El filósofo Michael Onfray, uno de los más célebres de Francia, ha decidido ocuparse en su último libro, publicado en España por Paidós, del alma, como su título indica: Anima: La vida y la muerte del alma. Este libro, que ve la luz tras años de trabajo, es toda una deconstrucción del concepto de alma en Occidente, no exento de ironía pero con una precisión de la que que solo alguien como Onfray puede presumir.
El objetivo es, pues, dilucidar qué entendemos en la tradición filosófica occidental por alma. Para ello divide el libro en tres secciones: I. Construir el alma, II. Deconstruir el alma y III. Destruir el alma, con un lúcido epílogo-conclusión: Bajo el signo de la medusa. Así, en la primera sección, Construir el alma, repasa la tradición sobre el alma en textos de Aristóteles, San Agustín, Santo Tomás, y hace un análisis del mensaje del Nuevo Testamento de Jesús. Lo más destacable de esta sección es la parodia que realiza de cómo San Pablo, fundador de la Iglesia, pervierte el mensaje de Jesucristo, creando falsamente del mismo el castigo corporal. Así, el autor asegura que el paulinismo no es nada más y nada menos que una mezcla de antisemitismo, homofobia y patriarcado, e ironiza sobre el castigo corporal y la represión en capítulos como el sexto, titulado ‘En el jardín del Edén no hay erecciones’.
Después continúa, en la sección Deconstruir el alma, con la tradición materialista: el alma no existe y tan solo estamos compuestos de átomos. En esta sección contradice también la tradición filosófica que ha permanecido vigente en las universidades, rechazando la frase de Descartes de que <<Si no existiera una religión, habría que inventarla>> y poniendo como ejemplo de filósofo verdaderamente ateo a Meslier, un cura que antes de morir escribió un testamento renegando de la religión. Asimismo, en el capítulo 15, ‘Pensar sin pensar que se piensa’ defiende que los animales piensan, aunque no piensen sobre el hecho de pensar, como hacemos los seres humanos.
En la última sección, Destruir el alma, se ocupa de teorías como la de Foucault en Las palabras y las cosas de que el hombre no es más que una suma de archivos, un palimpsesto que abarca toda la tradición occidental de la medicina, de la economía, del trabajo. En la conclusión, titulada ‘Hacia las quimeras transhumanistas. Digitalizar el alma’, ironiza sobre el destino de este nuevo hombre alejado de la tradición europea y absorbido, sobre todo en sus relaciones humanas, por el capital: “hoy es un hombre deconstruido, es decir ecorresponsable, ecofeminista, ecopolítico, ecociudadano, ecosostenible, pero sobre todo: mercancía” (p. 382). En esta conclusión se extiende con algunas propuestas para el futuro, y son estas reflexiones futuristas las que dan un gran empuje final a un libro que cuestiona y a la vez revive toda la filosofía occidental.