ser susceptible de ser consumido por cuantas más personas mejor, al alcance de todos y no acudir a lo complejo o a lo exótico. Atendiendo a estas premisas, ‘El Maestro’ (publicado por Autsaider Cómics), de Furillo, estaría llamado a la gloria mercantil. Y es que gran parte de las páginas de este álbum giran en torno a temas tan comunes como las miasmas y, principalmente, las deposiciones, nada más democrático aparentemente. Si a esto le sumamos unos esquemas narrativos elementales que se resuelven en cuatro viñetas con un desarrollo clásico de planteamiento, nudo y desenlace para los que no se requiere el menor esfuerzo intelectual, diríamos que la venta masiva podría estar garantizada. Por otro lado, y a modo de contrapeso, también hay que decir que Furillo, con su minucioso dibujo y su amor por el detalle y su querencia al exceso, transforma el tema común de lo fecal y las visitas al excusado en un Mulhacén de la asquerosidad. Furillo se recrea. Y es aquí, en la hipérbole y en la desproporción donde, tal vez y solo tal vez, resida el freno para que ‘El Maestro’ conquiste los corazones de millones de españoles.
‘El Maestro’ es un monumento a lo asqueroso y desagradable que arranca carcajadas por lo extremo de su humor escatológico
‘El Maestro’ es un anciano galopín, un ex torero de avanzada edad, poco amigo de la higiene, cazurro, chapado a la antigua, carente de remilgos en cuestiones de asepsia y amante apasionado. Su compañera, La Toñi, y su compadre y antiguo miembro de su cuadrilla, El Sardina, comparten esa misma sensibilidad, esa híper españolidad casposa y un relajo absoluto en términos de higiene y protocolo. Serán la pesadilla del resto de parroquianos del bar que habitan, de los inspectores de sanidad y de los médicos y enfermeros que habrán de tratar sus vomitivas dolencias, detalladas al máximo por la minuciosa plumilla de Furillo.
En este álbum, Furillo abandona el guion alambicado y minuciosamente construido de su epopeya ‘Nosotros llegamos primero’ para zambullirse de lleno en el gag más tosco y elemental, superando incluso los de sus dos primeros libros, inencontrables a día de hoy, ‘Donde hay pelo hay alegría’ volúmenes 1 y 2.
Preguntado por su fijación por las heces y el importante papel que ocupan en su obra, nos responde: “Supongo que es su plasticidad. Son fáciles de dibujar y muy agradecidas. Transmiten tanto con tan poco que vienen a ser como los haikus de la naturaleza. En cierta forma las mierdas para mí son como las berenjenas para Ibáñez. Siempre que veo un hueco por ahí que me chirría pues coloco una mierda apoyada en la pared y me quedo tranquilo. La mierda es el mensaje que la naturaleza nos manda cada día, si somos afortunados, para recordarnos de qué estamos hechos y quienes somos, simples trozos de carne que tienen fecha de caducidad”.
Furillo siempre ha reivindicado, frente al cómic actual, tendente a lo aséptico y aspirante a cierto lirismo, las historietas que contengan elementos que provoquen en el lector reacciones fisiológicas, como la risa y como en este caso, eventualmente, arcadas.