Este domingo 28 de mayo, a las 12:30 horas, en la sesión vermut de la librería Delirio, se presentará el cómics que Madrid estaba esperando. Se trata del gran recorrido por la ciudad que en forma de creación gráfica ha realizado el artista Víctor Coyote. La cita será en la plaza Pablo Guaza, Móstoles.
Cuando leí el título (‘Entresijos’) me desconcertó profundamente. Aunque creía conocer el significado de la palabra y tenía una idea de que se podía referir a las vísceras, lo que está oculto dentro de una ciudad como Madrid, mi mente pensaba más en una especie de ranura, en un pequeño orificio por donde mirar la ciudad para descubrir sus secretos profundos, como el lugar de donde tirar de un hilo enredado para desentrañar la parte más oscura de la historia de la ciudad. Creo que esa idea inicial se aproxima bastante a lo encontrado finalmente en el cómic.
Cuando busqué el significado de entresijo en la RAE descubrí un significado bastante más lacónico: “2. m. Cosa oculta, interior, escondida”. Sus sinónimos serían: misterio, secreto, complicación, dificultad, atolladero.
Ahora creo que entiendo mejor su uso para la descripción que Víctor realiza en esta recopilación de historietas, que son como una especie de ranuras abiertas (en formato a doble página) dedicadas a descubrir la parte oculta, interior, escondida de la ciudad de Madrid. Hasta la portada se relaciona en su acepción de entresijos como “mesenterio” con las vísceras que allí aparecen. La tipografía se asemeja a unos intestinos (o tal vez al bacon que luego causará las adiposidades). En el aspecto gráfico me recuerda a ilustradores clásicos del diseño como David Stone Martin, Burt Goldblatt y similares.
La mayoría de sus páginas se pueden observar como si de una peculiar guía de viajes anacrónica del siglo XX en el siglo XXI se tratara. En ellas, Víctor recoge parte del paisaje y el paisanaje madrileño, de la fauna y flora que pueblan mercados y bares, como un antropólogo o un arqueólogo curioso que observa a su alrededor los comportamientos de sus semejantes y las huellas dejadas. Escrito y dibujado por un siempre inquieto paseante local, como buen flâneur, nos acerca a esos lugares ocultos, interiores, escondidos, algunos ya desaparecidos de Madrid, a esas anécdotas e historias pasadas que Víctor guarda, atesora en su interior. Me gustaría pensar que, como él mismo comentaba en una entrevista, de una forma bastante poética, sea porque “y después el mundo, al final, te va no perteneciendo” y que como testigo de su época prefiera compartirlo, dejarlo como recuerdo.
La mayoría de sus páginas se pueden observar como si de una peculiar guía de viajes anacrónica del siglo XX en el siglo XXI se tratara
Víctor, aunque no se considere un activista político, al dibujar una parte de la ciudad y la sociedad, sobre todo la de barrios humildes, incluso marginales, la de personas corrientes, la de artistas no convencionales está asumiendo tomar parte, ser partícipe y por tanto activista de una visión y no de otra; transmitiendo a los lugares y personajes que describe cierto romanticismo y una especie de épica de los perdedores (la mayoría de nosotros).
El cómic es, un poco, como visitar un gabinete de curiosidades o contemplar alucinado el ‘Atlas Mnemosyne’ de Aby Warburg con todas esas interconexiones simbólicas. También recuerda a los cuadernos de campo de estudiosos de la naturaleza, la botánica, la biología, a esos cuadernos de campo de Charles Darwin y otros naturalistas ilustres; a algunos de los alucinantes mapas cartográficos antiguos, auténticas maravillas de representación gráfica con los que se trataba de ubicar y explicar el mundo conforme se iba descubriendo; a los códices cuidadosamente escritos con preciosas ilustraciones, diagramas, etc., que también recogían una visión particular del mundo (entonces, solo unos pocos elegidos podían disfrutarlos); a los cuadernos de artistas ilustres (de Goya o Leonardo da Vinci a Edward Hopper o Warhol)… A, en definitiva, esos cuadernos de bocetos que los artistas realizan recogiendo ideas, vivencias, pensamientos, etc., o, por supuesto, a esas guías de viajes obsoletas donde nos aconsejaban e informaban de los lugares a visitar o a los planos de ciudades, metros, etc.
Este cómic sirve además como recordatorio de esta forma casi perdida de recoger el pasado, los lugares, los recuerdos, las anécdotas, cierta cosmovisión, en un formato ilustrado, físico y limitado. Comparándolo, por ejemplo, con la sobreabundancia moderna de todos los selfies, tik-toks, imágenes, opiniones, etc., que con las nuevas tecnologías –desde la fotografía al vídeo, pasando por las wikipedias, los instagrams, facebooks, etc.– multiplican ‘ad aeternum’ los recuerdos y la información. Todo esto creo que sirve también para reflexionar sobre el papel del formato físico en el mundo actual. Dice el filósofo Byung-Chul Han que en la sociedad actual “hoy nos encontramos en la transición de la era de las cosas a la era de las no-cosas, en lugar de guardar recuerdos, almacenamos inmensas cantidades de datos”.
Por último, sobre el autor, no sé si podría valerle la descripción con la que Pío Baroja describe al personaje de Andrés en El árbol de la ciencia. Al final de la novela, tras la muerte de Andrés, dos médicos amigos suyos dicen de él: “Este muchacho no tenía fuerza para vivir. Era un epicúreo, un aristócrata, aunque él no lo creía. —Pero había en él algo de precursor —murmuró el otro médico”. Además de una especie de David Byrne gallego o de una Rosalía a destiempo, si se me permite la opinión.
Gracias a Autsaider por publicar esta crónica gráfica del señor Coyote. Debería proponerse para la siguiente campaña institucional que hable de Madrid, para cuando (esperemos) cambie el gobierno vacuo de la capital del reino. Frente al modelo de gestión neoliberal depredador y excluyente que plantea el ‘Alasko’, el de la turistificación masificada que contamina, degrada, expulsa vecinos de los barrios y agota recursos limitados. Como cantaba un Víctor aterrorizado sobre otros tipos de turismo: “¡Socorro!, llegan los nuevos guiris”.