«Por la llanura, bajo una noche sin estrellas y un espesor de tinta, un hombre solo avanzaba por la carretera de Marchiennes a Montsou, diez kilómetros de adoquines a través de los campos de remolacha. Delante, ni siquiera veía el suelo negro y sólo adivinaba el inmenso horizonte por el viento de marzo, ráfagas amplias como un mar, heladas tras haber barrido leguas de marismas y tierras desnudas».
Para iniciar mi reseña literaria de Germinal(novela del escritor francés Émile Zola), escogí el fragmento anterior, que además coincide con el principio del libro. Ahora, unos meses más tarde, vuelvo a utilizar este fragmento para abrir un nuevo artículo que, bajo el título Intentaré explicarme: Germinal, pretende dar algo de contexto a la interpretación personal que hice sobre lo que yo encontré en esta obra.
Como no tengo redes sociales propiamente dichas (Facebook, Instagram, X…), no puedo leer los comentarios que las personas quizás publican sobre mis reseñas. Sin embargo, como era consciente de que ésta en concreto sí podía suscitar cierta reacción contraria, me creé momentáneamente una cuenta que, más tarde, eliminé (no tenía pensado darle uso más allá de consultar los posibles comentarios).
A día de hoy, la reseña en X (antes Twitter) tiene dos votos positivos —dos «me gusta»— y el comentario de un lector que no comparte mi visión del libro (he de decir que, a pesar de nuestra divergencia de opinión, ha sido respetuoso). Este lector considera que mi análisis es «demasiado conciliacionista e interclasista».
¿Qué significan «conciliacionista» e «interclasista»?
Como entiendo que, efectivamente, mi perspectiva del libro puede parecer ambas cosas —es más, incluso, puede que sea así: una reseña conciliacionista e interclasista—, he decidido explicar lo que me ha llevado a redactar la reseña del modo en que lo hice y, sobre todo, el motivo por el que no me posicioné tajantemente —que es en lo que creo que esta persona y yo NO coincidimos— a favor de la clase obrera (a partir un piñón con ella) y plenamente en contra de los empresarios.
El conciliacionista practica la conciliación, es decir, pretende conciliar:
«Hacer compatibles cosas opuestas entre sí» o «Poner de acuerdo a dos o más personas entre sí», tal y como explica la RAE. Por otro lado, está el término interclasista: «Que se dirige o se refiere a las diversas clases sociales» o «Que se produce entre diferentes clases sociales o miembros de ellas» (Diccionario de la lengua española de la RAE).
Según el lector al que aludí antes, mi reseña abogaba «demasiado» (aquí está la clave, en «demasiado») por conciliar las dos partes implicadas en una luchade clasesa las que yo he aludido en mi análisis por igual, en el sentido de que, a mi juicio, ambas clases fallaron y ninguna se libró de alimentar una maquinaria social injusta que, sí, perjudicaría principalmente a la clase obrera, pero sin que el tejido empresarial fuera el único responsable.
Lamentablemente, la clase obrera también cometía actos muy cuestionables: gastarse en alcohol el poco dinero ganado en la mina o pasar parte del día pegándosela al marido o a la esposa con otro/a son dos ejemplos que se reflejan en la novela.
Complementar una perspectiva sesgada y bastante manida
Cuando leí en Internet otras reseñas de Germinal, observé que todas se centraban en la opresión que los accionistas de la mina ejercían sobre los mineros. Nadie hablaba, sin embargo, de las injusticias que la propia clase trabajadora cometía para con los suyos y que Émile Zola también comenta en el libro. ¿Estoy de acuerdo, entonces, con el lector que hizo el comentario? Sí, mi reseña es conciliacionista e interclasista; de lo que no estoy convencida es de si lo es «demasiado», y de si los personajes del libro no habrían necesitado, precisamente, más conciliación (antes de llegar a la situación tan horrorosa a la que se llegó: aún más hambruna, aún más desesperación para los obreros).
Quiero explicar la razón por la que resumí mi experiencia con el libro en que «no pongo la mano en el fuego ni por el pueblo ni por la clase dirigente, sino por quienes conozco en lo personal y por quienes yo decido correr el riesgo individual de quemarme». No me gustaría que las personas, después de leer mi reseña sobre Germinal (aunque son libres de hacerlo si así lo piensan de verdad), crean que estoy a favor de que los empresarios NO les den unas buenas condiciones laborales a sus trabajadores.
Yo tenía una cosa muy clara en mente a la hora de escribir la reseña: como pienso que, en la sociedad española y en otras reseñas de Germinal (que leí antes de redactar la mía), ha quedado bastante claro que muchísimos empresarios han abusado todo lo que han podido y más de sus empleados, para contrapesar la balanza, decidí NO hacer ojos ciegos a la falta de moralidad y ética de la clase obrera del libro.
Me pareció necesario que alguien incidiera en la cara turbia de algunos de los trabajadores de Germinal, quienes querían ascender socialmente, no para mejorar sus condiciones de vida y las de los suyos, sino para abusar tanto o más que los que estaban por encima. Y puesto que nadie ponía su foco en ello, quise hacerlo yo con mi reseña: quise reconocer en lo que ambas partes podían llevar razón y explicar cómo accionistas y trabajadores contribuyeron (en general, siempre hay excepciones en ambos grupos) a engrasar la precariedad económica de los estamentos sociales más bajos.
En definitiva, pretendí tumbar la imagen idílica de una clase trabajadora oprimida que, ciertamente, era trabajadora y estaba oprimida, pero en cuyo seno había también holgazanes y juerguistas que, en lugar de intentar salir de su situación, todavía la enturbiaban más. Creo que es lo justo, ya que han sido muchos quienes, especialmente de los siglos XIX y XX en adelante, se han encargado de mostrar la falta de humanidad de empresarios tan aprovechados como los de la novela. La culpa de ciertos empresarios en la lucha de clases ha quedado clara: ahora ha llegado el turno de analizar también a la clase trabajadora y sus contradicciones.
He leído que algunos lectores, igual que yo, sí reconocían que la clase obrera que describe Émile Zola cometía actos reprochables, pero los justificaban enseguida de la siguiente manera: responsabilizaban a los empresarios y, con ello, todo quedaba dicho y solucionado.
Ciertamente, que un empresario lleve a su trabajador hasta la extenuación puede ocasionar que —después de haber perdido la esperanza de tener una vida más favorable, lejos del abuso de quienes están por encima— el empleado acabe consumiendo alcohol sistemáticamente. Pero no es menos cierto que esto no debería servirnos hoy por hoy para ir en contra de todos los autónomos y empresarios, y no reconocer la responsabilidad que (volviendo al libro) el minero tiene de comportarse bien con los suyos, especialmente cuando se ha casado y ha de mantener a unos hijos a los que también —igual que su mujer— ha traído al mundo.
Todos somos responsables de nuestros actos, los obreros también
Me preocupaba, y me sigue preocupando, que Germinal haya sido utilizada para disculpar la criminalidad, el alcoholismo y la prostitución en la clase obrera, exigiendo un alzamiento generalizado contra los empresarios todavía en la sociedad del siglo XXI.
Indiscutiblemente, los accionistas de las minas hicieron mucho mal: sacrificaban a sus empleados; por culpa de esos horarios tan inhumanos, los trabajadores no veían la luz del sol; en lugar de invertir dinero en montar una escuela para que los niños estudiaran, se aseguraban de que no les faltara a ellos —a los mandamases, a los empresarios, a los accionistas— una casa grande y espaciosa donde sentirse bien a gusto con el dinero que, incluso, los niños (mano de obra infantil, mucho más desfavorecidos) ganaban para los mandamases. Esto es así y suscribo, por descontado, toda la crítica que se les pueda hacer a los accionistas de la mina del libro y a las empresas que, aún hoy, siguen explotando a sus trabajadores. Pero lo que me niego a hacer es posicionarme exclusivamente del lado de unos obreros en los que también veo muchas actitudes que no me hacen depositar mi confianza en ellos; unos perfiles obreros a los que algunas reseñas que circulan por Internet disculpan incluso cuando sus propias acciones han perjudicado a la clase trabajadora a la que pertenecen.
¿Acaso los personajes de Émile Zola no tienen hijos? ¿Acaso no es mejor ahorrar el dinero de la mina que invertirlo en alcohol? ¿En qué cabeza cabe ganar poco y tener las suficientes tripas como para derrocharlo habiendo formado antes una familia, teniendo bocas que alimentar? Esta parte de la realidad no se debería obviar.
El objetivo de una reseña conciliacionista e interclasista
Por eso, consideré oportuno escribir una reseña conciliacionista e interclasista: para ofrecer una perspectiva más amplia y global, más intrincada, menos fácil de resolver con un simple «¡Abajo las empresas!» o «¡Contra los trabajadores, que son todos unos holgazanes!».
Yo quiero estar libre de cualquiera de estos mensajes anteriores tan arriesgados, porque Émile Zola es para mí un escritor que ha conseguido evitar que su novela «caiga en la categoría estereotipada de obra revolucionaria que incita a un alzamiento masivo y sanguinolento de las masas», como ya expliqué en la reseña de enero de 2025, y como me consta que cierto radicalismo (por algún análisis que he leído por ahí) parece querer convertir en fuego que abrase a su paso.
Las experiencias moldean el pensamiento
Quien tenga interés en consultar los apuntes que hice sobre los accionistas de la mina y los mineros puede leer la reseña de Germinal en Diario16+.
Dicho esto, he decidido cerrar este artículo con una anécdota personal que, espero, proporcionará una visión más exacta de lo que pasaba por mi cabeza mientras leía la novela y contrastaba lo que en ella apuntaba Émile Zola con las otras reseñas que circulan por Internet.
Se da la circunstancia de que, en mi familia, hay trabajadores de la mar (vía paterna) y del campo (vía materna). Para el caso, me centro en el padre de mi padre, a quien me niego a llamar abuelo por lo que sigue. Este señor era marinero y se lanzaba a pescar acompañado de mi padre cuando apenas era un niño. El dinero que ganaba con la venta del pescado se lo fundía en alcohol.
Mientras que él empinaba el codo, y se medía sin la ayuda de un transportador el ángulo que su brazo formaba cada vez que levantaba el vaso, tres bocas infantiles permanecían en casa. Cuando la bebida ya nublaba su razón, el marinero pescador regresaba al hogar con un propósito: arrear a mi padre —el mayor de los dos varones— con un cinturón (a la chica, mi tía, la dejaba estar). ¿Cuántos años tenía mi padre? Tres y cuatro años; a esa edad, ya recibía palizas.
Evidentemente, conforme leía el libro, observaba los abusos de los accionistas en la mina y, por supuesto, lamentaba que los mineros tuvieran que trabajar bajo tierra, arriesgando la vida por una cantidad de dinero insuficiente. Pero es que luego veía también corrupción del alma, del espíritu, de la moral… en los propios mineros, identificando en ellos unos patrones muy similares a los de los accionistas. Los obreros se dividían así entre las verdaderas víctimas y los que, pretendiendo parecer corderos, eran tan lobos como los lobos.
Y yo relacionaba esto con lo de mi padre y pensaba: «¿cómo se puede justificar o disculpar que alguien (el marinero pescador en mi caso), amparándose en la precariedad económica de la clase obrera, decida gastarse lo que gana de dinero en bebida y pagar su miseria humana con un niño que es sangre de su sangre? ¿Qué clase de ejemplo son estos individuos para sus hijos y hasta qué punto el niño, una vez crezca, de hacer lo mismo que su padre ha hecho con él, estaría disculpado?».
Mi padre no me ha puesto la mano encima en la vida, y me consta que sus dos tías (hermanas de su padre) no han hecho con sus primos lo que este hombre sí hizo con mi padre. Entonces, ¿hasta qué punto la responsabilidad de los actos no es individual y hasta cuándo se va a continuar alimentando el victimismo en lugar de modificar, de ese sistema que todos contribuimos a formar, lo que nos impide tener una relación entre empresarios y trabajadores, si no buena a pesar de las diferencias, al menos sí lo suficientemente cordial como para que la sangre no corra?
El sistema es el que fallaba en Germinal y el que sigue fallando hoy. Y el sistema, que yo sepa, no está compuesto por un solo perfil social, sino por varios. Entonces, sí, es una cuestión de conciliación e interclasismo.
Agradecimientos
[...] decía Cervantes: saber sentir es saber decir. Palabras de Luis Landero en su libro El huerto de Emerson. Yo espero haber sabido decir lo que esta lectura me ha hecho sentir. Muchas gracias por dedicar tiempo a este artículo. ¡Nos vemos en la siguiente ocasión!
Hice estas puntualizaciones en junio de 2025 sobre la reseña que publiqué enenero de ese mismo año en Diario16+.